LA ATALAYA 1/6/2009:
s/TJ:
Tocante a los adoradores verdaderos y los
falsos, Jesucristo dijo a sus seguidores: “Nunca se recogen uvas de espinos o
higos de cardos, ¿verdad? Así mismo, todo árbol bueno produce fruto excelente,
pero todo árbol podrido produce fruto inservible; un árbol bueno
no puede dar fruto inservible, ni puede un árbol podrido producir
fruto excelente. [...] Realmente, pues, por sus frutos reconocerán a
aquellos hombres”. De modo que los verdaderos adoradores se reconocerían
por sus frutos, sus obras. ¿Cuáles son esos frutos? (Mateo 7:16-20.)
En primer
lugar, la
adoración verdadera une a los creyentes en un vínculo de amor. Jesús explicó a
sus discípulos: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así
como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros. En
esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí”.
Los auténticos seguidores de Cristo se tienen amor, un amor tan grande que a
los ojos de todos queda claro que ellos son los que practican la religión
verdadera (Juan 13:34, 35).
(La Atalaya 1/6/2009, pág 12-15)
Análisis:
Los TJ nos recuerdan
en (La Atalaya 1/3/2012, pág 3-9), que
Jesús “invirtió mucho tiempo y energías en ayudar a otros, aun a costa
de su propia comodidad” (Mc 6; 30-34) e incluso insertan un bucólico
dibujo en el que se está ofreciendo a alguien una cesta repleta de fruta
variada.
Y nos presentan esta
actitud de Jesús como una de las características principales que ha de tener un
cristiano. Me parece muy bien. Pero entonces por qué por otra parte escriben:
“¿Ha hecho usted algo que merezca su aprobación (de Dios), algo más, es decir,
de lo que ha hecho la gente de las religiones paganas? Sí, usted probablemente
ha sido caritativo y ha tratado de obrar justamente para con sus
semejantes. Pero –advierten los TJ- ¿no han hecho eso mismo personas de
naciones llamadas paganas? (La Atalaya 15/6/1968, pág 363).
O sea, que por una
parte ponen el ejemplo del propio Jesús que se desvivía por su prójimo, y por
otra recriminan esta actitud, a quien tratando de obrar justamente la pone en
práctica. Y es que para los TJ todo lo que no sea ir por las casas de dos en dos
repartiendo folletos es prácticamente perder el tiempo… Jesucristo abre el
campo de acción a muchísimas más actuaciones a favor de nuestro prójimo. Un
inventario de todas y cada una de las obras sociales que se llevan a cabo en el
mundo en las que el amor al prójimo es su motor, nos demostraría de modo
sobrado que los TJ están ausentes en la mayor parte de ellas.
s/TJ:
¿Qué otros frutos indicó Jesús que identificarían a
los discípulos verdaderos? En la oración del padrenuestro empezó diciendo:
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a
nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.
Jesús asignó prioridad a la santificación del nombre personal de Dios, Jehová,
y expresó el deseo de que en toda la Tierra se hiciera la voluntad de su Padre
mediante el Reino celestial. ¿A qué religión se la conoce por hacer público
el nombre Jehová y proclamar que el Reino de Dios es la única
esperanza que tiene la humanidad de vivir en paz? Los testigos de Jehová,
portadores del nombre divino, dan a conocer las buenas nuevas del Reino en 236
países y territorios y distribuyen publicaciones en más de cuatrocientos
setenta idiomas (Mateo 6:9, 10, Sagrada Biblia, Serafín de Ausejo). (La Atalaya 1/6/2009, pág 12-15)
Análisis:
Digamos, en primer
lugar, que para los TJ el nombre de Dios es Jehová. Pues bien, Jesucristo no emplea el nombre de Jehová en ningún
momento de su ministerio porque así lo atestiguan los Evangelios y a pesar de
que los TJ nos digan: “Jesús dio a conocer
el nombre de Dios empleándolo en su ministerio” (La Atalaya 1/3/2019, pag
3-9).
¿Y cómo prefiere Dios que se le llame? Los
propios textos de los Evangelios nos lo dicen: “Cuando oréis, decid:
Padre..." (Lc 11;2); "Vuestro Padre sabe muy bien
lo que necesitáis... Así pues, orad de esta manera: Padre
nuestro... " (Mt 6;8-9). ¿Es que cuando un hijo se
dirige a su padre es más adecuado que le llama Ramón o Juan o
Pedro, en vez de ¡Padre!? ¿Es que un hijo por el hecho de llamar ¡Padre!
a su padre natural no se siente cerca de él? ¿Acaso un niño, aunque
sepa cómo se llama su padre o su madre, cuando
se encuentra delante de cualquier peligro no le sale de
su corazón: ¡mamá!, ¡papá!?
