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jueves, 20 de julio de 2017

LA RETRIBUCION SOLIDARIA NO ESTA DE ACUERDO CON LA JUSTICIA DIVINA


Desarrollo de este título según la Biblia:

En la Biblia, como hemos visto, el individuo suele ser considerado -antes del exilio- como miembro de una colectividad, y por eso sus actos tienen una   resonancia social. Los grandes profetas preexílicos comenzarán a luchar contra esta desmedida concepción solidarista (Is 4;3) (Is 10;20-22) subrayando las exigencias de la responsabilidad individual, aunque será después del destierro babilónico, deshecha la comunidad nacional, cuando la teología israelita se orientará más hacia el individualismo y la responsabilidad personal.

La catástrofe del 587, cuando Nabucodonosor destruye Jerusalén y deporta al rey a sus familiares y a la mayoría de los judíos, hizo que entraran en colapso muchos sueños colectivos, y los israelitas se replegaron más sobre sí mismos, sobre sus problemas individuales.

Por otra parte, el principio de las sanciones colectivas no llega a explicar los hechos de una manera evidente.

¿Por qué, por ejemplo, el rey Josías, que había renovado la Alianza siguiendo los términos mismos del Deuteronomio y había organizado en su país un verdadero "orden moral", perece prematuramente en el campo de batalla provocando el desastre nacional?  (2Cr 35;20) (2Re 23;21-30).

¿Por qué, se queja Habacuc, Yahvé castiga a Judá, relativamente justa, al lado de la injusta Babilonia?  (Hab 1;13)

Cuando Yahvé decide castigar a Sodoma y Gomorra, Abraham, llevado de un sentimiento elemental de justicia mantiene un diálogo personal con el propio Yahvé, intercediendo por aquellas ciudades, en el que se entremezcla la creencia en el premio y castigo en la tierra y la duda de que el carácter colectivo de las sanciones sea una prueba de la justicia divina.  Este conocido pasaje se inicia con una pregunta y una reflexión de Abraham a Yahvé que deja planteado el problema: "¿Pero vas a exterminar juntamente al justo con el malvado?... el juez de la tierra toda, ¿no va a hacer justicia? ..."  (Gn 18;23-33) Pero al fin... "por sus maldades, Dios destruye las ciudades de Sodoma y Gomorra" (Gn 19; 15-29)

Pero es sobre todo a los profetas de la cautividad, a Jeremías y a Ezequiel, a quienes se debe la proclamación insistente de la responsabilidad individual ante Dios.  En oposición con las antiguas amenazas de Yahvé en el Sinaí de castigar los pecados de los padres en los hijos (Ex 20;5) (Ex 34;7).   Ezequiel, más que nadie, ha inculcado sistemáticamente y con una casuística detallada esta doctrina de la retribución individual (Ez 14;12-20) (Ez 18) como resultado de la estricta justicia de Dios.

El deuteronomista en (Dt 24;16) perfila mejor la responsabilidad y, conforme a la predicación de los profetas, proclama que cada uno responderá de su pecado y que los hijos no serán castigados por los pecados de los padres, y viceversa: "No morirán los padres por la culpa de los hijos, ni los hijos por la culpa de los padres; cada uno sea condenado a muerte por sus pecados".

De ahora en adelante cada uno será castigado por sus propios pecados y recompensado por su justicia personal.  El capítulo 18 del profeta Ezequiel desarrolla la teoría individualista de la sanción y marca un momento decisivo en la evolución de la retribución.  Los tiempos estaban maduros para esta revolución espiritual: la nación acababa de ser destruida, las esperanzas recaían ahora sobre los individuos desarraigados del propio suelo, a quienes el profeta invitaba a la conversión personal.

Es falsa la creencia de que el hijo pertenece al padre, y, por lo tanto, que aquél debe ser solidario de las obras de este.  En realidad, las almas o personas pertenecen sólo a Dios quien las trata conforme a sus obras: "Mías son las almas todas; lo mismo la del padre que la del hijo, mías son, y el alma que pecare, ésa perecerá" (Eze18;4). La muerte física era el máximo castigo en una época en que no se conocía la retribución en ultratumba.  Dios, pues, hará que el pecador sufra muerte prematura en castigo de sus pecados. (Dt 7) (Dt 8; 6-20) (Dt 9; 22-29) (Lv 20; 1-5) (Gn 38;6-10) 

Los contemporáneos de Jeremías y de Ezequiel (s VII-VI aC) se quejan de que los "padres comieron las agraces" y ellos "sufren la dentera" (Jr 31;29) (Eze 18;2).   En el futuro no será así, sino que cada uno responderá de sus buenas o malas acciones (Eze18) y (Eze33). Los hijos no expiarán ya los crímenes de los padres, "ya no se dirá:  'los padres comieron las agraces y son los hijos quienes padecen la dentera', sino que cada cual será juzgado únicamente por sus propias culpas y el que comiere los agraces ése tendrá la dentera" (Jr 31;29-30).  Es un gran progreso, pues   se destacan los problemas   individuales, con sus responsabilidades propias, y, en efecto, en la literatura sapiencial el interés del individuo prevalece sobre el de la colectividad, y así empieza a preocupar, sobre todo, el destino del hombre en ultratumba y la retribución en el más allá.  Sin embargo, ya el rey Amasías procuró adaptarse a la ley de justicia formulada en el Deuteronomio, al no ensañarse con los hijos de los asesinos de su padre (2Re 14;6). 

Estas enseñanzas dejaban abierta la puerta para una especulación más ceñida en que cada alma recibiera su salario propio conforme a sus obras en el mundo del más allá.   Era el camino que Dios preparaba para completar los pasos de su "revelación progresiva".

Véase las palabras de Juan y del propio Jesús con relación a este tema, cuando recriminan a los judíos su continuo alarde de que son hijos de Abraham y, por tanto, (por solidaridad) poseedores de la promesa de formar parte del pueblo elegido (Mt 3;9) (Jn 8;31-59).