viernes, 28 de febrero de 2014

LOS VERDADEROS ADORADORES SE RECONOCEN POR SUS FRUTOS.

LA ATALAYA 1/6/2009:

s/TJ:

Tocante a los adoradores verdaderos y los falsos, Jesucristo dijo a sus seguidores: “Nunca se recogen uvas de espinos o higos de cardos, ¿verdad? Así mismo, todo árbol bueno produce fruto excelente, pero todo árbol podrido produce fruto inservible; un árbol bueno no puede dar fruto inservible, ni puede un árbol podrido producir fruto excelente. [...] Realmente, pues, por sus frutos reconocerán a aquellos hombres”. De modo que los verdaderos adoradores se reconocerían por sus frutos, sus obras. ¿Cuáles son esos frutos? (Mateo 7:16-20.)

En primer lugar, la adoración verdadera une a los creyentes en un vínculo de amor. Jesús explicó a sus discípulos: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí”. Los auténticos seguidores de Cristo se tienen amor, un amor tan grande que a los ojos de todos queda claro que ellos son los que practican la religión verdadera (Juan 13:34, 35). (La Atalaya 1/6/2009, pág 12-15)

Análisis:

Los TJ nos recuerdan en (La Atalaya 1/3/2012, pág 3-9), que Jesús “invirtió mucho tiempo y energías en ayudar a otros, aun a costa de su propia comodidad” (Mc 6; 30-34) e incluso insertan un bucólico dibujo en el que se está ofreciendo a alguien una cesta repleta de fruta variada.

Y nos presentan esta actitud de Jesús como una de las características principales que ha de tener un cristiano. Me parece muy bien. Pero entonces por qué por otra parte escriben: “¿Ha hecho usted algo que merezca su aprobación (de Dios), algo más, es decir, de lo que ha hecho la gente de las religiones paganas? Sí, usted probablemente ha sido caritativo y  ha tratado de obrar justamente para con sus semejantes. Pero –advierten los TJ- ¿no han hecho eso mismo personas de naciones llamadas paganas? (La Atalaya 15/6/1968, pág 363).

O sea, que por una parte ponen el ejemplo del propio Jesús que se desvivía por su prójimo, y por otra recriminan esta actitud, a quien tratando de obrar justamente la pone en práctica. Y es que para los TJ todo lo que no sea ir por las casas de dos en dos repartiendo folletos es prácticamente perder el tiempo… Jesucristo abre el campo de acción a muchísimas más actuaciones a favor de nuestro prójimo. Un inventario de todas y cada una de las obras sociales que se llevan a cabo en el mundo en las que el amor al prójimo es su motor, nos demostraría de modo sobrado que los TJ están ausentes en la mayor parte de ellas.

s/TJ:

¿Qué otros frutos indicó Jesús que identificarían a los discípulos verdaderos? En la oración del padrenuestro empezó diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Jesús asignó prioridad a la santificación del nombre personal de Dios, Jehová, y expresó el deseo de que en toda la Tierra se hiciera la voluntad de su Padre mediante el Reino celestial. ¿A qué religión se la conoce por hacer público el nombre Jehová y proclamar que el Reino de Dios es la única esperanza que tiene la humanidad de vivir en paz? Los testigos de Jehová, portadores del nombre divino, dan a conocer las buenas nuevas del Reino en 236 países y territorios y distribuyen publicaciones en más de cuatrocientos setenta idiomas (Mateo 6:9, 10, Sagrada Biblia, Serafín de Ausejo). (La Atalaya 1/6/2009, pág 12-15)

Análisis:

Digamos, en primer lugar, que para los TJ el nombre de Dios es Jehová. Pues bien, Jesucristo no emplea el nombre de Jehová en ningún momento de su ministerio porque así lo atestiguan los Evangelios y a pesar de que los TJ nos digan: Jesús dio a conocer el nombre de Dios empleándolo en su ministerio” (La Atalaya 1/3/2019, pag 3-9).

¿Y cómo prefiere Dios que se le llame? Los propios textos de los Evangelios nos lo dicen: “Cuando oréis, decid: Padre..." (Lc 11;2);  "Vuestro Padre sabe muy  bien lo  que necesitáis... Así pues,  orad de  esta manera: Padre nuestro...  " (Mt 6;8-9). ¿Es  que cuando un hijo se dirige a su padre es  más adecuado que le llama Ramón o  Juan o Pedro, en vez de ¡Padre!? ¿Es que un hijo  por el hecho de llamar ¡Padre! a su padre natural no se siente cerca de él?  ¿Acaso un niño, aunque sepa  cómo se  llama  su padre  o su  madre,  cuando se  encuentra delante de  cualquier peligro  no le sale  de su  corazón: ¡mamá!, ¡papá!?

