martes, 11 de julio de 2017

LA CENA DEL SEÑOR ES UN NUEVO PACTO CON LOS 144.000 CRISTIANOS UNGIDOS

LA CENA DEL SEÑOR ES UN NUEVO PACTO CON LOS 144.000 CRISTIANOS UNGIDOS

s/TJ:
En la Cena del Señor, cuando Jesús pasó la copa de vino a sus discípulos, les dijo: “Esta copa significa el nuevo pacto” (1Cor 11;25). Este nuevo pacto sustituyó al pacto de la Ley mosaica que Dios había hecho con Israel. ¿En qué consistía el pacto anterior? Jehová había prometido a los israelitas que, si le obedecían al pie de la letra, ellos serían su pueblo (Ex 19;5-6). Pero como no fueron obedientes, él tuvo que hacer un nuevo pacto (Jr 31;31) (La Atalaya de 15.3.70, págs. 163-164)

En efecto, cuando Jesús instituyó el Memorial lo hizo con sus once apóstoles fieles, a quienes continuó diciendo: "Yo haga un pacto con ustedes, así como mi Padre ha hecho un pacto conmigo, para un reino, para que coman y beban a mi mesa en mi reino, y se sienten sobre tronos". A los que están en este pacto Jesús los llamó un "rebaño pequeño", lo cual son, comparativamente hablando, pues su número está limitado a solo 144.000 (Lc 22;29-30) (Lc 12;32) (Ap 7;4-8) (Ap 14;1-3). Se desprende, por lo tanto, que solo si usted está en este pacto con Cristo para un reino puede participar de los emblemas en el Memorial de la muerte de Cristo.   
Los que se encuentran en este pacto para un reino son personas que se dedicaron a hacer la voluntad de Dios, fueron aceptadas por Jehová y luego fueron dadas a luz por Su espíritu para ser hijos espíritus de él, 'nacidos otra vez', y hechos miembros del cuerpo simbólico de Cristo. Todos ellos pueden decir con el apóstol Pablo: "El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.   Pues, si somos hijos, también somos herederos: herederos por cierto de Dios, mas coherederos con Cristo, con tal que suframos juntamente para que también seamos glorificados juntamente" (Rm 8;16-17) (La Atalaya 1.3.65, págs. 154-156)
Los 144.000 no sólo son cristianos, personas dedicadas a hacer la voluntad de Dios, sino que han sido engendrados por espíritu santo de Dios a una esperanza celestial y por eso tienen el testimonio del espíritu de que son hijos de Dios.   Además, éstos, para participar dignamente, tienen que vivir en conformidad con su voto de dedicación, tanto en lo que toca a fielmente cumplir su comisión de predicar como en lo que toca a su propia conducta personal (1Cor 11;27-34) (2Cor 5;20-21) ("La Atalaya" de 15.3.70, pág. 163-164)
Dios pone grandes bendiciones al alcance de muchas personas mediante este reducido grupo. Millones de hombres y mujeres de todo el mundo disfrutarán de vida eterna en una Tierra paradisíaca gracias a este nuevo pacto. Algunos de los 144.000 están sirviendo a Jehová hoy en la Tierra. Solo ellos pueden comer del pan y beber del vino porque forman parte del grupo con quienes Jehová hizo el pacto. La sangre de Jesús validó ese pacto (Lc 12;32) y (Ap 14;1,3).
Jesús indicó que derramaría su sangre “para perdón de pecados”. Gracias a ella, algunos seres humanos son considerados puros a los ojos de Jehová y entran en el nuevo pacto con él (Hb 9;14) (Hb10;16-17). Este pacto, o contrato, hace posible que los 144.000 cristianos fieles vayan al cielo. Allí serán reyes y sacerdotes para beneficio de toda la humanidad (Gn 22;18) (Jer 31;31-33) (1Pe 2;9) (Ap 5;9-10) (Ap 14;1-3).
Así, pues, ¿Quiénes tienen derecho a comer el pan y beber el vino que se usan como emblemas en la Conmemoración? De acuerdo con lo que hemos visto, solo deben hacerlo quienes forman parte del nuevo pacto, es decir, quienes tienen la esperanza de ir al cielo. El espíritu santo de Dios les da la convicción de que han sido elegidos para ser reyes en el cielo (Rom 8;16). Estas personas también forman parte del pacto para el Reino con Jesús (Lc 22;29). 
Aunque en el mundo entero solo hay unos pocos miles de personas que afirman tener la esperanza celestial, esta celebración es importantísima para todos los cristianos. Es una ocasión que les permite meditar sobre el inmenso amor de Jehová Dios y Jesucristo (Jn 3;16) (“Enseña” págs. 206-208)
Es razonable pensar que ahora solo haya una pequeña cantidad de personas que participen de los emblemas. (“Razonamiento” págs. 83-86)
