viernes, 15 de octubre de 2021

ALMA Y ESPÍRITU

s/TJ:
Cuando oye las palabras alma y espíritu, ¿qué le viene a la mente? Muchas personas creen que estos términos definen algo que los seres humanos llevamos dentro, algo que no muere ni puede verse. Opinan que, cuando fallecemos, esa parte invisible de nosotros se separa del cuerpo y sigue viviendo en algún lugar. Como es una idea muy común, la gente suele sorprenderse al aprender que eso no es lo que la Biblia enseña, ni mucho menos. Entonces, ¿qué son el alma y el espíritu según la Palabra de Dios?

Un texto bíblico que suele usarse para apoyar la creencia de que algo dentro del hombre tiene una existencia que continúa después de la muerte es (Ecls 12;1-7). En este pasaje, se pintan en lenguaje poético los efectos de la vejez y la muerte. Y así se dice que, después de la muerte, el cuerpo -que es materia- con el tiempo se descompone y llega a ser de nuevo parte del polvo de la tierra y que el espíritu, que es inmaterial, vuelve, por otra parte, a Dios. Así, esta interpretación da a entender que el alma y el espíritu son lo mismo: “El polvo vuelve a la tierra justamente como sucedía que era y el espíritu mismo vuelve al Dios verdadero que lo dio". De modo que la muerte del hombre se enlaza con la vuelta del espíritu a Dios, lo cual indica que la vida del hombre depende de alguna manera de ese espíritu.   

En el texto de (Ecls 12;7) en el lenguaje original, la palabra hebrea traducida "espíritu" o "aliento vital" es "ruach".  El término griego correspondiente es "pneuma". Aunque nuestra vida sí depende del proceso de la respiración, la palabra española "aliento" (como muchos traductores suelen verter las palabras 'ruach' y 'pneuna') no es siempre una apropiada traducción sustituta para "espíritu". Además, otras palabras hebreas y griegas, a saber, 'neshamah' (hebreo) y pnoé (griego), también se traducen "aliento" (Gn 2;7) (Hech 17;25). No obstante, es digno de notarse el hecho de que, al usar 'aliento' como versión sustituta para 'espíritu', los traductores están mostrando que los términos en el lenguaje original aplican a algo que no tiene personalidad pero que es esencial para la continuación de la vida. 

El que la vida del hombre depende del espíritu ('ruach' o 'pneuma') se declara definitivamente en la Biblia.  Leemos: "Si tú, Jehová, les quitas su espíritu, expiran y a su polvo vuelven" (Sl 104;29) "El cuerpo sin espíritu está muerto" (Sant 2;26) Por lo tanto, el espíritu es lo que anima al cuerpo.  

LA PALABRA “ALMA” EN LA BIBLIA

s/TJ:

Hablemos primero del alma. Como usted recordará, casi toda la Biblia se escribió originalmente en hebreo y griego. Al referirse al alma, los escritores bíblicos emplearon el término hebreo néfesch y el griego psykjé. En conjunto, los dos aparecen más de ochocientas veces en las Escrituras, y la Traducción del Nuevo Mundo los traduce siempre por “alma”.

¿Cómo se usan en la Biblia las palabras “alma” y “almas”? Se refieren básicamente a 1) las personas, 2) los animales o 3) la vida que tienen tanto las personas como los animales. Veamos varios pasajes que muestran estos tres sentidos.

Personas. En los días de Noé, [...] unas pocas personas, es decir, ocho almas, fueron llevadas a salvo a través del agua.” (1Pe 3;20.) Aquí está claro que “almas” quiere decir seres humanos: Noé, su esposa, sus tres hijos y sus nueras. Además, en (Ex 16;16) se dio este mandato a los israelitas: “Recojan [el maná] [...] según el número de almas que tenga cada uno de ustedes en su tienda”. En otras palabras, la cantidad de maná dependería del tamaño de la familia. Las palabras “alma” o “almas” también se refieren a personas en pasajes tales como (Gn 46;18) (Jos 11;11) (Hech 27;37) (Rom 13;1).

