s/TJ:
En la Cena del Señor, cuando Jesús pasó la copa
de vino a sus discípulos, les dijo: “Esta
copa significa el nuevo pacto” (1Cor 11;25). Este nuevo pacto sustituyó al
pacto de la Ley mosaica que Dios había hecho con Israel. ¿En qué consistía el
pacto anterior? Jehová había prometido a los israelitas que, si le obedecían al
pie de la letra, ellos serían su pueblo (Ex 19;5-6). Pero como no fueron
obedientes, él tuvo que hacer un nuevo pacto (Jr 31;31) (La Atalaya
de 15.3.70, págs. 163-164)
En efecto, cuando Jesús
instituyó el Memorial lo hizo con sus once apóstoles
fieles, a quienes continuó diciendo: "Yo haga un pacto con ustedes, así como mi Padre ha
hecho un pacto conmigo, para un reino, para que coman y
beban a mi mesa en mi reino, y se sienten sobre
tronos". A los que están en este pacto Jesús los llamó
un "rebaño pequeño",
lo cual son, comparativamente hablando, pues su número está limitado a
solo 144.000 (Lc 22;29-30) (Lc 12;32) (Ap 7;4-8) (Ap
14;1-3). Se desprende, por lo tanto, que solo si usted
está en este pacto con Cristo para un reino puede participar de
los emblemas en el Memorial de la muerte de Cristo.
Los que se encuentran en este
pacto para un reino son personas que se dedicaron a hacer la
voluntad de Dios, fueron aceptadas por Jehová y luego fueron
dadas a luz por Su espíritu para ser hijos espíritus de él, 'nacidos
otra vez', y hechos miembros del cuerpo simbólico de Cristo. Todos
ellos pueden decir con el apóstol Pablo: "El espíritu mismo da testimonio
con nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios. Pues, si somos hijos, también somos herederos: herederos
por cierto de Dios, mas coherederos con Cristo, con tal que suframos juntamente
para que también seamos glorificados juntamente" (Rm 8;16-17) (La
Atalaya 1.3.65, págs. 154-156)
Los 144.000 no sólo son
cristianos, personas dedicadas a hacer la voluntad de Dios, sino que han sido
engendrados por espíritu santo de Dios a una esperanza celestial y por
eso tienen el testimonio del espíritu de que son
hijos de Dios. Además, éstos, para participar dignamente,
tienen que vivir en conformidad con su voto de dedicación, tanto en
lo que toca a fielmente cumplir su comisión de predicar como en lo que toca a
su propia conducta personal (1Cor 11;27-34) (2Cor 5;20-21)
("La Atalaya" de 15.3.70, pág. 163-164)
Dios pone grandes bendiciones al alcance de
muchas personas mediante este reducido grupo. Millones de hombres y mujeres
de todo el mundo disfrutarán de vida eterna en una Tierra paradisíaca
gracias a este nuevo pacto. Algunos de los 144.000 están sirviendo a Jehová hoy
en la Tierra. Solo ellos pueden comer del pan y beber del vino porque forman
parte del grupo con quienes Jehová hizo el pacto. La sangre de Jesús
validó ese pacto (Lc 12;32) y (Ap 14;1,3).
Jesús indicó que derramaría su sangre “para perdón de pecados”. Gracias a
ella, algunos seres humanos son
considerados puros a los ojos de Jehová y entran en el nuevo pacto con él (Hb
9;14) (Hb10;16-17). Este pacto, o contrato, hace posible que los 144.000
cristianos fieles vayan al cielo. Allí serán reyes y sacerdotes para
beneficio de toda la humanidad (Gn 22;18) (Jer 31;31-33) (1Pe 2;9) (Ap 5;9-10)
(Ap 14;1-3).
Así, pues, ¿Quiénes tienen derecho a comer el pan y beber el vino que se
usan como emblemas en la Conmemoración? De acuerdo con lo que hemos visto, solo
deben hacerlo quienes forman parte del nuevo pacto, es decir, quienes
tienen la esperanza de ir al cielo. El espíritu santo de Dios les da la
convicción de que han sido elegidos para ser reyes en el cielo (Rom 8;16).
Estas personas también forman parte del pacto para el Reino con Jesús (Lc 22;29).
Aunque en el mundo
entero solo hay unos pocos miles de personas que afirman
tener la esperanza celestial, esta celebración es importantísima para
todos los cristianos. Es una ocasión que les permite meditar sobre el
inmenso amor de Jehová Dios y Jesucristo (Jn 3;16) (“Enseña” págs.
206-208)
Es razonable pensar
que ahora solo haya una pequeña cantidad de personas que participen de los
emblemas. (“Razonamiento” págs.
83-86)
Ahora bien, ¿qué hacen quienes esperan vivir eternamente en una
Tierra convertida en un paraíso? Tal como Jesús mandó, asisten
a la Cena del Señor y muestran su respeto al estar presentes, aunque
no participan de los emblemas. Los testigos de Jehová
celebran la Cena del Señor una vez al año,
después de la puesta del Sol con la que comienza el
día 14 de nisán.
