DOCTRINA PROTESTANTE
s/TJ:
La
Biblia insta a todos los cristianos a que “hablen de
acuerdo” y a que “unidos en la misma posean un sola forma de pensar”
(1Cor 1;10). Esto nos
lleva a una pregunta muy importante: ¿Sobre qué base deberían estar
unidos los cristianos? Los católicos alegan que la unidad se puede lograr por
medio de aceptar las declaraciones de la jerarquía eclesiástica. Muchas
confesiones protestantes hacen la misma alegación, pero sustituyen los credos
católicos con sus propios credos, como la “Confesión de Augsburgo”, y
sustituyen la jerarquía católica con la protestante.
Es
cierto que es posible imponer la unidad basada en declaraciones de hombres,
pero ¿qué hay si dichos hombres imperfectos están equivocados respecto a las
vitales creencias cristianas? ¿De fundamentales qué vale tal clase de unidad?
¿Agrada a Dios? ¿Cómo podría agradarle si, como Jesucristo señaló, Dios quiere
que se le adore “con espíritu y con verdad” (Jn 4;23-24)?
Los
fariseos del primer siglo estaban unidos en sus creencias, pero Jesús dijo que
su adoración era en vano ‘porque enseñaban mandatos de hombres como
doctrinas’ (Mt 15;9).
Sí,
todos los cristianos tienen que estar unidos en cuanto a lo que creen, pero lo
que creen también tiene que ser la verdad. El perder la verdad es un precio
demasiado alto para alcanzar la unidad entre diferentes iglesias. ¿Dónde se
puede hallar la verdad? No en los credos de las organizaciones religiosas, sino
en la Palabra de Dios, tal como
Jesús confirmó en oración a su Padre, al decir: “Tu palabra es la verdad”
(Jn 17;17). El apóstol
Pablo lo expresó como sigue: “Toda Escritura es inspirada de Dios y
provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas” (2Tim 3;16).
La norma de la verdad religiosa para
los cristianos solo puede ser la Palabra de Dios, la Biblia.
(¡Despertad! 1984 22/4, pág
18-20)
Análisis:
A continuación del texto
anterior, los TJ comparan varios puntos de la doctrina de la Confesión de Augsburgo
con la que emana de la Biblia, llegando a la conclusión de que se trata de una
serie de creencias que en realidad no se encuentran en la Biblia y, por tanto,
no se puede usar como base para la unidad cristiana.
Démosles un vistazo a todas ellas:
Doctrina de la Trinidad. La
Confesión de Augsburgo dice: La Trinidad está compuesta de “Tres personas de
la misma esencia y poder”.
No es aceptable, dicen los TJ, “porque
el Hijo únicamente hace lo que ve hacer al Padre” (Jn 5;19). ¿Y es que -pregunto-
puede hacer algo más? ¡Entonces sería un Dios superior! Hace lo mismo que el
Padre porque uno y otro son de la misma naturaleza divina.
Cuando Jesús habla desde su
naturaleza humana (Jn 14;28) es lógicamente inferior al Padre: “Porque el
Padre es mayor que yo”. Fijémonos
que Jesucristo no dijo “… porque Dios es mayor que yo”.
Es, pues, cierto que, como hemos
visto, algunas veces Jesús expresó limitaciones de carácter humano, resultando
el Padre superior al Hijo: (Mt 24;36) (Mt 26;39) (Mc 14;36) (Lc 22;42) (Mc
26;39-42) (Mt 27:46) (Mc 15;34) (Jn 14;28). Pero estas referencias pueden
contrastarse con las que Jesús, en otros momentos muestra su divinidad igual
que el Padre: (Mt 18;20) (Jn 2;25) (Jn 10;38) (Jn 14;9-11) (Jn 17;21) (Jn
10;30) (Mt 11;27) (Jn 14;8-9) (1Cor 8;6). Si no es así, ¿cómo deben
interpretarse estos contrastes en las palabras de Jesús?
Bautismo de infantes. La
Confesión de Augsburgo recomienda el bautismo de infantes.
No es aceptable, dicen los TJ,
“porque la Biblia indica que solo se debería bautizar a las personas que tengan
suficiente edad como para llegar a ser discípulos”
Las referencias bíblicas que
aportan los TJ no dicen explícitamente que los niños no deben ser bautizados.
Los niños, puesto que nacen con
una naturaleza humana caída y manchada por el pecado de Adán, necesitan también
el nuevo nacimiento en el Bautismo para poder ser librados del poder de las
tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col
1;12-14), a la que todos los hombres son llamados.
Veamos como Jesucristo trataba a
los niños que se le acercaban (Mt 19;13-15) (Mc 10;13-16) (Lc 18;15-17).
Jesucristo los abrazaba y bendecía e imponiéndoles las manos decía a los
apóstoles: Dejad que los niños vengan a mí y no los estorbéis, porque de los
tales es el Reino de Dios (o de los cielos). En verdad os digo: quien no reciba
el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. ¿Está Jesucristo negando
el bautismo a los niños?
La práctica de bautizar a los
niños pequeños es una tradición inmemorial en la Iglesia primitiva que está
atestiguada explícitamente desde el siglo II. Es incluso muy posible que, desde
el comienzo de la predicación apostólica, cuando “casas” enteras recibieron el
bautismo (Hech 16;15) (Hech 16;33) (Hech 18;8) (1Cor 1;16), se haya bautizado
también a los niños.
Tanto Orígenes, como, Ireneo,
Hipólito, Justino, etc. mencionan en sus homilías o escritos como un acto
normal y legítimo, con el bautismo de los adultos, el de los niños incapaces de
hacer personalmente un acto de fe.
