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miércoles, 26 de julio de 2017

CUANDO EL HOMBRE MUERE QUEDA ABSUELTO DE SU PECADO

s/TJ:
La Biblia dice en Romanos 5:12: “Por medio de un solo hombre (Adán) el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres”. 
Por lo tanto, ¿es razonable creer que las personas pagan por sus pecados después de la muerte "física", por ejemplo  en el infierno, cuando Adán —el culpable de que todos muramos— simplemente se convirtió en polvo? (1Cor 15;22.) Todo ser humano está sujeto a la misma ley que Adán: “El salario que el pecado paga es muerte” (Rom 6;23); cuando muere queda “absuelto de su pecado(Rom 6;7).  (¡Despertad 9/9/2009, págs. 10-11)
Análisis:
 Veamos el texto completo de (Rom 6;1-14) que contiene esta última sentencia (Rom 6;7)“1¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? 2 ¡Eso, no ! Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él? 3 ¿ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? 4 Con El, pues, hemos sido sepultados por el bautismo en su muerte, para que como  El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en novedad de vida. 5 Porque, si hemos sido hechos una misma cosa con El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección; 6 pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con El, para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. 7 En efecto, el que muere queda absuelto de su pecado. 8 Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con El; 9 pues sabemos que Cristo, re­sucitado de entre los muertos, ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre El. 10 Porque, muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive para Dios. 11 Así, pues, también vosotros haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. 12 Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal. obedeciendo a sus concupiscencias; 13 ni deis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios, como quienes muertos han vuelto a la vida, y dad vues­tros miembros a Dios, como instrumento de justicia. 14 Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia” (Rom 6;1-14)
La idea fundamental que aquí desarrolla Pablo es la de que el hombre, una vez bautizado, ha roto totalmente con el pecado. (El término «pecado» sigue usándose como fuerza personificada del mal que tra­ta de dominar al hombre). Pablo entra en el tema presentando una objeción (v. 1), que quizás alguno pudiera deducir de lo que él había afirmado en (Rom 5;20) sobre pecado y gracia. En resumen, la objeción es ésta: puesto que el pecado no sólo no ha sido obstáculo para que Dios nos conceda su gracia, sino que, al contrario, la ha hecho "so­breabundar", ¿a qué preocuparnos en cambiar de nuestra vida anterior? ¡Nuestra «permanencia en el pecado», dejándonos dominar por él y añadiendo transgresiones a transgresiones, será una nueva oportunidad que ofrecemos a Dios para que siga multiplicando su «gracia»! 
Desde luego, esta objeción es bastante difícil de aceptar que ningún cristiano, si de veras se ha convertido a Dios, se le ocurra plantear; sin embar­go, es posible que algunos tratasen de hacerlo (Gal 5;13) y que incluso atribuyesen al Apóstol doctrinas parecidas (Rom 3;7-8). Pablo rechaza categóricamente la objeción con un tajante «¡eso, no!» (v.2). 
A renglón seguido añade la razón de la negativa con el siguiente argumento: «Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él?» La respuesta, dentro de su brevedad, incluye ya la sustancia de toda su argumentación, que en los versículos siguientes no hará más que desarrollar. «Morir al pecado» es desli­garse de sus dominios, romper con él toda relación, como la tienen rota los «muertos» respecto de las funciones vitales, que es de donde se toma la metáfora. A su vez, «vivir en el pecado», equivalente a «permanecer en él» de la objeción (v.1), significa seguir las órdenes del pecado, «obedeciendo a sus concupiscencias» (v.12) y «sujetán­dose a él corno esclavos» (v.16).
Mas esa afirmación de que «hemos muerto al pecado» (v.2) era necesario probarla. ¿Dónde y cómo hemos muerto los cristianos al pecado? Pablo lo va a explicar en los v.3-11, haciendo un fino análisis del significado místico del bautismo. Son versículos de riqueza teológica extraordinaria, que nos llevan hasta la raíz misma de nuestra vida sobrenatural a través de nuestra inserción en Cris­to. La afirmación fundamental está en el v.3: «cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte». No cabe duda de que, al hablar del «bautismo en Cristo Jesús», Pablo está pensando en el «bautismo» sacramento, aquel que instituyó Jesucristo como puerta de ingreso en su Iglesia (Mt 28;19) (Mc 16;15-18) (Jn 3;5) y que los apóstoles comenzaron a exigir desde el primer momento (Hech 2;38-41). Mas, junto a esa idea, hay otra, que va, más lejos de la simple afirmación del he­cho del bautismo y a la que directamente apunta Pablo, la idea de «inmersión en Cristo» producida por el bautismo sacra­mento, idea sugerida a Pablo por la palabra misma «bautizar» (etimol. = sumergir) y por el hecho de que el bautismo se administraba entonces por inmersión, sumergiendo completamente en el agua al bautizado. Hemos, pues, de ver aquí dos cosas: una rea­lidad y un simbolismo. La realidad es que por el sacramento del bautismo quedamos unidos místicamente a Cristo y como «sumer­gidos» en El; el simbolismo está en el hecho mismo de la inmersión en el agua bautismal, imagen de nuestra inmersión en Cristo. 