Ahora bien, ¿qué hacen quienes esperan vivir eternamente en una Tierra convertida en un paraíso? Tal como Jesús mandó, asisten a la Cena del Señor y muestran su respeto al estar presentes, aunque no participan de los emblemas. Los testigos de Jehová celebran la Cena del Señor una vez al año, después de la puesta del Sol con la que comienza el día 14 de nisán.
De hecho, cada orador de las distintas Cenas que se celebren, aclarará quienes han de participar del pan y el   vino emblemáticos.  ("La Atalaya" de 15.3.70, pág. 163-164). Hoy en día la inmensa mayoría de los que están presentes en la cena del Señor no participa de los emblemas.
Análisis:
Podemos recordar a los TJ las palabras de Jesucristo a la muchedumbre: “En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6;53) No parece que estas palabras vayan dirigidas en concreto a una clase especial de personas como pretenden los TJ. Cualquiera que sea la interpretación de estas palabras universales de Jesucristo, ¿por qué sólo las cumplen los testigos que se consideran de los 144.000 y no las cumplen los miles de testigos que tienen su esperanza en la tierra? ¿O es que la tierra no es la “vida” que esperan les proporcione Jehová? Por otra parte, Cristo dice que él da su carne en favor de la vida del mundo, no solo en favor de los 144.000.
s/TJ:
Dios ha reservado el privilegio de participar en la Cena del Señor sólo a aquellos a quienes él ha ungido con espíritu santo a fin de que sean “coherederos con Cristo” (Rom 8:14-18; 1 Jn 2:20). 
Los cristianos verdaderos del siglo I fueron ungidos por espíritu santo, y muchos pudieron utilizar uno o más de sus dones milagrosos, como hablar en lenguas. Por tal razón no debió de resultarles difícil saber que tenían la unción del espíritu y que debían participar de los emblemas de la Conmemoración. Sin embargo, en el presente, dicha condición puede determinarse sobre la base de palabras inspiradas como estas: “Todos los que son conducidos por el espíritu de Dios, estos son los hijos de Dios. Porque ustedes no recibieron un espíritu de esclavitud que ocasione temor de nuevo, sino que recibieron un espíritu de adopción como hijos, espíritu por el cual clamamos: ‘¡Abba,Padre!’” (Rom 8:14, 15).
A lo largo de los siglos, los verdaderos ungidos crecieron como “trigo” entre “mala hierba”, o falsos cristianos (Mt 13:24-30, 36-43). A partir de los años setenta del siglo XIX, “el trigo” comenzó a distinguirse cada vez más, y tiempo después se dio esta instrucción a los superintendentes cristianos ungidos: “Los ancianos [...] deben poner las siguientes condiciones a quienes se congregan [para la Conmemoración]: 1) fe en la sangre [de Cristo], y 2) consagración al Señor y a su servicio, aun hasta la muerte. Entonces deben invitar a cuantos estén así de dispuestos y consagrados a tomar parte en la celebración de la muerte del Señor” (Estudios de las Escrituras, tomo VI, La nueva creación, pág. 473).
Con el tiempo, la organización de Jehová empezó a centrar la atención en otras personas aparte de los seguidores ungidos de Cristo. A mediados de la década de 1930 tuvo lugar un notable suceso al respecto. Antes de esa fecha, el pueblo de Dios creía que los miembros de la “gran muchedumbre” mencionada en (Rev 7:9) componían una clase espiritual secundaria que se juntaría en el cielo con los 144.000 ungidos resucitados, como si fueran damas de honor o compañeras de la novia de Cristo (Sal 45:14, 15; Rev 7:4; 21:2, 9). Pero el 31 de mayo de 1935, en un discurso pronunciado en una asamblea de los testigos de Jehová celebrada en Washington, D.C. (EE.UU.), se explicó con las Escrituras que la “gran muchedumbre” se refiere a las “otras ovejas” que viven durante el tiempo del fin (Jn 10:16). Después de aquella asamblea, algunos que anteriormente habían participado de los emblemas de la Conmemoración dejaron de hacerlo, pues comprendieron que su esperanza era terrenal y no celestial.
Particularmente desde el año 1935 se ha estado buscando a los que componen la clase de las “otras ovejas”, los cuales tienen fe en el rescate, se dedican a Dios y apoyan al “rebaño pequeño” de ungidos en la predicación del Reino (Lc 12:32). Estas otras ovejas esperan vivir para siempre en la Tierra, siendo este el único aspecto en el que difieren del actual resto de herederos del Reino. A semejanza de los residentes forasteros del antiguo Israel que adoraban a Jehová y se sometían a la Ley, las otras ovejas de nuestros días aceptan los deberes propios del cristiano, entre ellos predicar las buenas nuevas junto con los miembros del Israel espiritual (Gál 6:16). Pero así como ningún extranjero podía ser rey o sacerdote de Israel, ninguna de las otras ovejas como tal puede gobernar en el Reino celestial ni oficiar de sacerdote (Dt 17:15).
