Desarrollo de este título según la Biblia:
En la Biblia, como
hemos visto, el individuo suele ser considerado -antes del exilio- como miembro
de una colectividad, y por eso sus actos tienen una resonancia social. Los grandes profetas
preexílicos comenzarán a luchar contra esta desmedida concepción solidarista
(Is 4;3) (Is 10;20-22) subrayando las exigencias de la responsabilidad
individual, aunque será después del destierro babilónico, deshecha la comunidad
nacional, cuando la teología israelita se orientará más hacia el individualismo
y la responsabilidad personal.
La catástrofe del
587, cuando Nabucodonosor destruye Jerusalén y deporta al rey a sus familiares
y a la mayoría de los judíos, hizo que entraran en colapso muchos sueños
colectivos, y los israelitas se replegaron más sobre sí mismos, sobre sus
problemas individuales.
Por otra parte, el
principio de las sanciones colectivas no llega a explicar los hechos de una
manera evidente.
¿Por qué, por
ejemplo, el rey Josías, que había renovado la Alianza siguiendo los términos
mismos del Deuteronomio y había organizado en su país un verdadero "orden
moral", perece prematuramente en el campo de batalla provocando el
desastre nacional? (2Cr 35;20) (2Re
23;21-30).
¿Por qué, se queja
Habacuc, Yahvé castiga a Judá, relativamente justa, al lado de la injusta
Babilonia? (Hab 1;13)
Cuando Yahvé decide
castigar a Sodoma y Gomorra, Abraham, llevado de un sentimiento elemental de
justicia mantiene un diálogo personal con el propio Yahvé, intercediendo por
aquellas ciudades, en el que se entremezcla la creencia en el premio y castigo
en la tierra y la duda de que el carácter colectivo de las sanciones sea una
prueba de la justicia divina. Este conocido
pasaje se inicia con una pregunta y una reflexión de Abraham a Yahvé que deja
planteado el problema: "¿Pero vas a
exterminar juntamente al justo con el malvado?... el juez de la tierra toda,
¿no va a hacer justicia? ..."
(Gn 18;23-33) Pero al fin... "por
sus maldades, Dios destruye las ciudades de Sodoma y Gomorra" (Gn 19;
15-29)
Pero es sobre todo a
los profetas de la cautividad, a Jeremías y a Ezequiel, a quienes se debe la
proclamación insistente de la responsabilidad individual ante Dios. En oposición con las antiguas amenazas de Yahvé
en el Sinaí de castigar los pecados de los padres en los hijos (Ex 20;5) (Ex
34;7). Ezequiel, más que nadie, ha
inculcado sistemáticamente y con una casuística detallada esta doctrina de la
retribución individual (Ez 14;12-20) (Ez 18) como resultado de la estricta
justicia de Dios.
El deuteronomista en
(Dt 24;16) perfila mejor la responsabilidad y, conforme a la predicación de los
profetas, proclama que cada uno responderá de su pecado y que los hijos no
serán castigados por los pecados de los padres, y viceversa: "No morirán los padres por la culpa de
los hijos, ni los hijos por la culpa de los padres; cada uno sea condenado a
muerte por sus pecados".
De ahora en adelante
cada uno será castigado por sus propios pecados y recompensado por su justicia
personal. El capítulo 18 del profeta
Ezequiel desarrolla la teoría individualista de la sanción y marca un momento
decisivo en la evolución de la retribución.
Los tiempos estaban maduros para esta revolución espiritual: la nación
acababa de ser destruida, las esperanzas recaían ahora sobre los individuos
desarraigados del propio suelo, a quienes el profeta invitaba a la conversión
personal.
Es falsa la creencia
de que el hijo pertenece al padre, y, por lo tanto, que aquél debe ser
solidario de las obras de este. En
realidad, las almas o personas pertenecen sólo a Dios quien las trata conforme
a sus obras: "Mías son las almas
todas; lo mismo la del padre que la del hijo, mías son, y el alma que pecare,
ésa perecerá" (Eze18;4). La muerte física era el máximo castigo en una
época en que no se conocía la retribución en ultratumba. Dios, pues, hará que el pecador sufra muerte
prematura en castigo de sus pecados. (Dt 7) (Dt 8; 6-20) (Dt 9; 22-29) (Lv 20;
1-5) (Gn 38;6-10)
Los contemporáneos de
Jeremías y de Ezequiel (s VII-VI aC) se quejan de que los "padres comieron las agraces" y ellos "sufren la dentera" (Jr 31;29) (Eze
18;2). En el futuro no será así, sino
que cada uno responderá de sus buenas o malas acciones (Eze18) y (Eze33). Los hijos
no expiarán ya los crímenes de los padres, "ya no se dirá: 'los padres
comieron las agraces y son los hijos quienes padecen la dentera', sino que cada
cual será juzgado únicamente por sus propias culpas y el que comiere los
agraces ése tendrá la dentera" (Jr 31;29-30). Es un gran progreso, pues se destacan los problemas individuales, con sus responsabilidades
propias, y, en efecto, en la literatura sapiencial el interés del individuo
prevalece sobre el de la colectividad, y así empieza a preocupar, sobre todo,
el destino del hombre en ultratumba y la retribución en el más allá. Sin embargo, ya el rey Amasías procuró
adaptarse a la ley de justicia formulada en el Deuteronomio, al no ensañarse
con los hijos de los asesinos de su padre (2Re 14;6).
Estas enseñanzas
dejaban abierta la puerta para una especulación más ceñida en que cada alma
recibiera su salario propio conforme a sus obras en el mundo del más allá. Era el camino que Dios preparaba para completar
los pasos de su "revelación progresiva".
Véase las palabras de
Juan y del propio Jesús con relación a este tema, cuando recriminan a los
judíos su continuo alarde de que son hijos de Abraham y, por tanto, (por
solidaridad) poseedores de la promesa de formar parte del pueblo elegido (Mt
3;9) (Jn 8;31-59).