Animales. En el relato bíblico de la creación leemos: “Dios pasó a decir: ‘Enjambren las aguas un enjambre de almas vivientes, y vuelen criaturas voladoras por encima de la tierra sobre la faz de la expansión de los cielos’. Y Dios pasó a decir: ‘Produzca la tierra almas vivientes según sus géneros, animal doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la tierra según su género’. Y llegó a ser así” (Gn 1;20) (Gn 1;24). A los peces, animales domésticos y animales salvajes se los llama en este pasaje con la misma palabra: “almas”. A las aves y otros animales también se les aplica este término en (Gn 9;10) (Lv 11;46) (Num 31;28).

La vida de la persona. A veces, la palabra “alma” se refiere a la vida de alguien. Por ejemplo, Jehová le dijo a Moisés: “Han muerto todos los hombres que buscaban tu alma” (Ex 4;19). ¿Qué era lo que buscaban los enemigos de Moisés? Querían quitarle la vida. También leemos que, muchos años antes, cuando Raquel estaba dando a luz a su hijo Benjamín, le fue “saliendo el alma de ella (porque murió)” (Gn 35;16-19). Entonces, Raquel perdió la vida. Pensemos, además, en estas palabras de Jesús: “Yo soy el pastor excelente; el pastor excelente entrega su alma a favor de las ovejas” (Jn 10;11). Jesús entregó su alma, es decir, su vida, a favor de la humanidad. En todos los anteriores pasajes, la palabra “alma” se refiere claramente a la vida de alguna persona. Encontramos más ejemplos de este sentido del término “alma” en (1Re 17;17-23) (Mt 10;39) (Jn 15;13) (Hech 20;10).

LA PALABRA “ESPÍRITU” EN LA BIBLIA

s/TJ:

Veamos ahora cómo emplean las Escrituras el término “espíritu”. Algunas personas creen que se usa como equivalente de “alma”. Pero no es así. La Biblia deja claro que el “espíritu” y el “alma” son dos cosas distintas. ¿En qué se diferencian?

Los escritores bíblicos usaron el término hebreo ruach y el griego pnéuma para referirse al “espíritu”. La propia Biblia aclara qué sentido tienen. Por ejemplo, (Sl 104;29) dirige este comentario a Jehová: “Si les quitas su espíritu [ruach], expiran, y a su polvo vuelven”. Además, (Sant 2;26) declara que “el cuerpo sin espíritu [pnéuma] está muerto”. En estos versículos, está claro que la palabra “espíritu” se refiere a lo que infunde vida al cuerpo, pues sin él estaría muerto. Por esta razón, la palabra ruach no solo se traduce en la Biblia “espíritu”, sino también “fuerza”, es decir, fuerza de vida. Así, Dios dijo lo siguiente sobre el Diluvio de Noé: “Voy a traer el diluvio de aguas sobre la tierra para arruinar de debajo de los cielos a toda carne en la cual está activa la fuerza [ruach] de vida” (Gn 6;17) (Gn 7;15) (Gn 7;22). Por consiguiente, el “espíritu” se refiere a una fuerza invisible, a la chispa de la vida que anima a todas las criaturas.

El alma no es lo mismo que el espíritu. El cuerpo necesita el espíritu para funcionar, de manera muy parecida a como un aparato de radio necesita la electricidad. Pues bien, ocurre algo parecido con el espíritu: es la fuerza que imparte vida al cuerpo. Lo mismo que la electricidad, no tiene sentimientos ni puede pensar. En efecto, el espíritu es una fuerza impersonal. Sin embargo, cuando nuestros cuerpos dejan de tener este espíritu, o fuerza vital, ocurre como dijo el salmista: “Expiran, y a su polvo vuelven”.