Para la década de 1930 quedó claro que, en general, la clase celestial ya había sido escogida. Los siguientes decenios se han empleado en la búsqueda de las otras ovejas, que abrigan la esperanza terrenal. Si un ungido se vuelve infiel, lo más probable es que se llame a alguien de entre las otras ovejas que haya servido fielmente a Dios por mucho tiempo para ocupar la vacante producida en el número de los 144.000.
Los cristianos ungidos saben con total certeza que tienen el llamamiento celestial. Pero ¿qué pasa si alguien que no lo tiene ha participado de los emblemas de la Conmemoración? Ahora que comprende que nunca poseyó la esperanza celestial, su conciencia sin duda lo moverá a no seguir haciéndolo. Dios no aprobaría a nadie que se hiciera pasar por una persona llamada para ser rey y sacerdote celestial a sabiendas de que no lo es (Romanos 9:16; Revelación 20:6). Jehová ejecutó al levita Coré por su presunción al ambicionar el sacerdocio aarónico (Éxodo 28:1; Números 16:4-11, 31-35). Si un cristiano se da cuenta de que ha participado impropiamente de los emblemas de la Conmemoración, debe dejar de hacerlo y pedir con humildad a Jehová que lo perdone (Salmo 19:13).  (La Atalaya 15/2/2003, págs  17-22).
Es, pues, obvio, que los que abrigan la esperanza terrenal no deben participar del pan y del vino que se pasan durante la Conmemoración. Ellos comprenden que no son miembros ungidos del cuerpo de Cristo ni están incluidos en el nuevo pacto que Jehová estableció con los que regirán con Jesucristo. Puesto que “la copa” representa el nuevo pacto, solo los que se hallen en él participan de los emblemas. Quienes anhelan vivir eternamente en perfección humana en la Tierra bajo el Reino ni se bautizan en la muerte de Jesús ni son llamados para gobernar con él en el cielo. De ahí que si participaran de los emblemas, estarían dando a entender algo que no es cierto en su caso. Por eso asisten a la Conmemoración como observadores respetuosos, no como participantes. (La Atalaya 15/2/2006, págs 21-25).
Pronto acabará el sellado final del grupo relativamente pequeño de cristianos llamados a reinar con Cristo en el cielo. Hasta que termine su vida de sacrificio en la Tierra, se fortalecen espiritualmente al participar de los emblemas de la Conmemoración. Su participación del pan y el vino emblemáticos les recuerda que tienen el deber de permanecer fieles hasta la muerte (2 Pedro 1:10, 11). (La Atalaya 15/2/2006, págs 21-25).
El apóstol Pablo explica que los participantes del nuevo pacto obtienen acceso al “camino de entrada al lugar santo” (léase Hebreos 10:15-20). Van a “recibir un reino que no puede ser sacudido” (Heb. 12:28). Dado que la “copa” representa el nuevo pacto, solo deben beberla los cristianos que tendrán el privilegio de ser reyes y sacerdotes con Cristo en el cielo. De ellos también se dice que están comprometidos como novia del Cordero (2 Cor. 11:2; Rev. 21:2, 9). 

Pablo también nos ayuda a entender que los cristianos con esperanza terrenal no participan de los emblemas de la Conmemoración. ¿Cómo? Dirigiéndose a cristianos ungidos, dijo: “Porque cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor, hasta que él llegue” (1 Cor. 11:26). ¿Cuándo llega el Señor? Cuando vuelve para llevarse al cielo al último miembro de su novia simbólica, la congregación ungida (Juan 14:2, 3). De lo anterior se desprende que la celebración anual de la Cena del Señor no va a proseguir indefinidamente. “Los restantes” de la descendencia de la mujer, que todavía están en la Tierra, seguirán participando de esta cena hasta que todos hayan recibido la recompensa celestial (Rev. 12:17). Ahora bien, si los que van a vivir para siempre en la Tierra tuvieran derecho a comer del pan y beber del vino, la Conmemoración tendría que continuar por toda la eternidad. (La Atalaya 15/3/2010, págs 24-28).
Análisis:
Y así se escribe la historia