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La Biblia dice en Romanos 5:12: “Por medio de un solo hombre (Adán) el
pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se
extendió a todos los hombres”.
Por lo tanto, ¿es razonable creer que las personas
pagan por sus pecados después de la muerte "física", por ejemplo en el infierno, cuando Adán —el culpable de que todos
muramos— simplemente se convirtió en polvo? (1Cor 15;22.) Todo
ser humano está sujeto a la misma ley que Adán: “El salario que el pecado paga
es muerte” (Rom 6;23); cuando muere queda “absuelto de su pecado”(Rom 6;7). (¡Despertad 9/9/2009, págs. 10-11)
Análisis: Veamos el texto completo de (Rom 6;1-14) que contiene esta última sentencia (Rom 6;7): “1¿Qué diremos, pues?
¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? 2 ¡Eso, no !
Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía
en él? 3 ¿ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en
Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? 4 Con El,
pues, hemos sido sepultados por el bautismo en su
muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros caminemos en novedad de vida. 5 Porque, si
hemos sido hechos una misma cosa con El por la semejanza
de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección; 6 pues
sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con
El, para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. 7
En efecto, el que muere queda absuelto de su pecado. 8
Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con El; 9
pues sabemos que Cristo, resucitado de entre los
muertos, ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre El. 10
Porque, muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero
viviendo, vive para Dios. 11 Así, pues, también vosotros haced
cuenta de que estáis muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús. 12
Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal. obedeciendo a sus concupiscencias; 13
ni deis vuestros miembros como armas
de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios, como quienes muertos han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios, como instrumento de
justicia. 14 Porque el
pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia” (Rom
6;1-14)
La idea fundamental que aquí desarrolla Pablo es la de que el hombre, una vez bautizado, ha roto totalmente con el
pecado. (El término «pecado» sigue
usándose como fuerza personificada
del mal que trata de dominar al
hombre). Pablo
entra en el tema presentando una objeción (v. 1), que quizás
alguno pudiera deducir de lo que él había afirmado en (Rom 5;20) sobre pecado y gracia. En resumen, la objeción es
ésta: puesto que el pecado no sólo
no ha sido obstáculo para que Dios nos conceda su gracia, sino que, al contrario, la ha hecho "sobreabundar", ¿a qué preocuparnos en cambiar de nuestra vida anterior? ¡Nuestra «permanencia en el pecado»,
dejándonos dominar por él y
añadiendo transgresiones a transgresiones, será una nueva oportunidad que ofrecemos a Dios para que siga
multiplicando su «gracia»!
Desde luego, esta objeción es bastante difícil de aceptar que ningún cristiano, si de veras se ha convertido a Dios,
se le ocurra plantear; sin embargo, es posible que
algunos tratasen de hacerlo (Gal 5;13) y que incluso atribuyesen al
Apóstol doctrinas parecidas (Rom 3;7-8). Pablo
rechaza categóricamente la objeción con un tajante «¡eso, no!» (v.2).
A renglón seguido añade la razón de la negativa con el siguiente argumento: «Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él?»
La respuesta, dentro de su brevedad, incluye ya la sustancia de toda su
argumentación, que en los versículos siguientes no hará más que desarrollar.
«Morir al pecado» es desligarse de sus dominios, romper con él toda relación,
como la tienen rota los «muertos» respecto de las funciones vitales, que es de
donde se toma la metáfora. A su vez, «vivir en el pecado», equivalente a
«permanecer en él» de la objeción (v.1), significa seguir las
órdenes del pecado, «obedeciendo a sus concupiscencias» (v.12) y «sujetándose a
él corno esclavos» (v.16).
Mas esa afirmación de que «hemos muerto al pecado» (v.2) era necesario probarla. ¿Dónde y
cómo hemos muerto los cristianos al pecado?
Pablo lo va a explicar en los v.3-11, haciendo un fino análisis del significado místico del
bautismo. Son versículos de riqueza
teológica extraordinaria, que nos llevan hasta la raíz misma de nuestra vida sobrenatural a través de nuestra
inserción en Cristo. La afirmación
fundamental está en el v.3: «cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte». No cabe duda de que, al hablar del «bautismo
en Cristo Jesús», Pablo está pensando en el «bautismo» sacramento,
aquel que instituyó Jesucristo como
puerta de ingreso en su Iglesia (Mt 28;19) (Mc 16;15-18) (Jn 3;5)
y que los apóstoles comenzaron a exigir desde el primer momento (Hech 2;38-41).
Mas, junto a esa idea, hay otra, que va, más
lejos de la simple afirmación del hecho del bautismo y a la que
directamente apunta Pablo, la idea de «inmersión
en Cristo» producida por el bautismo sacramento, idea sugerida a
Pablo por la palabra misma «bautizar» (etimol.
= sumergir) y por el hecho de que el bautismo se administraba entonces por inmersión, sumergiendo
completamente en el agua al
bautizado. Hemos, pues, de ver aquí dos cosas: una realidad y un simbolismo. La realidad es que por el
sacramento del bautismo quedamos
unidos místicamente a Cristo y como «sumergidos» en El; el simbolismo está en el hecho mismo de la inmersión en el agua bautismal, imagen de nuestra inmersión
en Cristo.