(Ecls 12;7) dice que, al morir el hombre, “el polvo [del cuerpo] vuelve a la tierra justamente como sucedía que era, y el espíritu mismo vuelve al Dios verdadero que lo dio”. Cuando el espíritu, o fuerza vital, abandona el cuerpo, este muere y regresa a su origen: la tierra. De igual modo, la fuerza vital regresa a su origen: Dios (Job 34;14-15) (Sl 36;9). Pero esto no quiere decir que la fuerza vital realmente viaje hasta el cielo. Más bien, significa que, cuando alguien muere, es Jehová quien decide si vivirá o no en el futuro. Por así decirlo, su vida queda en manos de Dios. El poder divino es lo único que puede devolver a alguien el espíritu, o fuerza vital, de modo que vuelva a vivir.

¡Cuánto nos tranquiliza saber que eso es lo que Dios hará con las personas que descansan en “las tumbas conmemorativas”! (Jn 5;28-29) Cuando llegue el momento de resucitarlas, Jehová les formará nuevos cuerpos y hará que vuelvan a la vida infundiéndoles espíritu, o fuerza vital. ¡Qué felicidad habrá! (“Enseña”, págs 208-211)

Por otra parte, de (Job 34;14-15) aprendemos que hay dos cosas que el hombre (o cualquier otra criatura terrestre consciente) tiene que tener para estar vivo y mantenerse así; espíritu y aliento. 

Allí leemos:  "Si (Dios) fija su corazón en cualquiera, si el espíritu (hebreo = rúach) y aliento (hebreo = neshamah) de aquél él lo recoge a sí, toda carne expirará junta, y el hombre terrestre mismo volverá al mismísimo polvo". Sabemos que el primer hombre fue formado por Dios del "polvo del suelo", es decir, los elementos tomados del terreno.  Cuando Adán fue creado, Dios hizo que los miles de millones de células de su cuerpo vivieran, que tuvieran en ellas la fuerza de vida.  Esta fuerza activa de vida es lo que aquí se quiere decir con la palabrea "espíritu" (rúach). Pero para que la fuerza de vida continuara en cada una de los miles de millones de células de Adán, necesitaban oxígeno, y esto se había de suministrar por la respiración. De modo que enseguida Dios "alentó en su nariz soplo (neshamah) de vida". Entonces los pulmones de Adán empezaron a funcionar y de ese modo a sostener por medio de la respiración la fuerza de vida que había en las células de su cuerpo (Gn 2;7).

Análisis:

Los TJ se esfuerzan en demostrar que el ser humano no tiene un alma espiritual, sino que "es un alma" —dicen—. El alma es la vida física, por consi­guiente no sobrevive al cuerpo. Esta idea es absurda ya que al lado de los poquísimos textos en los cuales se habla del alma en términos figuradamente materiales, y exclusivamente al pueblo de Israel en los tiempos de su infantil ignorancia, hay centenares de textos en la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que se refieren al alma en términos espirituales, atribuyén­dole todas las características síquicas y morales que corres­ponden al espíritu. Algunos de ellos: (Gn 27:4) (Gn49:6) (Ex 23:9) (Num 21:5) (Dt 4;9) (Dt 11:18) (Dt 12;15) (Dt 13:3) (Dt 14:26) (Dt 18:6) (Dt 28:65) (Jc 10:16) (Jc 16:16) (1Sa­m 4:9) (1Re 11:37) (2Cr 6:38) (Est 4:13) (Job 10:1) (Job 11:20) (Job 14:22) (Job 16:4) (Job 19:2) (Job 23:13) (Job 27:2-3) (Job 30:25) (Job 31:39) (Sl 6:3) (Sl 10:3) (Sl 24:4) (Sl 25:1) (Sl 34:2) (Sl 35:9) (Sl 42:1-5) (Sl 57:1) (Sl 62:1-5) (Sl 86:4) (Sl 103:1) (Sl 116:7) (Sl 123:4) (Sl 139:14) (Sl 146:1) (Pr 13:19) (Pr 14:10) (Pr 21:10) (Pr 22:23) (Pr 23:7) (Pr 25:25) (Ecls 6:2) (Is 10:18) (Is 15:4) (Is 38:15) (Is 55:3) (Is 58:5-11) (Is 61:10) (Jer 6:16) (Zac 11:8) (Mt 10:28) (Mt 26:38) (Mc 8:36) (Lc 1:46), (Lc 12:18-20) (Jn 10:24) (Hb 4:12) (Hb 6:19) (Hb 10:39) (1Pe 2:11) (2Pe 2:8) (3Jn 2) (Ap 6:9) (Ap 18:14)...

