sábado, 5 de noviembre de 2022

¿LOS CRISTIANOS HAN DE MANTENERSE NEUTRALES EN POLÍTICA?

 s/TJ:

Los TJ, escriben en (La Atalaya 1 de septiembre de 2015, pág 3): Sin importar dónde vivamos, respetamos y obedecemos las leyes del país, pero nos mantenemos neutrales en asuntos políticos. Así cumplimos con el mandato que Jesús dio a los cristianos cuando les dijo: “Ustedes no son parte del mundo”. De ahí que no participemos en la política ni apoyemos las guerras (Juan 15:19; 17:16)… Sin embargo, eso no quiere decir que no tengamos trato con la gente. Refiriéndose a sus discípulos, Jesús le oró a Dios: “No te pido que los saques del mundo” (Juan 17:15). Por eso, trabajamos, vamos de compras y a la escuela al igual que nuestros vecinos.

Análisis:

Sobre este mismo tema, los TJ nos dicen en “La Atalaya del 1/3/2012, pág 5)”: “Jesús no era parte del mundo porque no intervenía en las cuestiones sociales y políticas de su tiempo”. Queriendo decir con ello, que sus discípulos tienen que hacer lo mismo. Pero leyendo el Nuevo Testamento o Escrituras Griegas, es patente que la muerte de Jesús, en gran parte, fue dictada precisamente por motivos de esta índole. Que los cristianos no sean parte de este mundo, no quiere decir que los cristianos no deban intervenir en las cuestiones sociales y políticas de su ambiente. En toda la historia de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, apenas si existe frontera entre religión y política.

Y no son pocas las referencias a las estructuras de la sociedad y al poder político que encontramos en el Nuevo Testamento. Jesús se refiere a nor­mas de vida política: todo reino internamente dividido perece (Lc 11,17); un rey debe calcular sus fuerzas antes de hacer la guerra (Lc 14,31-32); los que cogen la espada perecerán por la espada (Mt 26,52); los hijos de los reyes no pagan tributos (Mt 17,24-27). Enuncia una norma de justicia social: el traba­jador tiene derecho a su salario (Lc 10,7). Dedica una acerba ironía a los tiranos de su tiempo (Lc 22,25). Responde, en fin, a la malintencionada pregunta de los fariseos y los herodianos situando al César y a sus tributos en el campo de «lo que no es de Dios» (Mt 22,21), dando pre­texto con ello a que más tarde se le acuse de prohibir que se pague tributo al Imperio (Lc 23,2).

No deja de ser significativo que Jesús no fuera nunca acusado de colaboracionismo con los ocupantes. A primera vista parecería que su actitud se prestaba a ello: un hombre que, en su patria ocupada y ansiosa de liberación, anuncia que no ha de venir ningún mesías guerrero, predica una religión universal e inculca el amor a los enemigos, debiera haber atraído la simpa­tía del gobierno ocupante y de sus colaboradores, saduceos y he­rodianos. Ocurre, sin embargo, todo lo contrario: los sumos sacer­dotes y los fariseos deciden la muerte de Jesús porque, si no, «todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro santuario y nuestra nación» (Jn 11;48); y, a su vez, Pilato lo condenará bajo la inculpación jurídica de rebeldía contra el Im­perio (Jn 19;12). ¿Cómo explicar tan sorprendente hecho? Por una parte, sin duda, porque Jesús entronca claramente, aunque dándoles un nuevo sentido, con las esperanzas mesiánicas de Is­rael, e incluso elige sus discípulos en los círculos en que esta expectativa era más intensa (uno de ellos, al menos, Simón, parece que era un zelota) (Lc 6;15). Por otra parte, porque las constantes críticas de Jesús a los ricos y los poderosos y su independencia ante las autoridades hacían imposible, sin duda, contarlo entre sus partidarios. (Lc 6;15) (Lc 13;32)

Extraordinario interés presentan en el libro de los Hechos de los apóstoles los dos pasajes en que se nos describe la organización económica de la comunidad primitiva (2;44-45 y 4;32.34-35): los bienes son vendidos por sus dueños y puestos a los pies de los apóstoles para que los distri­buyan según las necesidades de cada uno. Cierto que se trata de una organización pasajera y voluntaria (5;4), pero demuestra que en la enseñanza de Jesús se encontraban principios capaces de repercutir en las estructuras de la comunidad.

En San Pablo encontramos el texto neotestamentario más fa­vorable al poder público: «Que todos se sometan a las autori­dades que nos gobiernan. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen están constituidas por Dios. Por eso, el que resiste a la autoridad se rebela contra el orden establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán a sí mismos. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se hace el bien, sino cuando se hace el mal. ¿Quieres no tener que temer a la autori­dad? Haz el bien y recibirás elogios de ella, porque es instru­mento de Dios para conducirte al bien. Pero teme si haces el mal, pues por algo lleva espada: es un instrumento de Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra el mal. Así, es preciso some­terse no sólo por temor al castigo, sino por motivo de conciencia. ¿No es por eso mismo por lo que pagáis impuesto? Porque se trata de funcionarios que se aplican por Dios a ese oficio. Dad a cada uno lo que le es debido: a quien impuesto, impuesto; a quien tasas, tasas; a quien temor, temor; a quien honor, honor» (Rom 13;1-7).

Si el poder público es «un instrumento de Dios para hacer justicia», como nos dice San Pablo, ¿qué duda cabe que su ejercicio puede ser tarea apropiada para un cristia­no? San Pablo nos recomienda a los fieles, en (Rom 13), el respeto a la autoridad ba­sándose en lo que la autoridad debiera de ser según el plan de Dios. Esta misma recomendación se encuentra en la epístola (Tito 3;1) y por otra parte en la (1Pe 2;13-14).

Anotemos, en fin, otras dos indicaciones del pensamiento del Apóstol sobre las estructuras sociales: «El que no trabaje que tam­poco coma» (2Tes 3;10) (1Tes 4;11). «No se trata de reduciros a la indigencia para aliviar a los otros. Lo que conviene es la igualdad. Que, en este caso, lo que a vos­otros sobra socorra a su carencia, para que un día lo que a ellos les sobre socorra vuestra carencia. Así reinará la igualdad, según lo que está escrito: El que recogió mucho no tuvo demasiado, y el que había recogido poco no careció de nada» (2Cor 8;13-15). En esta misma línea, la epístola de Santiago condena a quienes tratan de distinta forma a las personas según su situación social (2;1-9).

En cierto sentido cabe afirmar que el más «político» de los libros del Nuevo Testamento es el Apocalipsis. Escrito como libro de consolación de los fieles perseguidos por Domiciano, uno de sus temas centrales es el anuncio del triunfo de la Iglesia sobre Roma, personificada en las dos bestias que simbolizan el doble poder, político y religioso, del Imperio, que el vidente presenta bajo los rasgos eternos del Estado totalitario: (Ap 13;16-17).

¿Cómo seguir sosteniendo que el cre­yente ha de mantenerse lejos de toda actividad política? Los TJ están totalmente equivocados en su doctrina sobre esta cuestión. Confunden, como he dicho al principio, el no ser de este mundo con el deber del cristiano de participar en la política y en la vida social para que la autoridad, que es un instrumento de Dios para la justicia, siga realmente los planes de Dios. De hecho en los versículos siguientes a (Jn 17;14) se lee la oración de Jesús al Padre: “No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal… como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo” (Jn 17;15-19).