domingo, 23 de marzo de 2014

VIDA ETERNA EN LA TIERRA

s/TJ:

En cierta ocasión, un gobernante joven y rico fue corriendo al encuentro de Jesús y, tras arrodillarse, le preguntó: “Buen Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida eterna?” (Mar. 10:17).

¿Dónde esperaba este hombre heredar la vida eterna? ...  siglos atrás Dios les había ofrecido a los judíos la esperanza de resucitar y vivir para siempre en la Tierra. Y esa era la misma esperanza que tenían muchos judíos del siglo primero.
Parece ser que Marta, quien era amiga de Jesús, estaba pensando en una futura resurrección en la Tierra cuando dijo: “Yo sé que [mi hermano] se levantará en la resurrección en el último día” (Juan 11:24). Es cierto que los saduceos no creían en la resurrección (Mar. 12:18). Pero ese no era el caso de todos los judíos, como lo demuestra el siguiente comentario de George Foot Moore: “Los escritos [...] de los siglos segundo y primero antes de nuestra era confirman que la gente creía que llegaría un momento crucial en la historia en el que los muertos de las generaciones anteriores volverían a vivir en la Tierra” (Judaism in the First Centuries of the Christian Era [El judaísmo de los primeros siglos de la era cristiana]). Así pues, lo que aquel hombre rico quería era alcanzar la vida eterna en la Tierra.
Hoy día, muchas religiones y un buen número de biblistas sostienen que la esperanza de la vida eterna en la Tierra no es una enseñanza cristiana. De hecho, la mayoría de las personas esperan vivir en el mundo de los espíritus después de morir. Por eso, cuando encuentran la expresión “vida eterna” en las Escrituras Griegas Cristianas, creen que siempre se refiere a la vida en el cielo. Pero ¿es eso cierto? ¿Qué quiso decir Jesús cuando habló de la vida eterna? ¿Qué creían sus discípulos? ¿Aparece en las Escrituras Griegas Cristianas la esperanza de la vida eterna en la Tierra? (“La Atalaya” 15/8/2009, pág 7-11)
Análisis:
Vida eterna
Sea cual sea la percepción de “vida eterna” que tenía el joven rico que le pregunta a Jesús ¿Qué haré para obtener la vida eterna? (NM)(Mt 19;16)(Mc 10;17)(Lc 18;18) y sea donde sea el lugar en el que este joven esperase heredar esta vida eterna, lo que está medianamente claro en las Escrituras es el pensamiento de Jesús sobre el particular.
En efecto, Jesús iguala entrar en la Vida eterna” a entrar en el Reino de Dios”  o en el “Reino de los cielos” ya que si cumples con todo lo que Jesús te pide, tienes “un tesoro en el cielo” no en la Tierra. En ningún momento, Jesús ofrece a aquel joven que ha preguntado por la Vida eterna, la posibilidad de obtenerla  aquí en la Tierra. Todas sus palabras van encaminadas a que consiga entrar en la Vida eterna, Reino de Dios o Reino de los cielos. Jesús está, pues, hablando de un único lugar, de una situación, de un destino. 
Por otra parte, queda también claro en la conversación posterior entre Jesús y sus apóstoles, que entrar en la Vida eterna, Reino de Dios o Reino de los cielos, es igual a obtener la salvación.
Esperanza de resucitar y vivir para siempre en la Tierra.
La esperanza de los judíos fariseos -ya que los saduceos no creían en  ello- era la resurrección de los muertos. Pero en ninguna parte se precisa como hacen los TJ, porque de hecho no era así, que su esperanza era "volver a la vida aquí en la tierra" (“El hombre en busca de Dios…” págs 248 y ss).  Cuando Pablo en  (Hech  23; 1-11) se  está defendiendo delante del Sanedrín, dice: "Hermanos, yo soy fariseo e hijo de fariseos: Por la esperanza en la resurrección de los  muertos, soy traído a juicio”. Y, claramente, la esperanza de Pablo era la resurrección, no para volver a la vida aquí en la Tierra, sino para estar junto a Cristo en el cielo. Por lo tanto, al hablar  de la esperanza de los fariseos, nos está dando una referencia de cuál era la esperanza de los judíos fariseos quienes, como se dice a continuación, creían en los ángeles  y en los espíritus. En (Hech 24;15) se dice que Pablo tiene la misma fe en la Ley y los Profetas que tenían los judíos y su misma esperanza en la resurrección de los  justos y de los injustos.

En ninguna parte de las Escrituras griegas, pueden los TJ mostrarnos un pasaje que se diga que los judíos creían en que resucitarían para volver a la vida aquí en la Tierra.

Según el Talmud de Jerusalén, el alma permanecía tres días sobre el cadáver,  y lo abandonaba al  cuarto, en que comenzaba la descomposición. Se pensaba que la muerte era definitiva a partir del tercer día, cuando la descomposición empezaba a borrar los rasgos del difunto. Quizá, por esta  creencia de los judíos, Jesucristo –en el caso de Lázaro- esperó al cuarto día a fin de dar más énfasis al milagro que iba a realizar.

La doctrina de la resurrección de la que no aparecen ni vestigios en los primeros libros inspirados, y que hasta podría parecer negada simplemente en otros, pues el sheol se describe  como un abismo del que es imposible ya todo retorno (Jb 7;9-10) (Sl 40;9) (Am 8;14), se va abriendo paso también con revelación progresiva.

Job, en medio de sus tribulaciones y congojas, lanza el grito de esperanza: "Yo sé que mi  libertador vive y que al final se levantará; y vestido nuevamente de mi piel me pondré yo en pie y en mi carne veré a Dios" (Jb 19;25-26); con tono solemne que indica algo trascendente espera volver a su carne y a su piel. Es la resurrección. Aunque se trate de un caso aislado no es menos significativo.

Esta idea, afirmada en Job y algunos Salmos (Sl 15;10) (Hech 2;31) (Hech 13;35) (Sl 29;3), se  presenta sin más con dramatismo y grandeza simbólica en la "Visión de los  huesos" de  Ezequiel; y tiene ya en Daniel la aserción explícita: "Y muchos que duermen en el polvo  se levantarán, unos para  vida y otros para  confusión e ignominia sempiterna" (Dn 12;2)

Los libros deuterocanónicos, finalmente, nos reservan las últimas luces, acentuando la noción de  la inmortalidad y de las concepciones relativas a la recompensa de los justos, al mismo tiempo que se explayan sobre el castigo de los pecadores. Pero no deja de llamar la atención que la descripción de la felicidad en el más allá haya alcanzado mayor desarrollo y sea  más explícita que  la que trata sobre los castigos. En cierta medida, estos últimos han sido considerados sólo indirectamente y ante todo como consecuencia del posible rechazo de la felicidad prometida a los elegidos. Así se explica que el primer castigo sea la privación de la vida con Dios. Y son los siete hermanos Macabeos que, a una con su madre, ante el rey Antíoco afirman su convicción profunda  de resucitar un día (2Mc 7;9-14) (Hb 11;35). También aquí, como en Daniel, hay resurrección para  los justos a la vida, y también para el perseguidor, pero no para la vida (2Mc 7;14). El pasaje de Judas Macabeo que ofrece un sacrificio en expiación de las culpas de los difuntos pensando en  la resurrección, con el comentario del escritor sagrado, no dejan lugar a ningún subterfugio. Al mismo tiempo nos hablan de un lugar de purificación más allá de la tumba (2Mc 12;43-44)