miércoles, 12 de febrero de 2014

DESCENDENCIA: CENTRO DEL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS

s/TJ: 

"En el centro  del "propósito eterno" de Dios está  la "descendencia" que sería producida por  la "mujer" de Dios.  La contienda  que empezó en el jardín  de Edén  entre Satanás  y Dios  llegó a  tener como  centro esta misteriosa "descendencia".
  
Tenía que  ser así porque esa "descendencia" había de  ser producida al debido  tiempo para magullar la  cabeza de la Gran Serpiente, y  Satanás el Diablo sabía que la  "cabeza" del caso era la suya (Gn 3;15) Satanás estaba resuelto a quebrantar la integridad de la "descendencia" venidera y así  hacer que  no pudiera servir  para el propósito de Dios. 

En el Diluvio había terminado el  primer encuentro de la contienda entre Satanás y Dios, pero con una  manifestación en contra de Satanás.  El no había podido quebrantar  la integridad de por lo menos  tres hombres que habían descendido del  primer hombre y la primera  mujer cuya integridad él había  proyectado arruinar.   Abel, Enoc y  Noé habían  debilitado la posición confiada de Satanás y habían hecho que él se desesperara más en su objetivo de causar la ruina de la "descendencia".

Después del diluvio  toda la humanidad hasta hoy mismo  podía verse como descendiente de Noé.  De  modo que ahora al mundo de  la humanidad se le había dado un comienzo justo, porque  Noé "andaba con el Dios verdadero" (Gn 6;9).   El era  imperfecto por herencia,  pero, moralmente,  era sin tacha, inmaculado, delante  de Dios.  Los tres hijos de  Noé: Sem, Cam y Jafet, junto con las esposas de éstos, sobrevivieron con él y su esposa. 

La  línea que  nos  lleva a  la "descendencia"  es:  Noé, Sem,  Abrahán, Isaac, Jacob, David, Salomón, etc." ("El propósito eterno de Dios va triunfando ahora", pág 82 y ss) 

"Es obvio  que la religión  verdadera no  fue afectada cuando,  en Babel, Jehová  confundió el  medio de  expresión  de la  humanidad.  Hombres  y mujeres fieles  como Abel,  Enoc, Noé, la  esposa de Noé  y los hijos y nueras de  éste habían estado  practicando la adoración verdadera antes del Diluvio.  Después del Diluvio  se conservó la adoración verdadera en la línea de Sem, hijo de Noé.  Abrahan, descendiente de Sem, practicó la religión verdadera  y llegó a ser  conocido como "el padre  de todos los que tienen  fe" (Rm 4;11).   Apoyaba su fe  con obras (St  2;21-23).  Su religión era un modo de vivir." 
La  adoración  verdadera  siguió  practicándose en  la  línea  de  los descendientes de Abrahan: Isaac, Jacob (o  Israel) y los doce  hijos de Jacob, de quienes descendieron las doce  tribus de Israel.  Al final del Siglo  XVI aC.  los  descendientes  de Abrahan  por  Isaac luchaban  por conservar  la religión  pura  a pesar  de un  ambiente  hostil y  pagano -Egipto-  donde los sometieron a esclavitud.

Jehová  utilizó a  su fiel  siervo  Moisés, de  la tribu  de Leví,  para librar   Sus adoradores  del  yugo  de  Egipto,  un país  saturado  de religión falsa. Mediante Moisés,  Jehová hizo un  pacto con Israel  e hizo  de  éste Su  pueblo escogido.   En  aquel tiempo  Jehová codificó  su adoración,   la estableció temporalmente  dentro de  los límites  de un sistema de  sacrificios bajo la administración de un sacerdocio y con un santuario material, primero  el  tabernáculo portátil y luego el templo que hubo en Jerusalén.

Con todo,  debe notarse  que no  se tenía el  propósito de  que aquellos rasgos materiales llegaran   ser parte  permanente  de  la  religión verdadera. La  Ley era "una sombra  de las cosas por  venir" (Col 2;17) (Hb 9;8-10) (Hb 10;1).  Parece que antes  de la Ley de Moisés, en tiempos patriarcales, los  cabezas de  familia representaban  a sus  familias al ofrecer sacrificios sobre  los altares que habían erigido  (Gn 12;8) (Gn 26;25) (Gn 35;2-3) (Jb 1;5).  Pero  no se había organizado un sacerdocio ni  un sistema  de sacrificios  con ceremonias  y ritos. Además, Jesús mismo indicó  la naturaleza temporal  de la adoración codificada  con su centro en Jerusalén cuando dijo a  una samaritana: "La hora viene cuando ni en  esta montaña, ni en  Jerusalén, adorarán ustedes al  Padre...  La hora viene,  y ahora es,  en que  los verdaderos adoradores adorarán al Padre con  espíritu y  con verdad"  (Jn 4;21-23). Jesús mostró  que la religión verdadera no  habría de practicarse con  cosas materiales, sino con espíritu y verdad. 

Desde  la  rebelión en  Edén  ha  habido  constante enemistad  entre  la religión verdadera y  la  falsa.  Hablando  simbólicamente, en  ciertas ocasiones a  los adoradores  verdaderos se  le ha  hecho cautivos  de la religión falsa,  representada por Babilonia  desde el tiempo  de Nemrod. Antes de  que Jehová permitiera  que su  pueblo fuera llevado  cautivo a Babilonia en  617 aC. y  607 aC., aquel pueblo  ya había sucumbido  a la religión falsa babilónica (Jr  2;13-23)   (Jr  15;2)  (Jr  20;6)  (Ez 12;10-11).  En 537  aC. un resto fiel regresó a  Judá (Is 10;21).  Estos prestaron atención  a la llamada  profética: "¡Salgan de  Babilonia!" (Is 48;20). Aquello no  habría  de ser  solamente  una liberación física. También era una liberación espiritual   de  un  ambiente  inmundo  e idolátrico de religión  falsa.  Por eso a aquel resto  fiel se le mandó: "Apártense, apártense, sálganse de allí, no toquen nada inmundo; sálganse  de en  medio de  ella,  manténganse limpios, ustedes los  que llevan los utensilios de Jehová"  (Is 52;11).  El propósito principal de su regreso a Judá era establecer de nuevo la adoración pura, la religión verdadera. 

Es interesante  notar que en aquel  mismo siglo VI aC.  surgieron nuevas ramificaciones  de la  religión  falsa dentro  de  Babilonia la  Grande. Surgieron el budismo,  el confucianismo, el zoroastrismo  y el jainismo, además de la  filosofía griega racionalista que  después ejercería mucha influencia  en las  iglesias de  la cristiandad.   Así que,  mientras se restablecía la religión  pura  en  Judá, el  archienemigo  de Dios  fue ampliando las opciones de religión falsa.

Para el tiempo en que Jesús apareció en Israel, la mayoría de los judíos practicaban diversas formas del  judaísmo,  una religión  que había adoptado muchos conceptos religiosos babilónicos.  Se había adherido a Babilonia la Grande. Cristo condenó el judaísmo y libró a  sus discípulos del  cautiverio babilónico.  (Mt  23) (Lc 4;18).   Puesto que los lugares  donde Pablo predicó estaban saturados de religión falsa y filosofía griega, el apóstol citó de  la profecía de Isaías y aplicó las palabras de aquel profeta a los cristianos, quienes  tenían  que mantenerse  libres de  la  influencia inmunda de Babilonia la  Grande. (2Cor 6;16-17)." ("La Atalaya" de 1.12.91, pág 12 y 13)