Pero Pablo no se detiene aquí, sino que, en un segundo inciso del mismo, (v.3), concreta más y dice que esa «inmersión en Cristo» producida por el bautismo es inmersión en su muerte. Con ello quiere decir que por el bautismo Cristo nos asocia de una manera mística, pero real, a su muerte redentora, quedando muerto nuestro hom­bre viejo o «cuerpo de pecado» (v.6) (Ef 4;22) (Col 3;9). 
Si Cristo, con su muerte, liquidó todo lo que se refiere al pecado, hasta el punto de que éste no pueda ya volver con más pretensiones ante la justicia divina («murió al pecado una vez para siempre») (v. 10), también nosotros, asociados y como «sumergidos» en su muerte, hemos roto totalmente con el pecado, pues la muerte de un culpable rompe todos los vínculos que le ligaban a la vida y extingue la acción judiciaria («queda absuelto de su pecado», (v.7).
Con esto, la tesis de Pablo quedaba probada. Mas era una idea demasiado interesante para que el Apóstol no tratara de desarro­llarla más. Y, en efecto, así lo hace. No se contenta con el aspecto negativo de nuestro «morir al pecado», sino que insistirá también en el aspecto positivo de nuestra «resurrección a nueva vida». Por eso, comienza ligando a la idea de «muerte», de la que ha hablado en el (v.3), la idea de «sepultura» (v.4), con lo que el cristiano, muerto y sepultado con Cristo, tiene ya completo, como Cristo, el punto de partida hacia la resurrección. Esta idea de «resurrección, igual que la de «muerte» y «sepultura», estaría también simbólicamente representada en el rito del bautismo (v.5), que tiene un doble mo­mento, el de la inmersión (imagen sensible de la muerte y sepultu­ra) y el de la emersión (imagen sensible de la resurrección).
En resumen, lo que Pablo viene a decir es que por el bau­tismo quedamos incorporados y como sumergidos en Cristo, en su muerte y en su vida, haciéndonos así aptos para que lleguen hasta nosotros los beneficios del Calvario. A partir de esta inserción en Cristo, formamos «una misma cosa con El», anima­dos de un mismo principio vital, como el injerto y la planta, (v.5), pudiendo con toda razón exclamar que hemos sido «concrucificados», «consepultados», «convivificados» (Ef 2; 5-6) (Col 2;12), y que «ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo quien vive en nosotros» (Gl 2;20). Al fin de cuentas, es lo que ya antes, con expresión nítida y sencilla, había dicho Jesucristo: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 15;5). Una cosa, sin embar­go, conviene advertir. Esta «nueva vida» a la que nacemos por nuestra inserción en Cristo, y a la que Pablo alude repetidas veces en sus cartas (2Cor 5;15-17) (Ef 2;15) (Col 3;9-10), comienza ya en el bautismo, pero no logra su plenitud sino después de nuestra muerte corporal y salida de este mundo (1Cor 15;12-18). Ello hace que el término «vida», lo mismo que antes en 2Cor 5;17-18), también aquí en estos versículos tenga un sentido complejo, equiva­liendo ora a la vida de gracia con su necesaria repercusión en la vida moral, ora a la vida de gloria con su complemento de resurrec­ción de los cuerpos; de ahí que Pablo a veces hable en presente (“caminemos en novedad de vida...”, (v.4); “vivos para Dios...”, (v.11) y a veces en futuro (“viviremos con El...”, (v.8), pues fácilmente pasa de una etapa a otra.
La conclusión de todos estos razonamientos, con que se respon­de a la cuestión propuesta en el (v. 1), podemos verla en el (v.11): «Así, pues, también vosotros haced cuenta...», A esta conclusión sigue, como toque de alerta, una cálida exhortación a vivir vigilan­tes para que «el pecado» no reine de nuevo en nosotros, como antes del bautismo (v.12-13). Ello supone que, incluso después de bauti­zados, el «pecado», puede reconquistar en nosotros su antiguo dominio, haciéndonos morir para Cristo y vivir para él. La lucha será dura; pero a quien  diga que no tiene fuerzas para resistir en ella, Pablo responde que eso no  es verdad, pues «no estamos ya bajo la Ley», que señalaba el pecado, pero no daba fuerza para evitarlo (Rom 3;20), sino «bajo la gracia», que con nuestra inserción en Cristo alteró completamente el poder del pecado (v.14). Con esto volvemos al tema fundamental de toda esta sección, es a saber, que nuestra esperanza de llegar a la «salud» final, si permanecemos unidos a Cristo, «no quedará confundida». (Rom 5;5)
Por todo ello, podemos decir que la interpretación de los TJ en el sentido de que cuando uno muere -muerte física- "queda absuelto de su pecado" es totalmente errónea visto todo el pensamiento de Pablo según hemos comentado.