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lunes, 16 de noviembre de 2020

¿Qué enseña realmente la Biblia? CAPÍTULO 11 ¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL SUFRIMIENTO? EL MAL. EL DOLOR.

¿Qué enseña realmente la Biblia? CAPÍTULO 11 ¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL SUFRIMIENTO? EL MAL. EL DOLOR.

s/TJ:

Mucha gente de distintas religiones ha preguntado a sus líderes y maestros religiosos por qué sufrimos tanto. La respuesta que suelen darles es que esa es la voluntad de Dios y que él ya determinó hace mucho tiempo todo lo que iba a suceder, hasta las desgracias. A muchas personas les han dicho que los caminos de Dios son misteriosos o que Dios se lleva a la gente, incluso a los niños, para que estén con él en el cielo. Sin embargo… Jehová nunca causa nada malo. La Biblia dice: "¡Lejos sea del Dios verdadero el obrar inicuamente [o con maldad], y del Todopoderoso el obrar injustamente!" (Jb 34;10). (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114) (“La Atalaya” 1/7/2014, pág 4-6) (“¡Despertad”, 22/4/1968, pág 27)
Análisis:

Las respuestas que, según los TJ, han dado “líderes y maestros religiosos” a la pregunta “¿por qué sufrimos tanto?”, no son, desde luego, muy acertadas. Pero hay muchos más líderes, en el mundo cristiano que dan otras respuestas mucho más acertadas, como podría ser la siguiente:

Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza. Y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal?

Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que comieres de él, morirás" (Gn 2;17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad.

El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (Gn 3;1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rom 5;19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.

La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (Rm 3;23). Tienen miedo del Dios (Gn 3;9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (Gn 3;5).

La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (Gn 3;7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (Gn 3;11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (Gn 3;16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (Gn 3;17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm 8;21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (Gn 2;17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3;19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (Rm 5;12).

Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5;19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5;12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5;18).

Siguiendo a Pablo, hemos de decir que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán.

¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán "Como el cuerpo único de un único hombre", según el filósofo Tomás de Aquino en Mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano", todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.

Aunque propio de cada uno (Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

Y es que por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Hb 2;14).

Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1;29).

s/TJ:

¿Sabe por qué las personas cometen el error de culpar a Dios de todos los sufrimientos? En muchos casos, porque creen que el Dios todopoderoso es el gobernante de este mundo. No conocen una sencilla pero importante verdad que enseña la Biblia. Nos referimos a que el verdadero gobernante de este mundo es Satanás.

La Biblia dice claramente que "el mundo entero yace en el poder del inicuo", el Diablo (1 Jn 5:19). ¿Verdad que eso lo explica todo? El mundo refleja la personalidad del espíritu invisible que "está extraviando [o engañando] a toda la tierra habitada" (Revelación [Apocalipsis] 12;9). Satanás actúa con engaño, odio y crueldad. Por eso el mundo, que se encuentra bajo su control, está lleno de engaño, odio y crueldad. Esa es la primera razón por la que hay tanto sufrimiento. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114)

Análisis:

Esta situación dramática del mundo que "el mundo todo está bajo el maligno" (1Jn 5;19) (1Pe 5;8), y de la que ya hemos hecho mención, hace de la vida del hombre un combate: A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograrlo. De hecho en 1Jn 5;18, el versículo anterior, se dice que el fiel nacido de Dios, mientras se mantenga firme en su condición de  hijo de Dios, no pecará (Jn 3;6) (1Jn 3;9) (1Jn 2;29, 3;7, y 4;7). El maligno no le podrá alcanzar, porque Jesucristo le guarda de todo mal (Jn 10;28) (Jn 16;33) (Jn 17;11-15). 

s/TJ:

La segunda razón –por la que hay tanto sufrimiento- es que desde que el hombre se rebeló en el jardín de Edén, es imperfecto y pecador. Por lo tanto, le atrae el poder y lucha por obtenerlo, lo que ha traído guerras, opresión y sufrimiento (Eclesiastés 4;1, 8;9). La tercera razón por la que sufrimos es lo que la Biblia llama "el tiempo y el suceso imprevisto" (Eclesiastés 9:11). Como este mundo no está gobernado por Jehová, no cuenta con su protección. Así que la gente puede sufrir daño por encontrarse en cierto lugar en un mal momento. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114)

Análisis:

No puede decirse que este mundo no está gobernado por Dios, que no cuenta con su protección. Si fuera así, el mundo sería en su totalidad un verdadero caos. Dios ha dado libre albedrío al hombre –a la gente buena y a los inicuos- y por tanto permite que lo ejerzan sin imposiciones puntuales de ninguna clase. Y por esto el hombre debe mantener –como ya hemos dicho- una batalla constante entre el bien y el mal que se le ofrecen.

s/TJ:

Es un consuelo saber que Dios no causa el sufrimiento. Él no es el culpable de las guerras, los crímenes, la opresión ni las catástrofes naturales que tanto dolor nos producen. Pero aún tenemos que contestar la pregunta de por qué permite todo ese sufrimiento. Si es todopoderoso, está claro que tiene el poder para ponerle fin. Entonces, ¿por qué no lo hace? Como hemos llegado a conocer a Jehová y hemos visto que es un Dios amoroso, estamos seguros de que debe tener una buena razón (1 Juan 4:8). (“¿Qué enseña realmente la Biblia? cáp. XI, pág 106-114)

Análisis:

En efecto, Dios tiene esta buena razón. Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Gn 3;9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Gn 3;15). Este pasaje del Génesis es el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (1Cor 15;21-22,45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2;8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (Rm 5;19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia han visto en la mujer anunciada, la madre de Cristo, María, como "nueva Eva".

Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? León Magno responde: "La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio" (serm. 73,4). Y Tomás de Aquino: "Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5;20). Y el canto del Exultet: `¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”" (s. th. 3,1,3, ad 3).

Por otra parte, Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de "someter” la tierra y dominarla (Gn 1; 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios" (1Cor 3; 9)(1Ts 3; 2) y de su Reino (Col 4; 11).

Sin olvidarnos de que Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la visión" (2Cor 5;7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa,...imperfecta" (1Cor 13;12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.

Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Rom 4,18); María y tantos otros y: "… sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).


Finalmente, profundizar en el pensamiento de que porque en ocasiones pasan cosas malas a la gente buena y los inicuos prosperan, es necesario ineludiblemente, para que triunfe la justicia de Dios, una compensación de estas situaciones. Y esta compensación necesaria que la mayoría de veces no vemos en esta vida, nos da razón de una nueva vida en la que los que ahora ríen, llorarán (Lc 6;25) y los que ahora lloran serán consolados (Lc 6;21)(Mt 5;5).