s/TJ:
JEHOVÁ DIOS nos
tiene mucho cariño. Por eso, pensando en nuestro bien, se ofrece a guiarnos. Si
lo adoramos como él quiere, seremos felices y nos libraremos de muchos
problemas en la vida. Además, tendremos su bendición y su ayuda (Isaías 48:17).
Sin embargo, hay centenares de religiones. Aunque todas dicen que enseñan la
verdad acerca de Dios, no están de acuerdo sobre quién es él ni sobre
qué espera de nosotros.
Es importante
que adoremos a Jehová como él quiere. Muchas personas creen que todas las
religiones complacen a Dios, pero eso no es lo que enseña la Biblia.
Tampoco basta con afirmar que uno es cristiano, pues Jesús dijo: “No todo
el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Por lo tanto, Dios
únicamente nos aprobará si aprendemos lo que él nos pide y lo ponemos por obra.
A los que no hacen la voluntad de Dios, Jesús los llamó “obradores
del desafuero”, es decir, practicantes de la maldad (Mateo 7:21-23). La religión falsa es como el dinero
falso: no tiene ningún valor. Y, lo que es peor, causa mucho daño.
Jehová ofrece a
todas las personas la oportunidad de tener vida eterna. Sin embargo, para que
podamos vivir para siempre en el Paraíso, tenemos que adorarlo y comportarnos
como él quiere. Por desgracia, muchos se niegan a hacerlo, y por eso Jesús
dijo: “Entren por la puerta angosta; porque ancho y espacioso es el camino que
conduce a la destrucción, y muchos son los que entran por él; mientras que
angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son
los que la hallan” (Mateo 7:13, 14). Como vemos, la religión verdadera
conduce a la vida, y la falsa a la destrucción. Ahora bien, Jehová
no desea que ningún ser humano sea destruido, y por eso da a gente de todo
el mundo la oportunidad de conocerlo (2 Pedro 3:9).
En realidad, nuestra forma de adorar a Dios puede llevarnos a la vida o
llevarnos a la muerte. (“Qué enseña realmente la Biblia?, pág 144,145)
Análisis:
Ante la proximidad del
cumpleaños de un buen padre de familia, imaginaos que fueron estas las reacciones de sus
tres hijos: Decidió
el primero de ellos regalarle una corbata. Y sabiendo que
era el
azul el color preferido por su padre, buscó por toda la ciudad
la más bonita corbata de ese color y la adquirió sin reparar en el precio; porque como le quería mucho deseaba darle una pequeña gran
alegría. Y lo
consiguió, puesto que, efectivamente, era ese el
color que su padre prefería (aunque a él personalmente no acababa de convencerle y prefería el gris).
El segundo hijo tuvo la misma idea de la corbata. Creía, sin embargo, que las preferencias de su
padre se inclinaban hacia el verde, y estaba prácticamente seguro de ello después de haber hecho todo para confirmarlo. Y con el mismo cariño la misma diligencia y la misma generosidad que su hermano regaló a su padre una preciosa corbata verde. ¡Pena que no hubiera acertado, porque, como ya sabemos, su padre la hubiera preferido azul!. Era un hombre de fuerte personalidad y no podía darle todo lo mismo.
El tercero, finalmente, pensó
casi a última hora: ¡Caramba, cómo pasa el tiempo!. Mañana es otra vez el cumpleaños de mi padre. Tendré que hacerle algún regalo; si no, voy a quedar como...; porque seguro que, también mis hermanos piensan regalarle algo. Y como se le ocurriese la misma
idea que a los otros -cosa nada
difícil, puesto que la debilidad del
padre por las corbatas era cosa
notoria- entró en la primera tienda que
encontró en su
camino y pidió sin más: Una corbata. Y rápido,
por favor, que tengo el automóvil en
lugar prohibido.
Cuando salió del establecimiento, el dependiente se quedó enormemente satisfecho:
¡Acababa de librarse de una corbata que, a pesar de estar rebajada de
precio, no había
conseguido vendérsela a nadie en los últimos cinco
años!