El estudio de estos textos mostrará al "estudiante de la Biblia" que sea diligente en escudriñar la Sagrada Es­critura totalmente y por sí mismo, y no tan sólo a través de las lecciones de Brooklyn, que las Sagradas Escrituras atri­buyen a la palabra "alma" todas las características del ser espiritual; los dotes del "yo" sicológico consciente, muy su­perior al cuerpo, a la sangre y a la vida misma; por más que en algunos casos, y a causa del lenguaje figurado de los hebreos, la palabra "alma" se emplee como sustituto de la palabra persona o vida.
Hallamos destacado el carácter moral y espiritual del alma humana, sobre todo, en los siguientes pasajes: "Daré mis leyes en el alma de ellos, y en el corazón de ellos las escribiré" (Hb 8:10). "Su alma y conciencia están con­taminados" (Tit: 1-15). "Nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, mas fieles para ganancia del alma". (Hb: 10-39). "Amados yo os ruego como extranjeros y peregrinos que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma (1Pe 2:11). En estos y en in­numerables pasajes de la Biblia, el alma es conceptuada no solamente como aliento vital, según pretenden los "Testigos de Jehová", sino como el verdadero yo moral, o sea, el espíritu. Por todas partes de las Sagradas Escrituras en­contramos las expresiones espíritu y alma como sinónimos de una misma cosa cuando al hombre se refieren.
Veamos de ello algunos ejemplos:
"Así dice Jehová, el que extendió los cielos y formó el espíritu que tiene dentro de sí el hombre". (Zac 12:1).
"Pero hay un espíritu en los mortales y la inspiración del Todopoderoso les da inteligencia" (Job 32:8).
"Pues quién de los hombres conoce las cosas de un hombre sino el espíritu del hombre que está en él"? (1Cor 2:11). Aquí la palabra espíritu no puede significar soplo, o "viento", como lo afirman los TJ, porque el "soplo" y el "viento" no posee facultades intelectuales.
Es vana, pues, la pretensión de que cuando el autor de Ecclesiastes dice que al fallecer el ser humano "el polvo vuelve a la tierra y el espíritu vuelve a Dios que lo dio" se refiere a un espíritu inconsciente, que nada sabe, ni de lo de abajo ni de lo de arriba, hasta el día de la resurrección. ¿En qué parte de las Sagradas Escrituras se lee de espíritus in­conscientes? Los ángeles son espíritus (Sl 104:4), y Dios es Espíritu, pero ni Dios ni los ángeles son inconscientes, sino todo lo contrario. Por tanto, tiene que ser también in­teligente el espíritu del hombre.
Procurando en vano evitar la evidencia de tantos pasa­jes bíblicos los TJ apelan al recurso de hacer una distinción entre alma y espíritu, citando (1Tes 5;23). Sin entrar en discusiones acerca del sig­nificado teológico de este texto, nos limitaremos a decir que sea cual fuere la idea del apóstol al mencionar esta especie de trinidad humana, resulta innegable que los escritores bí­blicos entienden por alma algo inmaterial. Esto resalta sobre todo en las palabras de Jesucristo que tenemos en Mateo 10:28. "Y no temáis a los que matan el cuerpo mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno." Aquí está refiriéndose el Señor Jesucristo a un estado del alma posterior y aparte del cuerpo. Resultaría un contrasentido traducir como pretenden los maestros de los TJ: mas la vida no puede matar, pues esto va implícito, ya que la vida no es una cosa en sí misma sino una cualidad del ser, ora sea física o espiritual.
“Ruach” y “pnéuma” pueden traducirse por: aire, aliento, viento, aunque su significado predominante en las Sagradas Escrituras es el de “espíritu” o ente consciente en el más alto sentido de la palabra. De hecho, según un profesor de hebreo de raza israelita, hacía notar que la palabra hebrea “ruach” tiene un triple significado, según el contexto con que se encuentra asociada: el de viento cuando ocurre en relación de cosas inanimadas; el de soplo o aliento, cuando está relacionada con animales o seres humanos en su aspecto carnal; y el de espíritu inteligente, cuando se refiere a Dios o a hombres en su aspecto superior.