De hecho, cada
orador de las distintas Cenas que se celebren, aclarará
quienes han de participar del pan
y el vino emblemáticos. ("La
Atalaya" de 15.3.70, pág. 163-164). Hoy en día la inmensa mayoría
de los que están presentes en la cena del Señor no participa de los
emblemas.
Análisis:
Podemos recordar a los TJ las palabras de
Jesucristo a la muchedumbre: “En
verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6;53) No parece que
estas palabras vayan dirigidas en concreto a una clase especial de personas
como pretenden los TJ. Cualquiera que sea la interpretación de estas palabras
universales de Jesucristo, ¿por qué sólo las cumplen los testigos que se
consideran de los 144.000 y no las cumplen los miles de testigos que tienen su
esperanza en la tierra? ¿O es que la tierra no es la “vida” que esperan les
proporcione Jehová? Por otra parte,
Cristo dice que él da su carne en favor de la vida del mundo, no solo en favor
de los 144.000.
s/TJ:
Dios ha reservado el privilegio de
participar en la Cena del Señor sólo a aquellos a quienes él ha ungido con
espíritu santo a fin de que sean “coherederos con Cristo” (Rom
8:14-18; 1 Jn 2:20).
Los cristianos verdaderos del siglo I
fueron ungidos por espíritu santo, y muchos pudieron utilizar uno o más de sus
dones milagrosos, como hablar en lenguas. Por tal razón no debió de
resultarles difícil saber que tenían la unción del espíritu y que debían
participar de los emblemas de la Conmemoración. Sin embargo, en el presente,
dicha condición puede determinarse sobre la base de palabras inspiradas como
estas: “Todos los que son conducidos por el espíritu de Dios, estos son los
hijos de Dios. Porque ustedes no recibieron un espíritu de esclavitud que
ocasione temor de nuevo, sino que recibieron un espíritu de adopción como
hijos, espíritu por el cual clamamos: ‘¡Abba,Padre!’” (Rom
8:14, 15).
A lo largo de los siglos, los verdaderos
ungidos crecieron como “trigo” entre “mala hierba”, o falsos cristianos (Mt
13:24-30, 36-43). A partir de los años setenta del siglo XIX,
“el trigo” comenzó a distinguirse cada vez más, y tiempo después se dio esta instrucción
a los superintendentes cristianos ungidos: “Los ancianos [...] deben poner
las siguientes condiciones a quienes se congregan [para la Conmemoración]:
1) fe en la sangre [de Cristo], y 2) consagración al Señor y a su
servicio, aun hasta la muerte. Entonces deben invitar a cuantos estén así de
dispuestos y consagrados a tomar parte en la celebración de la muerte del
Señor” (Estudios de las Escrituras, tomo VI, La nueva creación,
pág. 473).
Con el tiempo, la organización de Jehová
empezó a centrar la atención en otras personas aparte de los seguidores ungidos
de Cristo. A mediados de la década de 1930 tuvo lugar un notable
suceso al respecto. Antes de esa fecha, el pueblo de Dios creía que los
miembros de la “gran muchedumbre” mencionada en (Rev 7:9) componían
una clase espiritual secundaria que se juntaría en el cielo con los
144.000 ungidos resucitados, como si fueran damas de honor o compañeras de
la novia de Cristo (Sal 45:14, 15; Rev 7:4; 21:2, 9). Pero el 31 de mayo de 1935, en un discurso pronunciado en una
asamblea de los testigos de Jehová celebrada en Washington, D.C. (EE.UU.),
se explicó con las Escrituras que la “gran muchedumbre” se refiere a las “otras
ovejas” que viven durante el tiempo del fin (Jn 10:16). Después de aquella
asamblea, algunos que anteriormente habían participado de los emblemas de la
Conmemoración dejaron de hacerlo, pues comprendieron que su esperanza era
terrenal y no celestial.
Particularmente desde el año 1935 se
ha estado buscando a los que componen la clase de las “otras ovejas”, los
cuales tienen fe en el rescate, se dedican a Dios y apoyan al “rebaño pequeño”
de ungidos en la predicación del Reino (Lc 12:32). Estas otras ovejas esperan
vivir para siempre en la Tierra, siendo este el único aspecto en el que
difieren del actual resto de herederos del Reino. A semejanza de los
residentes forasteros del antiguo Israel que adoraban a Jehová y se sometían a
la Ley, las otras ovejas de nuestros días aceptan los deberes propios del
cristiano, entre ellos predicar las buenas nuevas junto con los miembros del
Israel espiritual (Gál 6:16). Pero así como ningún extranjero podía ser rey o
sacerdote de Israel, ninguna de las otras ovejas como tal puede gobernar en el
Reino celestial ni oficiar de sacerdote (Dt 17:15).