El apóstol Pablo  dice que los cristianos al tener  el espíritu de Dios claman: "Abba Padre", no claman Jehová o  Yahweh.  (Rm 8;15) (Gl 4;6).   El propio Jesús unas horas antes de  ser ajusticiado, estaba  en el  huerto  de  Getsemaní y  oró  clamando  a su  Padre diciendo: "Abba Padre, todas las  cosas te son posible; remueve de mí esta copa" (Mc 14;36). Y bien, ¿qué  significa la  palabra "abba"? Lo  más entrañable y cariñoso de  un  hijo  hacia  su progenitor.  Proviene del arameo y  encierra el sentido de "papá"; algo muy apropiado para dirigirse a Dios.

Pero es que para rematar el tema podríamos preguntarnos ¿Qué pronunciación consideran los TJ como más correcta?  En la página 25 del prefacio de la Traducción del  Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en  inglés, publicada por  la Sociedad Watch Tower Bible and Tract  en  1950, los  traductores  declararon que   se inclinaban a "considerar la pronunciación 'Yahweh' como  la manera más correcta".  ("La Atalaya" de 1.12.64, pág 711) Ver también (Usted puede vivir… pág 43 y 44).  Por otra parte reconocen que “Toda persona desea no solamente que su nombre sea tratado con el debido respeto, sino también, que se pronuncie correctamente” (“Santificado sea tu nombre”, pág 15)

Así, pues, los TJ dan a conocer una pronunciación del  nombre de Dios que saben sobradamente que es falso y además se empeñan en que Jesucristo lo utilizaba en su ministerio cuando éste el único nombre que empleo fue el de Padre. Los Evangelios son el único testimonio de ello y es fácil comprobarlo.

s/TJ:

Los Testigos de Jehová también siguen el ejemplo de Jesús manteniéndose al margen de la política y las controversias sociales. “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo”, dijo Jesús de sus discípulos. Además, los Testigos aceptan la Biblia como la Palabra de Dios, convencidos de que “toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra” (Juan 17:14, 17; 2 Timoteo 3:16, 17). (La Atalaya 1/6/2009, pág 12-15)

Análisis:

Dicen los TJ que “Jesús no era parte del mundo porque no intervenía en las cuestiones sociales y políticas de su tiempo”. Leyendo el Nuevo Testamento o Escrituras Griegas, es patente que la muerte de Jesús, en parte, fue dictada precisamente por motivos de esta índole.

Que los cristianos no sean parte de este mundo, no quiere decir que los cristianos no deban intervenir en las cuestiones sociales y políticas de su ambiente.

En toda la historia de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, apenas si existe frontera entre religión y política.

Y no son pocas las referencias a las estructuras de la sociedad y al poder político que encontramos en el Nuevo Testamento. Y, por otra parte, Jesús se refiere a nor­mas de vida política: todo reino internamente dividido perece (Lc 11,17); un rey debe calcular sus fuerzas antes de hacer la guerra (Lc 14,31-32); los que cogen la espada perecerán por la espada (Mt 26,52); los hijos de los reyes no pagan tributos (Mt 17,24-27). Enuncia una norma de justicia social: el traba­jador tiene derecho a su salario (Lc 10,7). Dedica una acerba ironía a los tiranos de su tiempo (Lc 22,25). Responde, en fin, a la malintencionada pregunta de los fariseos y los herodianos situando al César y a sus tributos en el campo de «lo que no es de Dios» (Mt 22,21), dando pre­texto con ello a que más tarde se le acuse de prohibir que se pague tributo al Imperio (Lc 23,2).

No deja de ser significativo que Jesús no fuera nunca solici­tado ni acusado de colaboracionismo con los ocupantes. A primera vista parecería que su actitud se prestaba a ello: un hombre que, en su patria ocupada y ansiosa de liberación, anuncia que no ha de venir ningún mesías guerrero, predica una religión universal e inculca el amor a los enemigos, debiera haber atraído la simpa­tía del gobierno ocupante y de sus colaboradores, saduceos y he­rodianos. Ocurre, sin embargo, todo lo contrario: los sumos sacer­dotes y los fariseos deciden la muerte de Jesús porque, si no, «todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro santuario y nuestra nación» (Jn 11;48); y, a su vez, Pilato lo condenará bajo la inculpación jurídica de rebeldía contra el Im­perio (Jn 19;12). ¿Cómo explicar tan sorprendente hecho? Por una parte, sin duda, porque Jesús entronca claramente, aunque dándoles un nuevo sentido, con las esperanzas mesiánicas de Is­rael, e incluso elige sus discípulos en los círculos en que esta expectativa era más intensa (uno de ellos, al menos, Simón, parece que era un zelota) (Lc 6;15). Por otra parte, porque las constantes críticas de Jesús a los ricos y los poderosos y su independencia ante las autoridades hacían imposible, sin duda, contarlo entre sus partidarios. (Lc 6;15) (Lc 13;32)