El apóstol Pablo dice que los
cristianos al tener el espíritu de Dios claman: "Abba Padre",
no claman Jehová o Yahweh. (Rm 8;15) (Gl 4;6). El
propio Jesús unas horas antes de ser ajusticiado, estaba en
el huerto de Getsemaní y oró clamando a
su Padre diciendo: "Abba Padre, todas las cosas te son
posible; remueve de mí esta copa" (Mc 14;36). Y bien, ¿qué
significa la palabra "abba"? Lo más entrañable y cariñoso
de un hijo hacia su progenitor. Proviene del
arameo y encierra el sentido de "papá"; algo muy apropiado para
dirigirse a Dios.
Pero es que para rematar el tema podríamos
preguntarnos ¿Qué pronunciación consideran los TJ como más correcta? En
la página 25 del prefacio de la
Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en
inglés, publicada por la Sociedad Watch Tower Bible and Tract
en 1950, los traductores declararon que se
inclinaban a "considerar la pronunciación 'Yahweh' como la manera
más correcta". ("La Atalaya" de 1.12.64, pág
711) Ver también (Usted puede vivir… pág 43 y 44). Por otra parte
reconocen que “Toda persona desea no solamente que su nombre sea
tratado con el debido respeto, sino también, que se pronuncie correctamente” (“Santificado
sea tu nombre”, pág 15)
Así, pues, los TJ dan a conocer una
pronunciación del nombre de Dios que saben sobradamente que es falso y
además se empeñan en que Jesucristo lo utilizaba en su ministerio cuando éste
el único nombre que empleo fue el de Padre. Los Evangelios son el único
testimonio de ello y es fácil comprobarlo.
s/TJ:
Los Testigos de
Jehová también siguen el ejemplo de Jesús manteniéndose al margen de la
política y las controversias sociales. “Ellos no son parte del mundo, así
como yo no soy parte del mundo”, dijo Jesús de sus discípulos. Además, los
Testigos aceptan la Biblia como la Palabra de Dios, convencidos de que “toda
Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para
rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios
sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra” (Juan 17:14, 17; 2 Timoteo 3:16, 17). (La Atalaya 1/6/2009, pág 12-15)
Análisis:
Dicen los TJ que “Jesús
no era parte del mundo porque no intervenía en las cuestiones sociales y
políticas de su tiempo”. Leyendo el Nuevo Testamento o Escrituras Griegas,
es patente que la muerte de Jesús, en parte, fue dictada precisamente por
motivos de esta índole.
Que los cristianos no sean
parte de este mundo, no quiere decir que los cristianos no deban intervenir en
las cuestiones sociales y políticas de su ambiente.
En toda la historia de
Israel, narrada en el Antiguo Testamento, apenas si existe frontera entre religión
y política.
Y no son pocas las
referencias a las estructuras de la sociedad y al poder político que
encontramos en el Nuevo Testamento. Y, por otra parte, Jesús se refiere a
normas de vida política: todo reino internamente dividido perece (Lc 11,17);
un rey debe calcular sus fuerzas antes de hacer la guerra (Lc 14,31-32);
los que cogen la espada perecerán por la espada (Mt 26,52); los hijos
de los reyes no pagan tributos (Mt 17,24-27). Enuncia una norma
de justicia social: el trabajador tiene derecho a su salario (Lc 10,7). Dedica
una acerba ironía a los tiranos de su tiempo (Lc 22,25). Responde,
en fin, a la malintencionada pregunta de los fariseos y los herodianos
situando al César y a sus tributos en el campo de «lo que no es de Dios»
(Mt 22,21), dando pretexto con ello a que más tarde se le acuse de
prohibir que se pague tributo al Imperio (Lc 23,2).
No
deja de ser significativo que Jesús no fuera nunca solicitado
ni acusado de colaboracionismo con los ocupantes. A primera vista
parecería que su actitud se prestaba a ello: un hombre que, en su
patria ocupada y ansiosa de liberación, anuncia que no ha de
venir ningún mesías guerrero, predica una religión universal e
inculca el amor a los enemigos, debiera haber atraído la simpatía
del gobierno ocupante y de sus colaboradores, saduceos y herodianos.