Pero Pablo no se detiene aquí, sino que, en un segundo inciso del mismo, (v.3),
concreta más y dice que esa «inmersión en Cristo» producida por el bautismo es inmersión
en su muerte. Con ello quiere decir que
por el bautismo Cristo nos asocia de una manera mística, pero real, a su muerte redentora, quedando muerto
nuestro hombre viejo o «cuerpo de pecado» (v.6) (Ef 4;22) (Col 3;9).
Si Cristo, con su muerte, liquidó todo lo que se refiere al pecado, hasta el punto
de que éste no pueda ya volver con
más pretensiones ante la justicia divina («murió al pecado una vez para siempre») (v. 10),
también nosotros, asociados y como
«sumergidos» en su muerte, hemos roto totalmente con el pecado, pues la muerte de un culpable rompe todos
los vínculos que le ligaban a la
vida y extingue la acción judiciaria («queda absuelto de su pecado», (v.7).
Con esto, la tesis de Pablo quedaba probada. Mas era una idea demasiado
interesante para que el Apóstol no tratara de desarrollarla
más. Y, en efecto, así lo hace. No se contenta con el aspecto negativo
de nuestro «morir al pecado», sino que insistirá también en el
aspecto positivo de nuestra «resurrección a nueva vida». Por eso,
comienza ligando a la idea de «muerte», de la que ha hablado en el (v.3),
la idea de «sepultura» (v.4), con lo que el cristiano, muerto y sepultado con
Cristo, tiene ya completo, como Cristo, el punto de partida hacia la resurrección. Esta idea de «resurrección, igual que
la de «muerte» y «sepultura», estaría también simbólicamente representada en el rito del bautismo (v.5), que
tiene un doble momento, el de la
inmersión (imagen sensible de la muerte y sepultura) y el de la emersión (imagen sensible de la
resurrección).
En resumen, lo que Pablo viene a decir es que por el bautismo
quedamos incorporados y como sumergidos en Cristo, en su muerte
y en su vida, haciéndonos así aptos para que lleguen hasta nosotros
los beneficios del Calvario. A partir de esta inserción en Cristo, formamos «una
misma cosa con El», animados de un mismo principio vital, como el injerto y la planta, (v.5), pudiendo con toda razón exclamar que hemos sido «concrucificados», «consepultados», «convivificados» (Ef 2; 5-6)
(Col 2;12), y que «ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo quien vive en nosotros» (Gl 2;20). Al fin de cuentas, es lo que ya antes, con expresión nítida y sencilla, había
dicho Jesucristo: «Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos»
(Jn 15;5). Una cosa, sin embargo,
conviene advertir. Esta «nueva vida» a la que nacemos por nuestra inserción en Cristo, y a la que Pablo alude
repetidas veces en sus cartas (2Cor
5;15-17) (Ef 2;15) (Col 3;9-10), comienza ya en el bautismo, pero no logra su plenitud sino después de nuestra muerte corporal y salida de este mundo (1Cor 15;12-18).
Ello hace que el término «vida», lo mismo que antes en 2Cor 5;17-18),
también aquí en estos versículos tenga un
sentido complejo, equivaliendo ora a la vida de gracia con su necesaria
repercusión en la vida moral, ora a la vida
de gloria con su complemento de resurrección de los cuerpos; de ahí que Pablo a veces hable en presente (“caminemos
en novedad de vida...”, (v.4); “vivos para Dios...”, (v.11) y a veces en futuro (“viviremos con El...”, (v.8),
pues fácilmente pasa de una etapa a
otra.
La conclusión de todos estos razonamientos, con que se responde a la cuestión propuesta
en el (v. 1), podemos verla en el (v.11): «Así,
pues, también vosotros haced cuenta...», A esta conclusión
sigue, como toque de alerta, una cálida exhortación a vivir vigilantes para que «el pecado» no reine de nuevo
en nosotros, como antes del bautismo (v.12-13). Ello supone que, incluso
después de bautizados, el «pecado»,
puede reconquistar en nosotros su antiguo dominio, haciéndonos morir para Cristo y vivir para él. La lucha será dura; pero a quien diga que no tiene fuerzas
para resistir en ella, Pablo
responde que eso no es verdad, pues «no estamos ya bajo
la Ley», que señalaba el pecado, pero no daba fuerza para evitarlo (Rom 3;20), sino «bajo la gracia»,
que con nuestra inserción en Cristo
alteró completamente el poder del pecado (v.14). Con esto volvemos al tema fundamental de toda esta
sección, es a saber, que nuestra
esperanza de llegar a la «salud» final, si permanecemos unidos a Cristo, «no quedará confundida».
(Rom 5;5)
Por todo ello, podemos decir que la interpretación de los TJ en el
sentido de que cuando uno muere -muerte física- "queda absuelto de su
pecado" es totalmente errónea visto todo el pensamiento de Pablo según
hemos comentado.