¿Cuál os parece que es verdaderamente un buen hijo? El primero, por supuesto, ¿no os parece? Al tercero, por buena voluntad que tengamos al enjuiciarle, no hay por dónde cogerle. No mostró
ni delicadeza ni
cariño. (El resto de la familia se opuso
terminantemente a que su padre saliese a la
calle con la corbata que él le había regalado.) ¿Y el segundo? Estoy seguro que
os ha parecido tan buen hijo como el primero. Deseó agradar a su padre e hizo todo para conseguirlo, aunque se equivocó en el modo de realizarlo. Se
equivocó
porque equivocarse es humano, pero el amor a su padre lo demostró de manera indiscutible. Y estoy seguro que su padre acabó luciendo entusiasmado su corbata verde, que, aunque no
era bien la que él quería, tampoco
estaba mal y que sobre todo venía
envuelta en el amor.
Pues algo así sucede entre nosotros y Dios. El nos ha hecho
hijos suyos y nos ha indicado
el camino por donde aquellos que lo
acepten como Padre podrán encontrarle
y ser con El eternamente felices. Este camino, que había quedado interrumpido por el pecado, fue restaurado por Cristo y así Cristo es el puente, el único camino que nos permite llegar a
la casa paterna del cielo. Por eso,
para salvarnos, hemos de ir por el único Camino que conduce a la
Vida, es decir, hemos de estar unidos a Cristo, pues no se ha dado a los hombres otro
nombre debajo del cielo por el cual
podamos salvarnos.
¿Y cómo podemos estar unidos a Cristo? Pues formando parte de su cuerpo, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia
fundada por El; es decir, la Iglesia católica, según demuestran la
razón y la historia. Recordaréis lo que
dijo a los apóstoles y a sus sucesores: "Id
por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura; el que creyere será salvado, y el que no creyere será condenado". Lo que quiere sin duda decir
que, para salvarse, es condición indispensable pertenecer a la verdadera Iglesia que El fundó.
Claro que hay que tener en cuenta que, "se puede pertenecer a la
Iglesia en realidad, o también virtualmente, por deseo (como los
catecúmenos), o también mediante una orientación honrada de la vida, quizá
privada de todo conocimiento explícito cristiano, pero proclive por su
rectitud moral a una misteriosa misericordia de Dios hacia la Humanidad salvada por
Cristo, que te hace pertenecer a la Iglesia, formando parte de las inmensas
multitudes de hombres que viven en la sombra de la verdad y de la muerte, pero que también han sido creados y amados por la
divina bondad” ("Lumen
Gentium", 13)
Eso quiere decir que puede haber personas -y de hecho habrá muchas- que aunque aparentemente estén fuera de la Iglesia -por no pertenecer a ella oficialmente-, sin embargo,
pertenecen realmente al rebaño de
Cristo, porque -como el segundo hijo
del ejemplo- desean de todo corazón
agradar a su padre y hacen todo lo
posible para conseguirlo. "Lejos de nosotros osar poner límites a
la ilimitada misericordia de Dios; lejos de nosotros desear
escudriñar las profundidades de sus secretos juicios y consejos... Debemos defender como artículo de fe que fuera de la Iglesia, apostólica y romana no hay
salvación; que ella es la verdadera arca, fuera de la cual se ahoga
uno irremisiblemente en las aguas del
diluvio. Pero debemos defender también, que los que no pertenecen a
ella por ignorancia inculpable, no pueden ser reos delante del Señor. Ahora
bien: ¿quién se atreverá a marcar los límites y las fronteras de esa
ignorancia entre tanta diversidad de pueblos, países, disposiciones
espirituales y tantas otras circunstancias? Cuando, liberados de las ataduras del
cuerpo, contemplemos a Dios como es, conoceremos con toda
certeza cuán íntima y bellamente están entre sí unidas la misericordia y
justicia de Dios". (Pío IX en la alocución de
9-XII-1854).
Una cosa no debemos olvidar, sin embargo, y es que "quienes
hemos recibido, sin mérito alguno por nuestra parte, la luz de
la fe tenemos la obligación grave de anunciarla fielmente a los hombres
que viven en el error o en la ignorancia de la fe, tratándoles con
amor, prudencia y paciencia y excluyendo, claro está, los medios
contrarios al espíritu del Evangelio". ("Declaración sobre la libertad
religiosa", 14)