s/TJ:
"En el centro del "propósito eterno" de
Dios está la
"descendencia" que sería producida por la "mujer" de Dios. La contienda que empezó en el jardín de Edén entre Satanás y Dios llegó a tener como centro esta misteriosa
"descendencia".
Tenía que ser así porque esa "descendencia" había de ser producida al debido tiempo para magullar la cabeza de la Gran Serpiente, y Satanás el Diablo sabía que la "cabeza" del caso era la suya (Gn 3;15) Satanás estaba resuelto a quebrantar la integridad de la "descendencia" venidera y así hacer que no pudiera servir para el propósito de Dios.
Tenía que ser así porque esa "descendencia" había de ser producida al debido tiempo para magullar la cabeza de la Gran Serpiente, y Satanás el Diablo sabía que la "cabeza" del caso era la suya (Gn 3;15) Satanás estaba resuelto a quebrantar la integridad de la "descendencia" venidera y así hacer que no pudiera servir para el propósito de Dios.
En el Diluvio había terminado el primer encuentro de la contienda entre
Satanás y Dios, pero con una manifestación
en contra de Satanás. El no
había podido quebrantar la
integridad de por lo menos tres
hombres que habían descendido del primer
hombre y la primera mujer
cuya integridad él había proyectado
arruinar. Abel, Enoc
y Noé habían debilitado la posición confiada de
Satanás y habían hecho que él se desesperara más en su objetivo de causar la
ruina de la "descendencia".
Después del diluvio toda la humanidad hasta hoy
mismo podía verse como
descendiente de Noé. De modo que ahora al mundo de la humanidad se le había dado un
comienzo justo, porque Noé
"andaba con el Dios verdadero" (Gn 6;9). El era imperfecto por herencia, pero, moralmente, era sin tacha, inmaculado,
delante de Dios. Los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, junto con las
esposas de éstos, sobrevivieron con él y su esposa.
La línea que nos lleva a la "descendencia" es: Noé, Sem, Abrahán, Isaac, Jacob, David, Salomón,
etc." ("El propósito eterno de Dios va triunfando
ahora", pág 82 y ss)
"Es obvio que la religión verdadera no fue afectada cuando, en Babel, Jehová confundió el medio de expresión de la humanidad. Hombres y mujeres fieles como Abel, Enoc, Noé, la esposa de Noé y los hijos y nueras de éste habían estado practicando la adoración verdadera
antes del Diluvio. Después
del Diluvio se conservó la
adoración verdadera en la línea de Sem, hijo de Noé. Abrahan, descendiente de Sem, practicó
la religión verdadera y
llegó a ser conocido como
"el padre de todos los
que tienen fe" (Rm 4;11). Apoyaba su fe con obras (St 2;21-23). Su religión era un modo de
vivir."
La adoración verdadera siguió practicándose en la línea de los descendientes de Abrahan: Isaac,
Jacob (o Israel) y los
doce hijos de Jacob, de
quienes descendieron las doce tribus
de Israel. Al final del
Siglo XVI aC. los descendientes de Abrahan por Isaac luchaban por conservar la religión pura a pesar de un ambiente hostil y pagano -Egipto- donde los sometieron a
esclavitud.
Jehová utilizó a su fiel siervo Moisés, de la tribu de Leví, para librar a Sus adoradores del yugo de Egipto, un país saturado de religión falsa. Mediante Moisés, Jehová hizo un pacto con Israel e hizo de éste Su pueblo escogido. En aquel tiempo Jehová codificó su adoración, y la estableció temporalmente dentro de los límites de un sistema de sacrificios bajo la administración de un sacerdocio y con un santuario material, primero el tabernáculo portátil y luego el templo
que hubo en Jerusalén.
Con todo, debe notarse que no se tenía el propósito de que aquellos rasgos materiales llegaran a ser parte permanente de la religión verdadera. La Ley era "una sombra de las cosas por venir" (Col 2;17) (Hb 9;8-10) (Hb
10;1). Parece que
antes de la Ley de Moisés,
en tiempos patriarcales, los cabezas
de familia
representaban a sus familias al ofrecer sacrificios
sobre los altares que
habían erigido (Gn 12;8)
(Gn 26;25) (Gn 35;2-3) (Jb 1;5). Pero no se había organizado un sacerdocio
ni un sistema de sacrificios con ceremonias y ritos. Además, Jesús mismo indicó la naturaleza temporal de la adoración codificada con su centro en Jerusalén cuando dijo
a una samaritana: "La
hora viene cuando ni en esta
montaña, ni en Jerusalén,
adorarán ustedes al Padre... La hora viene, y ahora es, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre con espíritu
y con verdad" (Jn 4;21-23). Jesús mostró que la religión verdadera no habría de practicarse con cosas materiales, sino con espíritu y
verdad.
Desde la rebelión en Edén ha habido constante enemistad entre la religión verdadera y la falsa. Hablando simbólicamente, en ciertas ocasiones a los adoradores verdaderos se le ha hecho cautivos de la religión falsa, representada por Babilonia desde el tiempo de Nemrod. Antes de que Jehová permitiera que su pueblo fuera llevado cautivo a Babilonia en 617 aC. y 607 aC., aquel pueblo ya había sucumbido a la religión falsa babilónica (Jr 2;13-23) (Jr 15;2) (Jr 20;6) (Ez 12;10-11). En 537 aC. un resto fiel regresó a Judá (Is 10;21). Estos prestaron atención a la llamada profética: "¡Salgan de Babilonia!" (Is 48;20). Aquello
no habría de ser solamente una liberación física. También era una
liberación espiritual de un ambiente inmundo e idolátrico de religión falsa. Por eso a aquel resto fiel se le mandó: "Apártense,
apártense, sálganse de allí, no toquen nada inmundo; sálganse de en medio de ella, manténganse limpios, ustedes los que llevan los utensilios de
Jehová" (Is
52;11). El propósito
principal de su regreso a Judá era establecer de nuevo la adoración pura, la
religión verdadera.
Es interesante notar que en aquel mismo siglo VI aC. surgieron nuevas ramificaciones de la religión falsa dentro de Babilonia la Grande. Surgieron el budismo, el confucianismo, el zoroastrismo y el jainismo, además de la filosofía griega racionalista
que después ejercería mucha
influencia en las iglesias de la cristiandad. Así que, mientras se restablecía la religión pura en Judá, el archienemigo de Dios fue ampliando las opciones de religión
falsa.
Para el tiempo en que Jesús apareció en
Israel, la mayoría de los judíos practicaban diversas formas del judaísmo, una religión que había
adoptado muchos conceptos religiosos babilónicos. Se había adherido a Babilonia la
Grande. Cristo condenó el judaísmo y libró a sus discípulos del cautiverio babilónico. (Mt 23) (Lc 4;18). Puesto que los lugares donde Pablo predicó estaban saturados de
religión falsa y filosofía griega, el apóstol citó de la profecía de Isaías y aplicó las
palabras de aquel profeta a los cristianos, quienes tenían que mantenerse libres de la influencia inmunda de Babilonia
la Grande. (2Cor
6;16-17)." ("La Atalaya" de 1.12.91, pág 12 y 13)