Desarrollo de este tema según la Biblia:
La teoría de que Dios
premia y castiga en esta vida no se adapta a los hechos. En efecto, los autores sagrados de los
primeros libros de la Biblia parece que proceden por deducción, partiendo del principio
de que Dios es justo y que, por tanto, debe dar a cada uno según su merecido.
Sin embargo, el
cumplimiento de esta justicia no siempre aparecería claro; antes la experiencia
daba lugar a graves tentaciones, cuando veían las muchas tribulaciones a que la
vida del justo estaba sometida y las prosperidades de los malvados.
El libro de Job
plantea crudamente este problema: en los discursos de los amigos toda la
argumentación nace de la aceptación convencida de los supuestos que hemos
establecido para el primer estadio.
Pero el drama de Job es el de todo creyente que sufre sin motivo. Job cree en Dios, en un Dios justo y
todopoderoso. Sufre y se pone a hacer su examen de conciencia. Y se encuentra
inocente. Sus amigos se encargan de presentarle las tesis tradicionales: 'Si
sufres, es que has pecado'... ¡Todo eso es cuento!, grita Job. Frente al silencio de Dios, Job grita, se
rebela, blasfema... Y, finalmente, Dios habla para presentar a Job una sola
cuestión: "¿Con qué derecho me pides
cuentas?". Y Job se postra en adoración.
Al final del libro no
se sabe nada sobre el porqué del mal pero sí hemos aprendido que tanto los
males que sufrimos, como los favores que recibimos, todo es para conducirnos al
punto de que creamos en El, le sirvamos y le amemos, simplemente porque es
El... Los caminos de Dios no son
nuestros caminos...
El Eclesiastés saca
de su experiencia que, en efecto, Dios es justo y hay que vivir con temor de
Dios, sin olvidarse de su juicio; pero que no vemos cómo en la vida presente se
realiza esta justicia. Los premios que aquí se prometen son de orden temporal,
el crecimiento de la familia, cosechas abundantes del campo, multiplicación de
los ganados, victoria sobre los enemigos y paz para disfrutar de esos
bienes. La Ley está dada al pueblo; la
exhortación va dirigida al mismo con promesas apropiadas a su mentalidad ruda.
Esto bastaría en una
ley humana, pero la ley está dada en nombre de Dios, y parece que el ministro
de quien Dios se sirve debía levantar la vista a esperanzas más altas. Y es para maravillar que solo en los
postreros libros del AT aparezcan esas esperanzas ultraterrenas. Las mismas descripciones de la edad mesiánica
en los profetas predicen estos mismos bienes acompañados de la fiel observancia
de la ley divina.
Es, sin duda, un
misterio esta conducta del Espíritu Santo, que deja encubiertos con un espeso
velo los bienes que Dios tiene preparados para los que le aman. Santo Tomás nos da de esto una razón que nos
muestra hasta qué punto llega aquella condescendencia que observa Dios en el
gobierno de su pueblo. El pueblo de
Israel era rudo y grosero, incapaz de apreciar los bienes espirituales. Como
sólo tenía en estima los bienes temporales, ésos son los que Dios promete para
estimularle a la observancia de sus preceptos.
Pero hay que advertir
que tales bienes se le presentan como venidos de Dios, como expresión de la
gracia del Señor, que se complace en la conducta de su pueblo. Esto ya imprime un sello de espiritualidad a
estas promesas temporales.