(El contenido del “Análisis”, hasta este punto, es un resumen del capítulo XIII del libro titulado “Proceso a la Biblia de los Testigos de Jehová” de Eugenio Danyans).

En (Gn 2;7) leemos: “Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado”. Posteriormente nos dirá Pablo: "Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente, el postrer Adán, espíritu que da la vida" (1Cor 15;45). Pablo crea una oposición entre "psyché" (alma)  y  "pnéuma"  (espíritu). "Psychè" se refiere aquí a una cosa natural; "pnéuma" a un don sobrenatural de vida divina.  De donde Pablo enseña ciertamente la existencia en el hombre de una realidad que supera el orden material y corporal.

Y, ¿qué dice Pablo en (2Cor  1-4)?  Cuando explica la visión que tuvo hacía catorce años, del tiempo se acuerda perfectamente; el modo, en cambio, lo ignora. No sabe si fue "en el cuerpo" o "fuera del cuerpo".   ¿Qué querrá decir "fuera del cuerpo"? Pues sencillamente, que no recuerda si fue arrebatado todo él, o sólo su alma.  Si no es así, ¿qué otra cosa puede querer decir? 

También Pablo nos dice en su primera carta a los Tesalonicenses: “Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Tes 5;23). Y es que a veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Pero esta distinción no introduce una dualidad en el alma. “Espíritu” significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios”.

Así, aquellos que son hijos de Dios bautizados –cuerpo y alma– por el hecho de ser templos de Dios, poseen un “lugar” donde Dios habita. Es posible decir también que el lugar donde Dios habita en cuanto Espíritu Santo es lo que se llama “espíritu”.

El alma como un todo es responsable de diversas cosas: inteligencia, voluntad, fantasías, etc., pero ni siquiera es ahí es el lugar donde Dios habita. Este es el lugar más profundo del hombre, donde él es él mismo de tal forma que no es más él sino Dios. “Interior intimo meo”, como definió san Agustín.

El ser humano no fue abandonado a sí mismo, naturaleza pura. Dentro de su naturaleza existe otra naturaleza, la sobrenatural, la presencia de Dios. La naturaleza agraciada por Dios (en los paganos es la gracia de Dios).

Pero los bautizados poseen una consistencia aún mayor, pues pueden y deben reconocer que son hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.

En el Antiguo Testamento, durante mucho tiempo no se habló de la “resurrección de la carne”. Al contrario, se creía que la persona vivía en el sheol de una manera sombría.

A pocos, Dios les fue revelando que aquellas “sombras” en realidad continuaban teniendo personalidad y que los buenos eran bendecidos y los malos castigados.

La idea de que al final de su vida la persona era recompensada –aunque aún no se hablara de resurrección– era muy clara en el Antiguo Testamento como un segundo paso, ya en la época de los profetas.

El tercer paso comienza a surgir. Tras la muerte, al final de los tiempos, el cuerpo y el alma se unirán y habrá la resurrección de los muertos. Poco después viene el Nuevo Testamento.

Nuestro Señor Jesucristo dice al Buen Ladrón en la Cruz: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23;43). Ahora, el “hoy” del que habla sólo puede referirse al alma del Buen Ladrón, pues el cuerpo, evidentemente, será sepultado, así como el cuerpo de Jesús también lo fue.

En el Nuevo Testamento cuando una persona muere existe un castigo eterno o una recompensa eterna y al final de los tiempos existirá también la resurrección de los muertos. Es una clara distinción entre el cuerpo y el alma.

