Los salmos, oración de la Asamblea.
Dios, vivo y verdadero, llama incansablemente a cada
persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios
fiel es siempre lo primero en la oración, la acción del hombre es siempre una
respuesta.
Desde
David hasta la venida del Mesías, las sagradas Escrituras contienen textos de
oración que atestiguan el sentido profundo de la oración por sí mismo y por los
demás. Los salmos, que fueron reunidos poco a poco, son la obra maestra de la
oración en el Antiguo Testamento.
Los
Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como asamblea, con
ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas.
Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que
oran y a todos los hombres; brota de la Tierra santa y de las comunidades de la
Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los acontecimientos
salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace
memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará
cumplimiento definitivo.
Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad viva tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o comunitaria, de canto real o de peregrinación, o de meditación sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo tiempo.