domingo, 15 de enero de 2017

TRINIDAD SANTÍSIMA EN LOS PRIMEROS TIEMPOS DEL CRISTIANISMO


LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN LOS PRIMEROS TIEMPOS DEL CRISTIANISMO
s/TJ:

Constantino fue el primer emperador romano que se convirtió al llamado cristianismo, y su conversión cambió el rumbo de la historia.
Abrazó una religión que había sido perseguida y la transformó en el fundamento de la cristiandad, la cual se convirtió en “la fuerza social y política más poderosa” de la historia, asegura The Encyclopædia Britannica.

¿Por qué debería interesarle a usted la historia de un emperador romano? Bueno, si le interesa el cristianismo, debe saber que las maniobras políticas y religiosas de Constantino influyeron y siguen influyendo en las creencias y costumbres de muchas religiones. Veamos cómo.
En el año 313, Constantino regía sobre el Imperio romano de Occidente, mientras que Licinio y Maximino gobernaban sobre el de Oriente. Constantino y Licinio les otorgaron libertad de culto a todos sus súbditos, incluidos los cristianos. Constantino protegió al cristianismo pensando que la religión le ayudaría a unificar su imperio.
No extraña, pues, que el emperador se indignara al ver que las iglesias estaban divididas por disputas. Ansioso por ponerlas de acuerdo, estableció —y luego hizo respetar— una doctrina “verdadera”. Los obispos tuvieron que ceder en asuntos doctrinales para complacerlo, y a cambio recibieron subsidios y pagaron menos impuestos. El historiador Charles Freeman comenta; “Aceptar la versión ‘verdadera’ de la doctrina cristiana les abría [a los líderes religiosos] no solo las puertas del cielo, sino también las arcas del Imperio”. Así, el clero se volvió muy influyente en cuestiones de este mundo. “La Iglesia consiguió un protector —dice el historiador A. H. M. Jones—, pero al hacerlo se ató a un amo.”   
La alianza entre Constantino y los obispos produjo una religión de dogmas en parte cristianos y en parte paganos. Y no podía ser de otra manera, pues el emperador no buscaba la verdad, sino la pluralidad religiosa. Al fin y al cabo, su imperio era pagano, así que para complacer a cristianos y paganos actuó “con total ambigüedad en su vida y en su gobierno”, como señala un historiador.
Aunque se proclamó defensor del cristianismo, Constantino no abandonó el paganismo. Por ejemplo, practicaba astrología y adivinación, actividades espiritistas condenadas por la Biblia (Dt 18;10-12). En el Arco de Constantino, en Roma, se le puede ver realizando sacrificios a dioses paganos. Además, siguió honrando al dios Sol al fabricar monedas con su imagen y promover su culto. Al final de su vida, Constantino incluso accedió a que un pueblecito de Italia llamado Umbría les construyera un templo a él y a su familia y nombrara sacerdotes que oficiaran en dicho templo.
Constantino pospuso su bautismo “cristiano” hasta poco antes de morir, en el 337. Según muchos especialistas, lo hizo para conservar el respaldo político de los sectores paganos y cristianos del Imperio. En efecto, su vida y su bautismo tardío ponen en duda la sinceridad de su fe en Cristo. Lo que sí es seguro es que la Iglesia que él hizo oficial se convirtió en una poderosa institución política y religiosa que le dio la espalda a Jesús y le abrió los brazos al mundo. Sin embargo, Jesús mismo había dicho sobre sus discípulos; “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo” (Juan 17;14). De esta Iglesia —que ahora era parte del mundo— surgieron incontables religiones.
¿Qué nos enseña todo esto? Que no debemos aceptar las doctrinas de ninguna religión sin antes compararlas con lo que enseña la Biblia (1Jn 4;1) (Constantino; Biblioteca en línea Watchtower) (La Atalaya 1/11/2009, pág 7)
Análisis:
El término latino “Trinitas” (Trinidad) ya lo utilizaron, por primera vez, Tertuliano (160-220) y Teófilo de Antioquía (180) para expresar la unión de las tres personas divinas en Dios que se contiene en las Sagradas Escrituras.
Tertuliano al igual que Hipólito de Roma, escribió contra el Modalismo, doctrina que profesaban Noeto, Práxeas y Sabelio. Los tres afirmaban que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran la misma persona. Tertuliano escribe refutando a Práxeas; “La herejía de Práxeas piensa estar en posesión de la pura verdad cuando profesa, que para defender la unicidad de Dios, hay que decir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son lo mismo” (Adversus Praxeam II).
Con respecto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Tertuliano nos dice; “La unidad en la trinidad dispone a los tres, dirigiéndose al padre y al hijo y al espíritu, pero los tres no tienen diferencia de estado ni de grado, ni de substancia ni de forma, ni de potestad ni de especie, pues son de una misma sustancia, y de un grado y de una potestad” (Unitatem in trinitatem disponit, tres dirigens patrem et filium et spiritum, tres autem non statu sed gradu, nec substantia sed forma, nec potestate sed specie, unius autem substantiae et unius status et unius potestatis) (Adversus Praxeam II, 4)
La Iglesia, como hemos visto, hubo de defender la revelación de la Santísima Trinidad contra los riesgos de herejías. Éstas siguieron dos direcciones que remataron en dos posiciones extremas; en la línea de la división se llega a tres dioses (triteísmo), en la de la unidad se llega a negar la realidad de las tres personas (unitarismo). Estas posiciones extremas fueron propias de pensadores no cristianos; no fue así con las posiciones intermedias que, profesadas por cristianos, amenazaron más la unidad de la fe.
Estas últimas tendencias heréticas se sitúan en las líneas precisadas antes; las más im­portantes son el subordinacianismo y el modalismo. El  subordinacianismo quiere salvar la Trinidad a expensas de la unidad; las tres personas son, sí, distintas, pero son imaginadas como inferiores una a otra, formando una jerarquía; sólo el Padre es verdadero Dios, el Verbo es su primera criatura (Arrio). El modalismo, por el con­trario, quería salvar la unidad a ex­pensas de la Trinidad; se imaginaba a Dios como dotado de tres «modos», tres maneras de ser (Sabelio).
En los concilios de Nicea (20 de mayo de 325) y de Constantinopla (381) definió la Igle­sia frente a estas herejías la igualdad y consubstancialidad de las Personas divinas, que se distinguen por su origen. Así en el I Concilio Ecuménico de Nicea (la actual Iznik, en Turquía) se aprobó lo siguiente;

