INFIERNO: A) SEGÚN LA RAZÓN; B) SEGÚN LA BIBLIA
De los tantos puntos doctrinales en que TJ y católicos no estamos de acuerdo, hay uno que es fundamentalísimo –seguramente todos los son- y naturalmente contradictorio en ambas religiones y en el que yo creo que la razón y la Biblia están completamente de acuerdo.
Se trata del tema de “el infierno”, o sea, saber si Dios tiene preparado “algo” para el hombre que de alguna manera ha llevado conscientemente una vida que no ha sido de su agrado, que no ha observado de ninguna manera sus mandamientos, que se ha considerado suficiente y no ha querido en ningún momento aceptar la mano tendida de Dios.
A) A) Según la RAZÓN:
Las personas nos preguntamos muchas veces: ¿Cómo Dios permite la maldad, el desorden en sí, la injusticia en las relaciones humanas? ¿No es responsable de ello por haber hecho al hombre inteligente y libre, es decir potencialmente criminal, traidor, astuto, sádico? ¿No es cómplice del ladrón, del calumniador, del asesino a quien dio talento y fuerzas para el mal?
El hombre posee, naturalmente, inteligencia, conciencia, voluntad, y libertad. Ahora bien, la concesión de estas facultades supone la posibilidad de la desviación ya que estas facultades dadas por Dios al hombre poseen en sí la posibilidad del mal. Entonces ¿se puede liberar a Dios de la complicidad con el mal que se siga de un privilegio que Él dio?
Si en vez del orden que contemplamos en el Universo -obra del mismo Dios-, viéramos todo lo contrario: el desorden y lo inopinado; si al tirar piedras al aire unas cayeran y otras no; si el mar entrara y saliera por la costa y subiera y bajara por las montañas, al azar; si las estrellas aparecieran cada día por un sitio distinto y el sol saliera cuando menos lo esperaras o no saliera; si de los cocoteros brotaran unas veces cocos y otras naranjas o piñas… En una palabra, si los efectos fueran siempre anárquicos, casuales, como es la carta que un jugador saca a ciegas de una baraja o el premio mayor de la lotería, entonces aquellos supuestos efectos podríamos atribuirlos a fuerzas ciegas o inconscientes.
Pero vemos todo lo contrario: Vemos un orden perfecto
tanto en el macro como en el microcosmos. Por lo tanto, es fácil llegar a la
conclusión lógica que el hombre, como creatura también de este Dios, ha de
estar inmerso dentro del mismo orden. Y así como cuando por cualquier causa el
hígado no segrega la glucosa necesaria para la sangre, actúa otra glándula
rectificadora a fin de suministrar el elemento necesario y se restablezca el
orden, o cuando el aire que debiera cargarse en pocos día de bióxido de carbono
y hacerse irrespirable, se ve purificado por un sistema correctivo en las
hojas verdes que devuelven al aire el oxígeno necesario, o cuando vemos
aparecer en el cuerpo de algunas especies de fisóstomos, unos cordones
luminosos para corregir la pega –podríamos decir- de moverse a tres mil metros
bajo la superficie del agua, o cuando tras una herida abierta en cualquier
parte del cuerpo, las células trabajan desesperadamente para cerrar de nuevo
los tejidos desgarrados, así, también, Dios debe tener establecido un elemento
correctivo para restablecer de nuevo el orden querido por Él si éste es
perturbado por la acción libre de los hombres.
Si, pues, Dios permite al hombre que por su actividad libre y voluntaria se produzcan graves desórdenes en las relaciones humanas rompiendo la paz y la justicia que Él desea y el hombre en general anhela, debe tener establecido un correctivo a fin de que el desorden que tenga lugar entre nosotros –debido precisamente al mal uso de nuestras facultades- quede anulado y de nuevo brille el orden maravilloso de Dios en lo que a nosotros –el hombre- atañe.
Puesto que en esta vida no hallamos este correctivo ya que en infinidad de casos observamos la prosperidad de los inicuos y la tribulación de los justos, las conclusiones anteriores nos llevan a la necesidad de un “más allá”, de “otra vida”, de un “algo después de la muerte” en el que tanto el esfuerzo de los justos como el desorden causado por los inicuos sean compensados de alguna manera.
La razón parece que no pueda llegar más allá, concretar en que puede consistir esta compensación, este restablecimiento del orden. Pero lo que sí ve la razón es que esta compensación ha de ser consciente, ya que el hombre, en pleno uso de sus facultades, ha sido el sujeto tanto del esfuerzo para conseguir el orden querido por Dios como de la mala voluntad para truncarlo. Por lo tanto, también el hombre ha de ser el sujeto de esta compensación. Y el hombre solo puede ser sujeto efectivo de algo si está consciente, si está en pleno uso de sus facultades. Hasta aquí la razón.
B) B) Según la BIBLIA:
Respecto al premio consciente de los esforzados
lo comentaremos en otro lugar. De su necesidad estamos de acuerdo católicos y testigos,
aunque con diversas y grandes variantes.
