¿Qué enseña realmente la Biblia? CAPÍTULO 11 ¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL SUFRIMIENTO? EL MAL. EL DOLOR.
s/TJ:
Mucha gente de distintas religiones ha preguntado a sus líderes y maestros religiosos por qué sufrimos tanto. La respuesta que suelen darles es que esa es la voluntad de Dios y que él ya determinó hace mucho tiempo todo lo que iba a suceder, hasta las desgracias. A muchas personas les han dicho que los caminos de Dios son misteriosos o que Dios se lleva a la gente, incluso a los niños, para que estén con él en el cielo. Sin embargo… Jehová nunca causa nada malo. La Biblia dice: "¡Lejos sea del Dios verdadero el obrar inicuamente [o con maldad], y del Todopoderoso el obrar injustamente!" (Jb 34;10). (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114) (“La Atalaya” 1/7/2014, pág 4-6) (“¡Despertad”, 22/4/1968, pág 27)
Las respuestas que,
según los TJ, han dado “líderes y maestros religiosos” a la pregunta “¿por qué
sufrimos tanto?”, no son, desde luego, muy acertadas. Pero hay muchos más líderes, en el mundo cristiano que dan otras respuestas mucho más acertadas, como podría ser la siguiente:
Dios es
infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a
la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza. Y sobre todo a
la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal?
Dios creó al hombre
a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no
puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo
que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol del conocimiento
del bien y del mal, "porque el día
que comieres de él, morirás" (Gn 2;17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca
simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe
reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador,
está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el
uso de la libertad.
El hombre, tentado
por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (Gn 3;1-11)
y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto
consistió el primer pecado del hombre (Rom 5;19). En adelante, todo pecado será
una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
La Escritura
muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva
pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (Rm 3;23). Tienen miedo
del Dios (Gn 3;9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso
de sus prerrogativas (Gn 3;5).
La armonía en la
que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida;
el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (Gn
3;7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (Gn 3;11-13);
sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (Gn 3;16). La armonía
con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y
hostil (Gn 3;17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm
8;21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia
(Gn 2;17), se realizará: el hombre "volverá
al polvo del que fue formado" (Gn 3;19). La muerte hace su entrada en
la historia de la humanidad (Rm 5;12).
Todos los hombres
están implicados en el pecado de Adán. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores" (Rm 5;19): "Como
por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así
la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..."
(Rm 5;12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la
universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la
condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura
a todos una justificación que da la vida" (Rm 5;18).
Siguiendo a Pablo, hemos de decir que la inmensa miseria que oprime a los
hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión
con el pecado de Adán.
¿Cómo el pecado de
Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es
en Adán "Como el cuerpo único de un único hombre", según el filósofo Tomás de Aquino en Mal. 4,1). Por esta "unidad del
género humano", todos los hombres están implicados en el pecado de
Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la
transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender
plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad
y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana:
cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta
a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (Cc. de Trento: DS 1511-12).
Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir,
por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la
justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado
"contraído", "no cometido",
un estado y no un acto.
Aunque propio de
cada uno (Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún
descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad
y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida:
está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento
y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada
"concupiscencia"). El
Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y
devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada
e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
Y es que por el
pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el
hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía
el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Hb 2;14).
Las consecuencias
del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren
al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la
expresión de Juan: "el pecado del
mundo" (Jn 1;29).
s/TJ:
¿Sabe por
qué las personas cometen el error de culpar a Dios de todos los sufrimientos?
En muchos casos, porque creen que el Dios todopoderoso es el gobernante de este
mundo. No conocen una sencilla pero importante verdad que enseña la Biblia. Nos
referimos a que el verdadero gobernante de este mundo es Satanás.
La Biblia
dice claramente que "el mundo entero
yace en el poder del inicuo", el Diablo (1 Jn 5:19). ¿Verdad que eso
lo explica todo? El mundo refleja la personalidad del espíritu invisible que
"está extraviando [o engañando] a
toda la tierra habitada" (Revelación [Apocalipsis] 12;9). Satanás
actúa con engaño, odio y crueldad. Por eso el mundo, que se encuentra bajo su
control, está lleno de engaño, odio y crueldad. Esa es la primera razón por la
que hay tanto sufrimiento. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114)
Análisis:
Esta situación
dramática del mundo que "el mundo todo
está bajo el maligno" (1Jn 5;19) (1Pe 5;8), y de la que ya hemos hecho
mención, hace de la vida del hombre un combate: A través de toda la historia
del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas
que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según
dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente
para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de
Dios, es capaz de lograrlo. De hecho en 1Jn 5;18, el versículo anterior, se dice
que el fiel nacido de Dios, mientras se mantenga firme en su condición de hijo de Dios, no pecará (Jn 3;6) (1Jn 3;9)
(1Jn 2;29, 3;7, y 4;7). El maligno no le podrá alcanzar, porque Jesucristo le
guarda de todo mal (Jn 10;28) (Jn 16;33) (Jn 17;11-15).