"Creemos en un  solo Dios Padre omnipotente, creador de  todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Jesucristo, Señor nuestro, Hijo de Dios, nacido unigénito del  Padre;  Dios de  Dios,  luz  de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sola sustancia con el Padre; por el cual todas las cosas que hay en el Cielo y en la tierra han sido hechas;  el cual descendió por nuestra salvación,  se encarnó y se hizo hombre y  padeció y resucitó al tercer día y  subió a los cielos para venir  a juzgar  a los  vivos y a  los muertos.   Y en el Espíritu Santo.”
No contento el Concilio con esta declaración de la verdadera fe, procedió a la condenación del Arrianismo mediante la siguiente fórmula; “Y a todos aquellos  que dicen; "Era, cuando no era" y  "No era antes de nacer" y  "Ha sido hecho  de cosas no existentes  o de otra  sustancia o esencia, llamándole Dios (Hijo de  Dios), convertible y mutable, a éstos anatematiza la Iglesia Católica".
Más tarde la cuestión de la procesión del Espíritu Santo dividió al Oriente y al Occidente (cuestión del Filioque). (“Diccionario del Cristianismo” de O. de la Brosse, pág 770)
Los TJ afirman que “las primeras creencias del origen de la trinidad se introdujeron a las religiones paganas babilónicas, luego, el concepto fue aceptado por Griegos, persas y Egipcios. Cuando el Emperador Constantino aceptó el Cristianismo, poco a poco fue infiltrando estos conceptos. En el siglo IV, la iglesia formuló su declaración de la Trinidad”.
Es verdad -como hemos visto- que la Trinidad, siguiendo el proceso normal en la definición de todos los dogmas, comenzó a formularse oficialmente por la Iglesia Católica en 325, pero como hemos leído más arriba, ya Tertuliano, un siglo antes, defendía ante Práxeas la unicidad de Dios y la distinción entre las tres personas que constituyen la Trinidad divina. Lo que indica que ya en aquellos tempranos tiempos de los siglos II y III, la Trinidad era defendida por los primeros Padres de la Iglesia y que Constantino (272-337) no tuvo nada que ver en ello.

Como hemos dicho, desde los primeros tiempos del cristianismo, fue intenso el culto a la Trinidad, y no son raros los casos de mártires que la invocan, como el de los soldados Luperco, Claudio y Victorio, en León, hijos del centurión S. Marcelo, los cuales al ser conducidos ante el juez –año 300- y preguntarles éste, "¿En quién confiáis?", responden a una; "En el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, un solo Dios en tres Personas".
Pero fue tardía la introducción de la de la fiesta. ¿Por qué causas?   Sin duda y principalmente por ciertas aprensiones de considerar precisamente que de la adoración a la Trinidad Santísima toda la devoción cristiana estaba saturada.  Así lo revela, por ejemplo, el siguiente hecho; Cuando se propuso al Papa Alejandro II, en el siglo XI, la institución de la fiesta, respondió que no era necesario dedicar al culto de la Trinidad un día especial, porque, en realidad, es honrada continuamente en el "Gloria Patri" popular. Sin embargo, estas aprensiones fueron   desvaneciéndose, y el Oficio y la Festividad se introdujeron durante el S. XIII en los monasterios cistercienses y benedictinos, y en diversas diócesis, hasta que en 1334 Juan XXII prescribió la solemnidad para todo el orbe, cuando ya circulaban diversos Oficios. El actual se redactó en tiempo de S. Pío V y es uno de los más hermosos de la liturgia.
Resulta curioso e instructivo notar que las tres grandes fiestas religiosas celebradas tres veces al año por el pueblo judío muestran también un símbo­lo de la gloriosa Trinidad; la Fiesta de los Tabernáculos; Dios Padre; la Fiesta de la Pascua; Dios Hijo; y la Fiesta de Pentecostés; Dios Espíritu Santo.
Finalmente decir que uno de los teoremas básicos para el cálculo de números infinitos, según enseñan las matemáticas modernas, es que la suma de cualquier número de infinidades es solamente un infinito, porque por su propia naturaleza, un infinito no puede aumentar, aunque se le agreguen otros infinitos. Así la suma de las tres infinitas personas divinas de la Trinidad, son un solo Ser infinito, porque debido a que cada una de ellas es infinita, integran solamente un Dios infinito.