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jueves, 29 de octubre de 2020

EL SUFRIMIENTO, EL MAL Y EL DOLOR

      1)     Nada hay en la creación que escape a la sabiduría y a la voluntad de Dios. Por eso, en la                          mayoría de las ocasiones, la mejor actitud ante el sufrimiento el mal y el dolor, es la del                          abandono confiado en Dios.

      2)       Pero es también natural que tratemos de iluminar el oscuro misterio del mal y del sufrimiento,               de modo que la fe no se apague por la experiencia de la vida, sino que, precisamente en estos                 momentos, siga siendo luz clara en nuestro camino, “lámpara para mis pasos” (Sl 119;105) 

3)          3)     Más allá del relato bíblico que todos conocemos, el curso de la historia nos demuestra                            trágicamente cómo el hombre era y es incapaz, por sí solo, de discernir el bien y el mal. De ahí               el absurdo de reprochar a Dios por nuestros errores y nuestros crímenes, que el solo permite por              respetar nuestra libertad y para el cumplimiento pleno de su designio providencial.

4)   Así, pues, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento es una realidad asociada a la desobediencia originaria, al pecado original. No es una creación de Dios sino la consecuencia de la rebeldía de la criatura a su Creador. Desde entonces está inseparablemente presente en nuestra condición humana.

 

5)   Definitivamente, la vida humana está destinada a un fin que trasciende al pecado, y Dios permite el mal para sacar de él un bien mayor. Como dice Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5;20).

 

6)   Cuando Dios creó la naturaleza, todo era bueno. Pero cuando el pecado entró en el mundo también la naturaleza se vio afectada. La corrupción de la creación perfecta por medio del pecado dio lugar a los desastres naturales. Antes de la caída de Adán y Eva en el pecado (y por tanto de toda la humanidad) existía una armonía entre el hombre, los animales y la naturaleza, estando el hombre al cuidado de la creación. El primer capítulo de la Biblia cuenta: “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno”. (Gn 1;31) 

7)   Cuando Adán y Eva cometieron el pecado original, una de las primeras consecuencias fue que esta armonía se rompió. El Señor dijo “Y dijo al hombre: «Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo”. (Gn 3;17-18). 

8)   Así, pues, el pecado original no sólo afecta al alma de los hombres y de las mujeres, sino que también trae un desorden al mundo natural. La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A causa del hombre, la creación es sometida a la servidumbre de la corrupción. Los hombres, y también «la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto» (Rom 8;22), porque participa del proyecto creador y redentor de Dios. Ella también «tiene la esperanza de ser liberada de la corrupción» y «participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8;21). 

9)   No obstante, Dios -en su infinita misericordia- le dio a la desobediencia de Adán un valor y un sentido positivos, otorgándole al mal y al sufrimiento un carácter purificador. Este culmina en la historia con la pasión redentora de Jesús que, sin conocer el pecado, con su martirio inocente asumió para siempre todos los dolores y sufrimientos de la humanidad. En efecto, el martirio de Jesús no fue producto de un azar, sino que estaba previsto en el designio divino para la salvación del hombre y es por eso que ya fue anunciado por los profetas del Antiguo Testamento como una promesa divina de redención universal. 

10)     Muchas veces, fuera de la fe, el sufrimiento del inocente y justo causa desconcierto mientras que a otros que han vivido de espaldas a Dios parece que la vida les sonríe. La Pasión de Cristo es la única que puede dar luz a este misterio del sufrimiento humano, de modo particular al dolor del inocente. En la Cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Los padecimientos de Jesús fueron el precio de nuestra salvación. Desde entonces, nuestro dolor puede unirse al de Cristo y, mediante él, participar en la Redención de la humanidad entera. 

11)     Jesucristo ofrece a los hombres el sentido cristiano del dolor, de la enfermedad y de la muerte y les ofrece la gracia de vivirlo de modo sobrenatural. Así lo expresa Pablo "Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Aunque al presente vivo en la carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Gal 2; 19-20). Así, la enfermedad completa la Pasión de Cristo, y los enfermos en la Iglesia tienen la misión de recordarnos con su ejemplo los valores esenciales. 

12)     En muchas ocasiones, ante el dolor ajeno nos sentimos impotentes y solamente podemos hacer lo mismo que el buen samaritano (Lc 10;25-37): ofrecer cariño, escuchar, acompañar, estar al lado; es decir, no pasar de largo. Algunas obras de arte retratan al buen samaritano y al hombre asaltado con el mismo rostro. Y puede interpretarse como que Cristo cura y, a la vez, es curado. Cada uno de nosotros somos, o podemos ser, el buen samaritano que cura las heridas de otro, y en ese momento somos Cristo. Pero a veces también necesitamos que nos curen porque algo nos ha herido –una mala cara, una mala contestación, un amigo que nos ha dejado– y somos curados por un buen samaritano, que puede ser el mismo Cristo cuando acudimos a Él en la oración, o una persona cercana que se convierte en Cristo cuando nos escucha. Y nosotros somos Cristo para los demás, porque cada uno de nosotros somos imagen y semejanza de Dios. 

13)     A todo lo dicho, se podría añadir una consideración conclusiva. Y es que, aunque el mal está presente en la vida del hombre sobre la tierra, Dios tiene siempre en su mano una última carta, es siempre el último jugador por lo que se refiere a la vida de cada uno. Dios nos quiere, nos aprecia, y por eso se reserva la última carta, que es la esperanza del mundo: su amor creador omnipotente. El amor que se manifiesta también en la resurrección de Jesucristo. 

14)     Muchas personas han sentido la caricia de Dios justamente en los momentos más difíciles: los leprosos acariciados por Teresa de Calcuta, los tuberculosos a los que confortaba material y espiritualmente Josemaría o los moribundos tratados con respeto y amor por Camilo de Lelis. Esto también nos dice algo sobre el misterio del dolor en la existencia humana: son momentos en que la dimensión espiritual de la persona puede desplegarse con fuerza si se deja abrazar por la gracia del Señor, dignificando hasta las situaciones más extremas. 

15)   Podemos unirnos a Pablo en sus palabras: “Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte” ( Flp 3;10).

                                                                                    (Visión católica del sufrimiento, el mal y el dolor)