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jueves, 20 de julio de 2017

SE ABRE PASO LA DOCTRINA DE LA RESURRECCION


Desarrollo de este título según la Biblia:

La doctrina de la resurrección de la que no aparecen ni vestigios en los primeros libros inspirados, y que hasta podría parecer negada simplemente en otros, pues el sheol se describe como un abismo del que es imposible ya todo retorno (Jb 7;9-10) (Sl 40;9) (Am 8;14), se va abriendo paso también con revelación progresiva. 


Job, en medio de sus tribulaciones y congojas, lanza el grito de esperanza: "Yo sé que mi libertador vive y que al final se levantará; y vestido nuevamente de mi piel me pondré yo en pie y en mi carne veré a Dios" (Jb 19;25-26); con tono solemne que indica algo trascendente espera volver a su carne y a su piel.  Es la resurrección.  Aunque se trate de un caso aislado no es menos significativo.

Esta idea, afirmada en Job y algunos Salmos (Sl 15;10) (Hech 2;31) (Hech 13;35) (Sl 29;3), se presenta sin más con dramatismo y grandeza simbólica en la "Visión de los huesos" de Ezequiel (Eze 37;1-14); y tiene ya en Daniel la aserción explícita: "Y muchos que duermen en el polvo se levantarán, unos para vida y otros para confusión e ignominia sempiterna" (Dn 12;2)

Pero, sobre todo, Daniel nos habla ya de una resurrección y de una retribución que será en unos de "vida eterna y en otros de sempiterna reprobación y vergüenza" (Dn 12;2).

Los libros deuterocanónicos, finalmente, nos reservan las últimas luces,

acentuando la noción de la inmortalidad y de las concepciones relativas a la recompensa de los justos, al mismo tiempo que se explayan sobre el castigo de los pecadores. Pero no deja de llamar la atención que la descripción de la felicidad en el más allá haya alcanzado mayor desarrollo y sea más explícita que la que trata sobre los castigos. En cierta medida, estos últimos han sido considerados sólo indirectamente y ante todo como consecuencia del posible rechazo de la felicidad prometida a los elegidos.  Así se explica que el primer castigo sea la privación de la vida con Dios. 

Y son los siete hermanos Macabeos que, a una con su madre, ante el rey Antíoco afirman su convicción profunda de resucitar un día (2Mc 7;9-14) (Hb 11;35). También aquí, como en Daniel hay resurrección para los justos a la vida, y también para el perseguidor, pero no para la vida (2Mc 7;14).   El pasaje de Judas Macabeo que ofrece un sacrificio en expiación de las culpas de los difuntos pensando en la resurrección, con el comentario del escritor sagrado, no dejan lugar a ningún subterfugio. Al mismo tiempo nos hablan de un lugar de purificación más allá de la tumba (2Mc 12;43-44)

Queda el admirado libro de la Sabiduría, tan cercano a la revelación y luces del NT. Allí son los impíos los que dicen: "No se sabe que nadie haya vuelto del sheol (Sb 2;1); pero se engañan” (Sb 2;21).  El cuadro grandioso del capítulo 5, que opone frente a frente a los justos y a los impíos, estos agitados por un indecible pavor y lanzando su lúgubre "nos hemos equivocado", aquellos llenos de seguridad, irradiantes del gozo de los hijos de Dios, es una de las más impresionantes páginas de la literatura inspirada.

El libro de la Sabiduría insiste sobre la naturaleza psicológica y espiritual de este castigo eterno.  Los pecadores se sentirán "plenos de horror al solo pensamiento de sus pecados y sus crímenes y estos se levantarán para acusarlos" (Sb 4;20) Presenciarán el triunfo de los justos y "se sentirán conmovidos de horrible espanto" (Sb 5;2).  Los condenados no son sombras apenas conscientes sino espíritus en posesión de todas sus facultades intelectuales y afectivas.  En consecuencia, están en aptitud de sentir, en toda su intensidad, la pena primordial del infierno que espanta a los judíos piadosos: estar separados de Dios. Los justos no harán más que atravesar la muerte y vivirán eternamente junto a Dios; los impíos quedarán recluidos para siempre en el infierno, al que la Escritura se refiere constantemente como lugar en el que Dios no puede ser alabado (Sl 6;6) (Sl 30;10) (Sl 88;11-12) (Sl 115;17) (Is 38;18).

Así, pues, a las sombrías descripciones, sobre todo negativas del antiguo sepulcro, vienen a agregarse ahora dos tormentos singularmente horribles: los gusanos y las llamas.

El gusano en su origen no era más que una metáfora relativa a la corrupción del cadáver que concernía, indistintamente, a todos los seres humanos.  Su sentido actual es también el de un tormento.  Su acepción en este caso es igualmente metafórica.  ¿Se puede afirmar lo mismo del fuego?  Es difícil precisarlo.  A primera vista la mayor parte de los textos sagrados del AT hacen pensar en ese sentido; pero se trata, frecuentemente, de estragos y destrucciones históricas y de ninguna manera escatológicos (Is 33;14) (Is 9;18) (Jr 15;14) (Jr 17;4) (Jr 21;12)