Desarrollo de este título según la Biblia:
La doctrina de la
resurrección de la que no aparecen ni vestigios en los primeros libros
inspirados, y que hasta podría parecer negada simplemente en otros, pues el
sheol se describe como un abismo del que es imposible ya todo retorno (Jb
7;9-10) (Sl 40;9) (Am 8;14), se va abriendo paso también con revelación
progresiva.
Job, en medio de sus
tribulaciones y congojas, lanza el grito de esperanza: "Yo sé que mi libertador vive y que al final se levantará; y
vestido nuevamente de mi piel me pondré yo en pie y en mi carne veré a
Dios" (Jb 19;25-26); con tono solemne que indica algo trascendente
espera volver a su carne y a su piel. Es
la resurrección. Aunque se trate de un
caso aislado no es menos significativo.
Esta idea, afirmada
en Job y algunos Salmos (Sl 15;10) (Hech 2;31) (Hech 13;35) (Sl 29;3), se
presenta sin más con dramatismo y grandeza simbólica en la "Visión de los huesos" de Ezequiel (Eze 37;1-14); y tiene
ya en Daniel la aserción explícita: "Y
muchos que duermen en el polvo se levantarán, unos para vida y otros para
confusión e ignominia sempiterna" (Dn 12;2)
Pero, sobre todo,
Daniel nos habla ya de una resurrección y de una retribución que será en unos
de "vida eterna y en otros de
sempiterna reprobación y vergüenza" (Dn 12;2).
Los libros
deuterocanónicos, finalmente, nos reservan las últimas luces,
acentuando la noción
de la inmortalidad y de las concepciones relativas a la recompensa de los
justos, al mismo tiempo que se explayan sobre el castigo de los pecadores. Pero
no deja de llamar la atención que la descripción de la felicidad en el más allá
haya alcanzado mayor desarrollo y sea más explícita que la que trata sobre los
castigos. En cierta medida, estos últimos han sido considerados sólo
indirectamente y ante todo como consecuencia del posible rechazo de la
felicidad prometida a los elegidos. Así
se explica que el primer castigo sea la privación de la vida con Dios.
Y son los siete
hermanos Macabeos que, a una con su madre, ante el rey Antíoco afirman su
convicción profunda de resucitar un día (2Mc 7;9-14) (Hb 11;35). También aquí,
como en Daniel hay resurrección para los justos a la vida, y también para el
perseguidor, pero no para la vida (2Mc 7;14).
El pasaje de Judas Macabeo que ofrece un sacrificio en expiación de las
culpas de los difuntos pensando en la resurrección, con el comentario del
escritor sagrado, no dejan lugar a ningún subterfugio. Al mismo tiempo nos
hablan de un lugar de purificación más allá de la tumba (2Mc 12;43-44)
Queda el admirado
libro de la Sabiduría, tan cercano a la revelación y luces del NT. Allí son los
impíos los que dicen: "No se sabe
que nadie haya vuelto del sheol (Sb 2;1); pero se engañan” (Sb 2;21).
El cuadro grandioso del capítulo 5, que opone frente a frente a los
justos y a los impíos, estos agitados por un indecible pavor y lanzando su
lúgubre "nos hemos equivocado",
aquellos llenos de seguridad, irradiantes del gozo de los hijos de Dios, es una
de las más impresionantes páginas de la literatura inspirada.
El libro de la
Sabiduría insiste sobre la naturaleza psicológica y espiritual de este castigo
eterno. Los pecadores se sentirán "plenos de horror al solo pensamiento de sus
pecados y sus crímenes y estos se levantarán para acusarlos" (Sb 4;20)
Presenciarán el triunfo de los justos y "se sentirán conmovidos de horrible espanto" (Sb 5;2). Los condenados no son sombras apenas
conscientes sino espíritus en posesión de todas sus facultades intelectuales y
afectivas. En consecuencia, están en
aptitud de sentir, en toda su intensidad, la pena primordial del infierno que
espanta a los judíos piadosos: estar separados de Dios. Los justos no harán más
que atravesar la muerte y vivirán eternamente junto a Dios; los impíos quedarán
recluidos para siempre en el infierno, al que la Escritura se refiere
constantemente como lugar en el que Dios no puede ser alabado (Sl 6;6) (Sl
30;10) (Sl 88;11-12) (Sl 115;17) (Is 38;18).
Así, pues, a las
sombrías descripciones, sobre todo negativas del antiguo sepulcro, vienen a
agregarse ahora dos tormentos singularmente horribles: los gusanos y las
llamas.
El gusano en su
origen no era más que una metáfora relativa a la corrupción del cadáver que
concernía, indistintamente, a todos los seres humanos. Su sentido actual es también el de un
tormento. Su acepción en este caso es
igualmente metafórica. ¿Se puede afirmar
lo mismo del fuego? Es difícil
precisarlo. A primera vista la mayor
parte de los textos sagrados del AT hacen pensar en ese sentido; pero se trata,
frecuentemente, de estragos y destrucciones históricas y de ninguna manera
escatológicos (Is 33;14) (Is 9;18) (Jr 15;14) (Jr 17;4) (Jr 21;12)