Extraordinario interés presentan en el libro de los Hechos de los apóstoles los dos pasajes en que se nos describe la organización económica de la comunidad primitiva (2;44-45 y 4;32.34-35): los bienes son vendidos por sus dueños y puestos a los pies de los apóstoles para que los distri­buyan según las necesidades de cada uno. Cierto que se trata de una organización pasajera y voluntaria (5;4), pero demuestra que en la enseñanza de Jesús se encontraban principios capaces de repercutir en las estructuras de la comunidad.

En San Pablo encontramos el texto neotestamentario más fa­vorable al poder público: «Que todos se sometan a las autori­dades que nos gobiernan. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen están constituidas por Dios. Por eso, el que resiste a la autoridad se rebela contra el orden establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán a sí mismos. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se hace el bien, sino cuando se hace el mal. ¿Quieres no tener que temer a la autori­dad? Haz el bien y recibirás elogios de ella, porque es instru­mento de Dios para conducirte al bien. Pero teme si haces el mal, pues por algo lleva espada: es un instrumento de Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra el mal. Así, es preciso some­terse no sólo por temor al castigo, sino por motivo de conciencia. ¿No es por eso mismo por lo que pagáis impuesto? Porque se trata de funcionarios que se aplican por Dios a ese oficio. Dad a cada uno lo que le es debido: a quien impuesto, impuesto; a quien tasas, tasas; a quien temor, temor; a quien honor, honor» (Rom 13;1-7).

Si el poder público es «un instrumento de Dios para hacer justicia», ¿qué duda cabe que su ejercicio puede ser tarea apropiada para un cristia­no? San Pablo se limita a recomendar a los fieles el respeto a la autoridad, ba­sándose en lo que la autoridad debiera de ser según el plan de Dios. Esta misma recomendación se encuentra en la epístola a Tito (3,1) y en la primera epístola de San Pedro (2,13-14).

Anotemos, en fin, otras dos indicaciones del pensamiento del Apóstol sobre las estructuras sociales: «El que no trabaje que tam­poco coma» (2Tes 3;10) (1 Tes 4;11). «No se trata de reduciros a la indigencia para aliviar a los otros. Lo que conviene es la igualdad. Que, en este caso, lo que a vos­otros sobra socorra a su carencia, para que un día lo que a ellos les sobre socorra vuestra carencia. Así reinará la igualdad, según lo que está escrito: El que recogió mucho no tuvo demasiado, y el que había recogido poco no careció de nada» (2Cor 8;13-15). En esta misma línea, la epístola de Santiago condena a quienes tratan de distinta forma a las personas según su situación social (2;1-9).

En cierto sentido cabe afirmar que el más «político» de los libros del Nuevo Testamento es el Apocalipsis. Escrito como libro de consolación de los fieles perseguidos por Domiciano, uno de sus temas centrales es el anuncio del triunfo de la Iglesia sobre Roma, personificada en las dos bestias que simbolizan el doble poder, político y religioso, del Imperio, que el vidente presenta bajo los rasgos eternos del Estado totalitario: (Ap 13;16-17).

¿Cómo seguir sosteniendo que el cre­yente ha de mantenerse lejos de toda actividad política? Los TJ están totalmente equivocados en su doctrina sobre esta cuestión. Confunden, como he dicho al principio, el no ser de este mundo con el deber del cristiano de participar en la política y en la vida social para que la autoridad, que es un instrumento de Dios para la justicia, siga realmente los planes de Dios. De hecho en los versículos siguientes a (Jn 17;14) se lee la oración de Jesús al Padre: “No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal… como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo” (Jn 17;15-19)

Esta característica que exige de un buen cristiano su apoyo y dedicación a la política y a la actividad social, ni es seguida por los TJ ni mucho menos apoyada por su doctrina.

Por otra parte, los TJ aceptan la Biblia como la Palabra de Dios, siempre y cuando sea la Biblia que ellos se han confeccionado a la medida de su doctrina, o sea, la Biblia conocida como del Nuevo Mundo, llena de decenas de errores y de interpretaciones personales consideradas como contenidas en el propio original para divulgar con el máximo apoyo bíblico posible una sarta de despropósitos.


Si la Biblia es la única fuente de ‘la verdad’ y creemos que es inspirada por Dios, a los TJ les falta las necesarias credenciales para que podamos otorgarles la mínima credibilidad en esta primera característica.