JESÚS ORDENA A SUS APÓSTOLES QUE PREDIQUEN POR TODO EL MUNDO. FORMACIÓN DEL CANON.
Según los TJ, “Jesús encomendó a sus seguidores la obra
de predicar y enseñar que él había comenzado (Mt 28;19-20). Incluso les dijo:
‘El que escucha a ustedes me escucha a mí también’ (Lc 10;16). Además, les
prometió que el espíritu santo, o fuerza activa de Dios, los capacitaría para
realizar dicha labor. Por eso, cuando los primeros cristianos recibieron
escritos de parte de los apóstoles o de sus colaboradores cercanos -que habían
dado pruebas claras de estar bendecidos con el espíritu santo de Dios-,
naturalmente los aceptaron como auténticos”. (“La Atalaya” 1/4/2010, pág 26
y ss)
Jesús, en (Mt 28;19-20), encomienda la predicación y el bautismo, no a "sus seguidores",-como indican los TJ-, sino que ordena
solemnemente a sus “once discípulos”, o sea, a sus “once apóstoles” (Mt 28;16), dicha labor. Lo mismo se dice en (Mc 16;14-18). Sin embargo, este último pasaje, no figura en la "Biblia Traducción del Nuevo Mundo" que utilizan los TJ, ellos sabrán por qué.
Por otra parte, el que predica está capacitado para ello por
la propia promesa de Jesús, por eso el que escucha al que predica es como si
escuchara al propio Jesús. La traducción de los TJ de (Lc 10;16) es incorrecta,
ya que añaden al fin la palabra “también” que no aparece en la Palabra de Dios
y que altera su correcta interpretación.
Los primeros cristianos, en general, no tenían ninguna
facultad personal para decidir definitivamente la autenticidad y la inspiración
de los escritos que durante años estuvieron circulando por sus comunidades.
Fueron inicialmente determinados hombres
significativos de estas comunidades los que poco a poco aceptaron o rechazaron inicialmente
uno u otro escrito. Finalmente, los Sínodos y los Concilios de la Iglesia de Cristo,
fueron los que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a través de los siglos,
consideraron definitivamente a algunos de estos escritos como auténticos e inspirados
y a otros dignos de la más severa de las prohibiciones por ser apócrifos o
contrarios a la doctrina de Jesús.