Tomar parte en guerras justas.
La Confesión de Augsburgo permite que los cristianos tomen parte en guerras
justas.
No es aceptable dicen los TJ.
Jesucristo dijo: “Mi reino no es parte de este mundo. Si mi reino fuera
parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera
entregado a los judíos” (Jn 18;36). Advirtió que, “los que toman la
espada, perecerán por la espada” (Mt 26;52)
Pero hay que tener en cuenta que “las
guerras justas siempre son al servicio de la autoridad. Y no hay autoridad sino
por Dios. Haz el bien y tendrás su aprobación, porque es ministro de Dios para
el bien. Pero si haces el mal, teme, que no en vano lleva la espada. Es
ministro de Dios vengador para castigo del que obra el mal” (Rom 13;1-7).
Una observación importante debe
hacerse, y es que Pablo se fija en las autoridades constituidas de hecho, sin
aludir al modo como llegaron al poder. Es cuestión que no considera. Tampoco
considera el caso en que esas autoridades manden cosas injustas; más bien
supone que el Estado se mantiene dentro de sus límites, aprobando el bien y
reprimiendo el mal, y es solo en esa hipótesis como tienen aplicación su
doctrina. Para el caso de injusticia y de abuso de poder, tenemos la respuesta
tajante de Pedro ante una orden del sanedrín: “Es preciso obedecer a Dios
antes que a los hombres” (Hech 5;29).
Fuego del infierno. La
Confesión de Augsburgo acepta esta doctrina y declara que los hombres impíos y
los demonios serán condenados a tormentos eternos.
No es aceptable dicen los TJ. De
hecho, la Biblia dice que “el salario que el pecado paga es muerte”, no
tormento (Rom 6;23). Por otra parte, la Biblia muestra claramente que los
muertos no pueden ser atormentados, pues “no están consciente de nada en
absoluto” (Ecles 9;5).
Pero hemos de decir a los TJ que, ante el cometimiento de un mal, debemos tener en cuenta que “un principio fundamental hasta de la justicia
humana es que el precio que se paga debe corresponder con el mal que se haya
cometido” (¿Debería creer usted en la Trinidad?, pág. 15) y que el valor de
este mal depende siempre en última instancia de la persona que sufre el mal, no
del causante. Véanse ejemplos en (Ex 21;12-17) (Lev 24;15-16).
En el caso del pecado de Adán, el
mal cometido ha sido comer del fruto expresamente prohibido, desobedeciendo con
ello al todopoderoso Jehová Dios y rebelándose contra Él, que, finalmente es el
que resulta dañado y debe ser desagraviado.
Los testigos de Jehová no llegan
a comprender este hecho cuando al valorar el pecado de Adán razonan
escribiendo: “Quien pecó en Edén fue solo un humano perfecto, Adán, no Dios.
Para que en verdad el rescate esté en conformidad con la justicia de Dios,
tendría que ser estrictamente equivalente, o sea, un humano perfecto”
(¿Debería creer usted en la Trinidad? pág. 15).
¡No! El razonamiento no es
correcto. Efectivamente, quien pecó en Edén fue Adán, un humano (y si se quiere
un humano perfecto), pero esto no importa. Lo que realmente importa es que el
ofendido ha sido el propio Dios y, por tanto, este es el que ha de ser
desagraviado recibiendo un rescate equivalente al daño causado.
Y ahí es cuando la infinitud de
Dios da tal valor al pecado cometido que hace imposible al hombre, ni siquiera
con la muerte de toda la humanidad, resarcir el daño causado. Solamente sería
posible si la humanidad pagara su pecado mediante la eternidad de su castigo (la
muerte) de un modo consciente. Y si está consciente, ¡el tormento será terrible!
Por esta razón, Jesucristo, que
es hombre/Dios, es el único que pudo librarnos ¡salvarnos! de esta situación,
mediante su propio sacrificio. Y así lo hizo.
Por el amor, por la misericordia
divina, por el conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo y por el valor del sacrificio
de este, Adán y cada uno de nosotros, aunque muramos aquí en la tierra, podemos
ser salvos recibiendo en su momento la vida eterna en el cielo.
Los TJ nos han dicho que la
Biblia muestra claramente que los muertos no pueden ser atormentados, pues “no
están conscientes de nada en absoluto” (Ecles 9;5).
Estas últimas palabras pueden dar lugar a falsas interpretaciones, si no se tiene en cuenta el contexto de la frase. Cohelet -el autor de Eclesiastés- contrapone sencillamente la condición de los vivos y la condición que, según la concepción del Antiguo Testamento, esperaba a los muertos, y es en contraste con ésta como hay que interpretar aquella. Los vivos saben que han de morir, es decir viven todavía y pueden disfrutar de los bienes y felicidad que Dios les conceda en esta vida, tan querida por más que esté llena de miserias, mientras que los muertos ya no saben nada; más aún, al cabo de cierto tiempo ni memoria queda de ellos entre los vivos, de modo que ya no cuentan para nada, lo que constituye para Cohelet gran desilusión. El autor no pone en duda o niega la inmortalidad del alma y la retribución futura, sino que la ignora, y compara la condición de los vivos con la de los muertos conforme a sus concepciones respecto del Sheol.
Después de rebatir las referencias
que, según los TJ demuestran que las doctrinas de la Conferencia de Augsburgo no
son aceptables desde el punto de vista bíblico, podríamos finalizar lanzando a
los TJ la misma expresión con la que finalizan el artículo de ¡Despertad!, pero
me parece más cristiano un simple “¡Animo! ¡Dios está con todos nosotros!”