En este lugar, comentaremos el tema de la compensación de la actuación de los inicuos.
En primer lugar, dejaremos a un lado el tema de la significación de las palabras o expresiones: Sheol, Tormento eterno, Gehena de fuego, etc., que en este momento no nos aclararían nada. Creo que es mejor examinar diversas expresiones de Jesucristo al respecto mucho más sencillas y libres de dobles significados e interpretaciones. Si ha lugar, las interpretaciones difíciles han de dejar paso a las sencillas y no por ello abandonar el análisis del tema.
Jesucristo lanzó en varias ocasiones una serie de exclamaciones que nos hablan de una manera clarísima y objetiva de la existencia de algún castigo terrible que después de la muerte se aplicará a los inicuos: “…el que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le arrojaran al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Porque no puede menos de haber escándalos; pero ¡ay de aquel por el que viniere el escándalo!” (Mt 18;6,7) Y también: “Dijo a sus discípulos: Es inevitable que haya escándalos; sin embargo ¡ay de aquél por quien vengan! Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños” (Lc 17;1,2)
No hablamos del escandalizado sino de los que escandalizan. Quizá el sujeto de las últimas palabras de Jesucristo es una persona que vive indiferente a los problemas de Dios, que vive una vida de placeres siendo “causa de tropiezo” para muchos. Sufre un ataque al corazón a avanzada edad y quizá sin enterarse se muere plácidamente. A esta persona y a tantas otras con actitudes y vida parecida, van dirigidas las palabras de Jesucristo: “Mejor le fuera que le atasen al cuello…” ¿Por qué? Si como aseguran los TJ, esta persona muere tranquilamente al cabo de años de abusos, escándalos y placeres sin querer saber nada de Dios, y ahí se termina todo, ¿por qué Jesús ha de decir de ella con tanto énfasis ¡ay de aquél por el que viniere el escándalo!, y proponer que mejor le es sufrir una muerte por ahogamiento antes que escandalizar a una sola persona. No se entienden las palabras de Jesucristo a no ser que, por haber escandalizado sin enmienda de ello, a esta persona le espere después de la muerte algún tipo de correctivo que trate de equilibrar el desorden causado en su vida. Y como hemos dicho más arriba, para que este correctivo sea efectivo, la persona que lo recibe ha de estar consciente, ha de comprender lo que le está pasando y por qué le está pasando.
Ahora no hablamos de si este correctivo es de fuego o
no, si va a ser eterno o va a ser temporal, si va a ser en un lugar llamado
Sheol, o infierno, o como sea… Lo único que consideramos ahora es la necesidad
de la existencia de un correctivo consciente después de la muerte –no hay otro
momento- para los que conscientemente han truncado el orden establecido por
Dios.
En otra escena, (Lc 6;25), Jesucristo dice que los que están saciados ahora, “padecerán hambre”. Es algo que, para sentirlo, para experimentarlo, se ha de estar consciente. Jesucristo dice que los que ríen ahora (se ríen de su doctrina) se lamentarán y llorarán. ¿Cuándo? Ya hemos visto que en esta vida no experimentamos estos correctivos, todo lo contrario, en muchos casos. ¿Entonces? Está claro que, para padecer hambre, para llorar, se debe estar consciente. Y aunque se quiera interpretar simbólicamente las frases “padecer hambre” o “lamentarán y llorarán”, lo que no podemos es quitarle su sentido activo, su sentido de consciencia, porque entonces desbarataríamos toda la frase y le anularíamos todo el sentido que se deprende de ella sin necesidad de forzar ninguna expresión.
Otro punto en el que se ve claro que el correctivo que les espera a los inicuos tiene que ser consciente y muy superior a cualquier muerte que nos pueda ocurrir en esta vida, es (Heb 10;28-31): “Si el que menosprecia la Ley de Moisés, sin misericordia es condenado a muerte sobre la palabra de dos o tres testigos, ¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su testamento, en el cual Él fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?”
Vamos a suponer para entenderlo, un inicuo en tiempo
de Moisés y uno después de Jesucristo, hoy, por ejemplo.
Dice la Biblia que el inicuo en tiempo de Moisés, por el testimonio de dos o tres se le hacía morir sin compasión. Por lo tanto, se le segaba la posibilidad de nuevos placeres y además se le proporcionaba una muerte sufrida, a sangre fría. Si al inicuo que ha pisoteado al Hijo de Dios además de no segarle la posibilidad de nuevos placeres se le permite que disfrute todo el resto de su vida de los placeres del pecado o quizá muera plácidamente en su lecho a longa edad, ¿dónde está el más severo castigo que para este segundo personaje vaticina (Hb 10;28-31) si después de la muerte este personaje ya no va a sentir nada más ni va a ser consciente de nada?
Decididamente y de un modo claro demostrado por la
razón y por la Biblia, después de la muerte ha de existir una compensación o castigo
CONSCIENTE para quien durante esta vida haya perturbado conscientemente el
orden establecido por Dios.