Todos los seres vivientes son combinaciones de "polvo de la tierra" y "aliento de vida" de tal modo que "el cuerpo sin el espíritu está muerto" (Sant 2;26) y cuando surge la muerte se torna al polvo a la tierra que antes era, y retorna a Dios el espíritu que Él le dio (Ecls 12;7).  Este pensamiento se ve claro en (Sl 104;29-30) (Jb 34;14-15).
En los días del Eclesiastés más bien parece que se opinaba que el de los animales se perdía en la tierra, mientras que el del hombre, conforme parece requerir su dignidad, volvía a Dios. Cohelet, se permite poner en duda esta manera de pensar y, en consecuencia, pone en tela de juicio, el que exista, desde este punto de vista, diferencia entre el hombre y la bestia.
Dado que al  final del libro reconoce (Ecls 12;7), que  el espíritu del hombre retorna a Dios,  tal  vez la  duda  de  Cohelet  recaiga principalmente en si  el espíritu de la bestia baja  a la tierra o sube, como  el del  hombre a Dios, en cuyo  caso la  suerte del hombre y la bestia sería idéntica no  sólo en cuanto a la muerte y la  disolución del  cuerpo en  el  polvo, sino,  también, en cuanto al mismo aliento de vida.
El hombre, los peces, las aves y los animales son almas vivientes. Pero en la formación del hombre (Gn 1;26) se dice que Dios lo creo "a imagen y semejanza suya", con lo que se proclama claramente su dignidad y elevación sobre el resto de los animales.
LA SANGRE ES EL ALMA
s/TJ:
¿Está obligado un cristiano a aceptar una transfusión de sangre simplemente por mandato de un tribunal? El cristiano verdadero gobierna su vida mediante las leyes de Dios, obedeciendo todas las leyes humanas que no están en pugna con las de Dios (Mc 12;17). De interés para los cristianos es la ley de Dios dada al antiguo Israel: "Queda firmemente resuelto a no comer la sangre, porque la sangre es el alma y no debes comer el alma con la carne." (Dt 12;23) De modo que Dios esperaba que los israelitas estuvieran 'firmemente resueltos' a no comer sangre, aun si alguien, tratara de obligarlos a comerla. Vea también (Gn 9;4) (Lv 17;11-14).
¿Es diferente hoy la situación para los adoradores de Jehová?  No, porque la ley divina concerniente a la sangre aún es la misma, así como se declara en las Escrituras Griegas Cristianas: "Al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que se abstengan de cosas sacrificadas a ídolos y de sangre y de cosas estranguladas y de fornicación." (Hech 15;28-29).
Sírvase notar que esta prohibición sobre el uso de la sangre para alimentar el cuerpo humano está enlazada con la prohibición de lo que equivale a idolatría. Bueno, ¿cometería usted un acto de idolatría si se lo ordenara un tribunal? Si un juez le ordenara a usted que se inclinara ante un ídolo, ¿lo haría usted, o estaría usted firmemente resuelto a poner en primer lugar la ley de Dios, obedeciendo a Dios como gobernante más bien que a los hombres? (Hech 5;29) Los cristianos primitivos rehusaron demandas de que ellos ejecutaran actos idólatras, aunque eso resultó en la muerte en una arena romana. De modo que hoy los cristianos dedicados tienen que estar tan firmemente resueltos a obedecer a Dios como lo estuvieron los israelitas fieles y los cristianos primitivos. (“La Atalaya” de 15.2.68, pág 127)
Análisis:
Una doctrina característica de los TJ  que les ha llevado a grandes conflictos con la ciencia mé­dica desde que la medicina moderna emplea las transfusio­nes de sangre para salvar la vida a enfermos graves, son las prohibiciones de comer sangre que se encuentran en (Gn 9;4) (Lv 3;17) (Lv17:11 y (Dt 12;23). Pero no se dan cuenta de que estos textos tenían por ob­jeto infundir a los hombres primitivos respeto por la vida humana, dando a la sangre un carácter misteriosamente sa­grado. No puede, pues, decirse en un sentido literal que la sangre sea la vida de los seres. Hay que entender el lenguaje figurado de la Biblia. Sabemos que hay vida vegetal sin sangre; y había vida animal mucho antes de que existieran grupos de células que necesitaran del auxilio de la corriente sanguínea para subsistir. La sangre no es, pues, el secreto de la vida, sino un maravilloso producto de la vida organizada de las células. No descubrimos en este precioso y utilísimo elemento, ninguna de las características de la mente y del espíritu. La sangre, por sí misma, no puede pensar, no tiene autodeterminación, que es la gloria y característica del espíritu. Dejada en un vaso se corrompe, no puede escapar a las condiciones y limitaciones de la materia.