Para la década de 1930 quedó claro
que, en general, la clase celestial ya había sido escogida. Los siguientes
decenios se han empleado en la búsqueda de las otras ovejas, que abrigan la
esperanza terrenal. Si un ungido se vuelve infiel, lo más probable es que se
llame a alguien de entre las otras ovejas que haya servido fielmente a Dios por
mucho tiempo para ocupar la vacante producida en el número de los 144.000.
Los cristianos ungidos saben con total certeza
que tienen el llamamiento celestial. Pero ¿qué pasa si alguien que no lo
tiene ha participado de los emblemas de la Conmemoración? Ahora que comprende
que nunca poseyó la esperanza celestial, su conciencia sin duda lo moverá a
no seguir haciéndolo. Dios no aprobaría a nadie que se hiciera pasar
por una persona llamada para ser rey y sacerdote celestial a sabiendas de que
no lo es (Romanos 9:16; Revelación 20:6). Jehová ejecutó al levita
Coré por su presunción al ambicionar el sacerdocio aarónico (Éxodo
28:1; Números 16:4-11, 31-35). Si un cristiano se da cuenta de que ha
participado impropiamente de los emblemas de la Conmemoración, debe dejar de
hacerlo y pedir con humildad a Jehová que lo perdone (Salmo 19:13). (La
Atalaya 15/2/2003, págs 17-22).
Es, pues, obvio, que los que abrigan la
esperanza terrenal no deben participar del pan y del vino que se pasan
durante la Conmemoración. Ellos comprenden que no son miembros ungidos del
cuerpo de Cristo ni están incluidos en el nuevo pacto que Jehová estableció
con los que regirán con Jesucristo. Puesto que “la copa” representa el nuevo
pacto, solo los que se hallen en él participan de los emblemas. Quienes anhelan
vivir eternamente en perfección humana en la Tierra bajo el Reino ni se
bautizan en la muerte de Jesús ni son llamados para gobernar con él
en el cielo. De ahí que si participaran de los emblemas, estarían dando a
entender algo que no es cierto en su caso. Por eso asisten a la
Conmemoración como observadores respetuosos, no como participantes. (La
Atalaya 15/2/2006, págs 21-25).
Pronto acabará el sellado final del grupo
relativamente pequeño de cristianos llamados a reinar con Cristo en el cielo.
Hasta que termine su vida de sacrificio en la Tierra, se fortalecen
espiritualmente al participar de los emblemas de la Conmemoración. Su
participación del pan y el vino emblemáticos les recuerda que tienen el deber
de permanecer fieles hasta la muerte (2 Pedro 1:10, 11). (La
Atalaya 15/2/2006, págs 21-25).
El apóstol Pablo explica que los
participantes del nuevo pacto obtienen acceso al “camino de entrada al lugar
santo” (léase Hebreos 10:15-20). Van a “recibir un
reino que no puede ser sacudido” (Heb. 12:28). Dado que la “copa”
representa el nuevo pacto, solo deben beberla los cristianos que tendrán el
privilegio de ser reyes y sacerdotes con Cristo en el cielo. De ellos
también se dice que están comprometidos como novia del Cordero (2 Cor.
11:2; Rev. 21:2, 9).
Pablo también nos ayuda a entender que los cristianos con esperanza terrenal no participan de los emblemas de la Conmemoración. ¿Cómo? Dirigiéndose a cristianos ungidos, dijo: “Porque cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor, hasta que él llegue” (1 Cor. 11:26). ¿Cuándo llega el Señor? Cuando vuelve para llevarse al cielo al último miembro de su novia simbólica, la congregación ungida (Juan 14:2, 3). De lo anterior se desprende que la celebración anual de la Cena del Señor no va a proseguir indefinidamente. “Los restantes” de la descendencia de la mujer, que todavía están en la Tierra, seguirán participando de esta cena hasta que todos hayan recibido la recompensa celestial (Rev. 12:17). Ahora bien, si los que van a vivir para siempre en la Tierra tuvieran derecho a comer del pan y beber del vino, la Conmemoración tendría que continuar por toda la eternidad. (La Atalaya 15/3/2010, págs 24-28).
Pablo también nos ayuda a entender que los cristianos con esperanza terrenal no participan de los emblemas de la Conmemoración. ¿Cómo? Dirigiéndose a cristianos ungidos, dijo: “Porque cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor, hasta que él llegue” (1 Cor. 11:26). ¿Cuándo llega el Señor? Cuando vuelve para llevarse al cielo al último miembro de su novia simbólica, la congregación ungida (Juan 14:2, 3). De lo anterior se desprende que la celebración anual de la Cena del Señor no va a proseguir indefinidamente. “Los restantes” de la descendencia de la mujer, que todavía están en la Tierra, seguirán participando de esta cena hasta que todos hayan recibido la recompensa celestial (Rev. 12:17). Ahora bien, si los que van a vivir para siempre en la Tierra tuvieran derecho a comer del pan y beber del vino, la Conmemoración tendría que continuar por toda la eternidad. (La Atalaya 15/3/2010, págs 24-28).
Análisis:
Y así se escribe la historia