s/TJ:
La
segunda razón –por la que hay tanto sufrimiento- es que desde que el hombre se
rebeló en el jardín de Edén, es imperfecto y pecador. Por lo tanto, le atrae el
poder y lucha por obtenerlo, lo que ha traído guerras, opresión y sufrimiento
(Eclesiastés 4;1, 8;9). La tercera razón por la que sufrimos es lo que la
Biblia llama "el tiempo y el suceso imprevisto" (Eclesiastés 9:11).
Como este mundo no está gobernado por Jehová, no cuenta con su protección. Así
que la gente puede sufrir daño por encontrarse en cierto lugar en un mal
momento. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114)
Análisis:
No puede decirse
que este mundo no está gobernado por Dios, que no cuenta con su protección. Si
fuera así, el mundo sería en su totalidad un verdadero caos. Dios ha dado libre
albedrío al hombre –a la gente buena y a los inicuos- y por tanto permite que
lo ejerzan sin imposiciones puntuales de ninguna clase. Y por esto el hombre debe
mantener –como ya hemos dicho- una batalla constante entre el bien y el mal que
se le ofrecen.
s/TJ:
Es un
consuelo saber que Dios no causa el sufrimiento. Él no es el culpable de las
guerras, los crímenes, la opresión ni las catástrofes naturales que tanto dolor
nos producen. Pero aún tenemos que contestar la pregunta de por qué permite
todo ese sufrimiento. Si es todopoderoso, está claro que tiene el poder para
ponerle fin. Entonces, ¿por qué no lo hace? Como hemos llegado a conocer a Jehová
y hemos visto que es un Dios amoroso, estamos seguros de que debe tener una
buena razón (1 Juan 4:8). (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114)
Análisis:
En efecto, Dios tiene esta buena razón. Tras la
caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Gn 3;9)
y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de
su caída (Gn 3;15). Este pasaje del Génesis es el primer anuncio del Mesías
redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria
final de un descendiente de ésta.
La tradición
cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo
Adán" (1Cor 15;21-22,45) que, por su "obediencia hasta la muerte
en la Cruz" (Flp 2;8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (Rm
5;19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia han visto en la
mujer anunciada, la madre de Cristo, María, como "nueva Eva".
Pero, ¿por qué Dios
no impidió que el primer hombre pecara? León Magno responde: "La gracia inefable de Cristo nos ha dado
bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio" (serm.
73,4). Y Tomás de Aquino: "Nada
se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto
después de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar
de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5;20). Y el canto del Exultet: `¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan
grande Redentor!”" (s. th. 3,1,3, ad 3).
Por otra parte, Dios
concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles
la responsabilidad de "someter”
la tierra y dominarla (Gn 1; 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas
inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar
su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a
menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan
divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus
sufrimientos (Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios" (1Cor 3; 9)(1Ts 3; 2) y de su
Reino (Col 4; 11).
Sin olvidarnos de
que Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la visión" (2Cor
5;7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera
confusa,...imperfecta" (1Cor 13;12). Luminosa por aquel en quien cree, la
fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba.
El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos
asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la
muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a
ser para ella una tentación.
Entonces es cuando
debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó,
"esperando contra toda esperanza" (Rom 4,18); María y
tantos otros y: "… sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y
corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).
Finalmente, profundizar
en el pensamiento de que porque en ocasiones pasan cosas malas a la gente buena
y los inicuos prosperan, es necesario ineludiblemente, para que triunfe la
justicia de Dios, una compensación de estas situaciones. Y esta compensación necesaria
que la mayoría de veces no vemos en esta vida, nos da razón de una nueva vida
en la que los que ahora ríen, llorarán (Lc 6;25) y los que ahora lloran serán
consolados (Lc 6;21)(Mt 5;5).