Ocurre, sin embargo, todo lo contrario: los sumos sacerdotes
y los fariseos deciden la muerte de Jesús porque, si no, «todos
creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro santuario
y nuestra nación» (Jn 11;48); y, a su vez, Pilato lo condenará
bajo la inculpación jurídica de rebeldía contra el Imperio
(Jn 19;12). ¿Cómo explicar tan sorprendente hecho? Por una
parte, sin duda, porque Jesús entronca claramente, aunque dándoles un nuevo sentido,
con las esperanzas mesiánicas de Israel, e incluso elige sus discípulos en los
círculos en que esta expectativa era más intensa (uno de ellos, al menos,
Simón, parece que era un zelota) (Lc 6;15). Por otra parte, porque
las constantes críticas de Jesús a los ricos y los poderosos y su
independencia ante las autoridades hacían imposible, sin duda, contarlo entre sus
partidarios. (Lc 6;15) (Lc 13;32)
Extraordinario
interés presentan en el libro de los Hechos de los apóstoles los dos pasajes
en que se nos describe la organización económica de la
comunidad primitiva (2;44-45 y 4;32.34-35): los bienes son vendidos por
sus dueños y puestos a los pies de los apóstoles para que los
distribuyan según las necesidades de cada uno. Cierto que se
trata de una organización pasajera y voluntaria (5;4), pero
demuestra que en la enseñanza de Jesús se encontraban principios capaces
de repercutir en las estructuras de la comunidad.
En
San Pablo encontramos el texto neotestamentario más favorable
al poder público: «Que todos se sometan a las autoridades que nos gobiernan.
Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen están
constituidas por Dios. Por eso, el que resiste a la autoridad se rebela
contra el orden establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán a sí
mismos. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se hace el bien, sino
cuando se hace el mal. ¿Quieres no tener que temer a la autoridad? Haz el bien
y recibirás elogios de ella, porque es instrumento de Dios para conducirte al
bien. Pero teme si haces el mal, pues por algo lleva espada: es un
instrumento de Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra el
mal. Así, es preciso someterse no sólo por temor al castigo, sino por motivo
de conciencia. ¿No es por eso mismo por lo que pagáis impuesto? Porque
se trata de funcionarios que se aplican por Dios a ese oficio. Dad
a cada uno lo que le es debido: a quien impuesto, impuesto; a quien
tasas, tasas; a quien temor, temor; a quien honor, honor» (Rom 13;1-7).
Si
el poder público es «un instrumento de Dios para hacer
justicia», ¿qué duda cabe que su ejercicio puede ser tarea apropiada
para un cristiano? San Pablo se limita a recomendar a los fieles el
respeto a la autoridad, basándose en lo que la autoridad debiera de ser según
el plan de Dios. Esta misma recomendación se encuentra en la epístola a
Tito (3,1) y en la primera epístola de San Pedro (2,13-14).
Anotemos,
en fin, otras dos indicaciones del pensamiento del Apóstol
sobre las estructuras sociales: «El que no trabaje que tampoco coma» (2Tes 3;10) (1 Tes
4;11). «No se trata de reduciros a la indigencia para aliviar a los
otros. Lo que conviene es la igualdad. Que, en este caso, lo que a vosotros
sobra socorra a su carencia, para que un día lo que a ellos les sobre socorra
vuestra carencia. Así reinará la igualdad, según lo que está escrito: El
que recogió mucho no tuvo demasiado, y el que había recogido poco no
careció de nada» (2Cor 8;13-15). En esta misma línea, la epístola de
Santiago condena a quienes tratan de distinta forma a las personas según su
situación social (2;1-9).
En cierto sentido cabe
afirmar que el más «político» de los libros del Nuevo Testamento es el
Apocalipsis. Escrito como libro de consolación de los fieles perseguidos
por Domiciano, uno de sus temas centrales es el anuncio del triunfo de la
Iglesia sobre Roma, personificada en las dos bestias que simbolizan el
doble poder, político y religioso, del Imperio, que el vidente
presenta bajo los rasgos eternos del Estado totalitario: (Ap 13;16-17).
¿Cómo
seguir sosteniendo que el creyente ha de mantenerse lejos de toda actividad
política? Los TJ están totalmente equivocados en su doctrina sobre esta
cuestión. Confunden, como he dicho al principio, el no ser de este mundo con el
deber del cristiano de participar en la política y en la vida social para que
la autoridad, que es un instrumento de Dios para la justicia, siga realmente
los planes de Dios. De hecho en los versículos siguientes a (Jn 17;14) se lee
la oración de Jesús al Padre: “No pido que los tomes del mundo, sino
que los guardes del mal… como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos
al mundo” (Jn 17;15-19)
Esta
característica que exige de un buen cristiano su apoyo y dedicación a la
política y a la actividad social, ni es seguida por los TJ ni mucho menos
apoyada por su doctrina.
Por otra parte, los TJ aceptan la Biblia
como la Palabra de Dios, siempre y cuando sea la Biblia que ellos se han
confeccionado a la medida de su doctrina, o sea, la Biblia conocida como del Nuevo
Mundo, llena de decenas de errores y de interpretaciones personales
consideradas como contenidas en el propio original para divulgar con el máximo apoyo
bíblico posible una sarta de despropósitos.
Si la Biblia es la única fuente de ‘la
verdad’ y creemos que es inspirada por Dios, a los TJ les falta las necesarias
credenciales para que podamos otorgarles la mínima credibilidad en esta primera
característica.