¿Por qué entonces la Sagrada Escritura llama alma a la sangre? Ello es nada más que un ejemplo, una figura retórica que llamamos sinécdoque para enfatizar el respeto a la vida de nuestros semejantes, pues ciertamente la sangre, mientras se halla unida al cuerpo, es la vida del cuerpo, lo que le reanima y vivifica. Pero que la sangre no puede ser, ni es literalmente, el alma o la vida espiritual, el "yo" del ser humano (es decir, que no posee en sí las características espirituales que caracterizan el alma espiritual del hombre), lo demuestra el empleo que la Biblia hace de la pa­labra alma atribuyéndole las características del espíritu.
La palabra "sangre" no es sinónimo de alma
Si la sangre fuese realmente el alma del hombre, en el sentido espiritual, como pretenden los TJ citando es­tos textos figurativos del Antiguo Testamento, si alma, vida y sangre, fueran realmente sinónimos, como ellos tratan de explicarnos, se podría sustituir una palabra por otra sin alterar el sentido, como ocurre con todos los sinónimos gra­maticales. Podemos por ejemplo sustituir hombre por per­sona; dama por señora; espíritu por alma, sin que resulte ningún absurdo, pero de ninguna manera podemos sustituir alma por sangre, porque ambas no son la misma cosa, ni poseen las mismas cualidades.
Veamos de ello algunos ejemplos: Jesús dice en (Mt 36;38) o en (Mc 14;34): "Está muy triste mi alma hasta la muerte". ¡Qué grosero absurdo no resultaría de sustituir la palabra "alma" por "sangre" en este y muchísimos otros pasajes! Lo cierto es que si hay tres o cuatro textos en los cuales se dice que la sangre es el "alma" del hombre (para indicar que es un elemento vital del ser humano), hay más de cien que afirman positivamente lo contrario, atribuyéndole al alma del hombre sentimientos y características espiri­tuales que de ningún modo pueden ser aplicados a la sangre.
Todos estamos habituados a usar sinécdoques en nuestros escritos y en nuestra conversación, sin que ello nos lleve a ninguna confusión o absurdo. Por ejemplo, decimos que el pastor tenía quinientas cabezas de ganado y nadie se imagina que se trata de cabezas aisladas sino de reses en­teras. De la misma manera es usada la palabra sangre por los escritores del Antiguo Testamento, no para significar una cosa tan absurda como que la sangre es el alma, o sea el "yo" espiritual del cuerpo; sino que la sangre es un elemento vital del cuerpo, portadora de elementos indispen­sables para la vida humana. Y para que los hombres primi­tivos e ignorantes de los tiempos bíblicos, se abstuvieran de cometer crímenes de sangre, se les prohíbe comerla; del mismo modo que se les prohíbe tocar a un muerto o se les declara inmundos después del acto conyugal, para infundirles un sentimiento de respeto a estas cosas y evitar abusos con­trarios a los mandatos morales de la ley divina, mediante tales lecciones objetivas, que requería su infantilismo mental.
(El contenido de este último “Análisis”, es parte del capítulo XVIII del libro titulado “Proceso a la Biblia de los Testigos de Jehová” de Eugenio Danyans).