JESUCRISTO ES SEÑOR
Análisis:
Un texto clave es (Flp 2,5-11), que se describe como un himno a Cristo o una pieza didáctica de carácter retórico-poético. El pasaje consta de tres estrofas, de las que la primera describe la preexistencia de Cristo, su vida con el Padre (v. 6); la segunda cuenta la encarnación de Cristo, su vida humana y su muerte (v. 7-8), y la tercera (v 9-11) proclama la exaltación de Cristo de un modo significativo para nuestros propósitos:
Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios Padre.
Al escritor sagrado no le bastó con emplear la forma griega corriente hypsoo, «honrar», «exaltar», sino que prefirió una palabra con el prefijo hyper-, un intensivo que nos suena familiar en términos como «hipersensible», «hipertenso», y demás. Se dice, además, que Cristo ha recibido «el título que sobrepasa todo título» (v. 9), un comentario que se aclara con la precisión de que toda lengua proclamará «que Jesús, el Mesías, es el Señor (Kyrios)» (v. 11). Jesús, por tanto, recibió aquello a lo que, según el v. 6, había previamente renunciado: la igualdad con Dios, lo que equivale a afirmar que se encuentra en el mismo plano que YHWH.
Que Jesús es Kyrios, es decir, el Señor, es una de las primeras afirmaciones de los cristianos: «Porque si tus labios profesan que Jesús es Señor y crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás» (Rom 10;9; cf. 1 Cor 12;3). Es llamativo observar que la pista de esta confesión de Jesús puede seguirse hasta las más antiguas comunidades judeo-cristianas de Palestina, y el hilo que nos lleva allí es la expresión "Maranatha"
Esto explica por qué las traducciones modernas de la Biblia recurren a "el Señor", "the Lord", "der Herr", «le Seígneur» en aquellos pasajes de la Biblia hebrea donde se menciona el más sagrado de los nombres. Es claro que esta forma de «reproducir» el nombre de Dios sólo sirve para resaltar aún más su misterio y perpetuar el secreto que encierra el nombre divino.
(Hech 2;21): "Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará"
La tercera de las citas escriturísticas hechas en el discurso de Pedro (Hech 2) es la del salmo 110,1 que aplica a la gloriosa exaltación de Cristo hasta el trono del Padre (v.34-35). Es un salmo directamente mesiánico, que había sido citado también por Jesucristo para hacer ver a los judíos que el Mesías debía ser algo más que hijo de David (Mt 22; 41-46). San Pablo lo cita también varias veces (1 Cor 15;25) (Ef 1;20) (Heb 1;13).
El razonamiento de Pedro es, en parte, análogo al de Jesús, haciendo ver a los judíos que esas palabras no pueden decirse de David, que está muerto y sepultado, sino que hay que aplicarlas al que resucitó y salió glorioso de la tumba, es decir, a Jesús de Nazaret, a quien ellos crucificaron.
La conclusión, pues, como muy bien deduce San Pedro (v.36), se impone: Jesús de Nazaret, con el milagro de su gloriosa resurrección, ha demostrado que él, y no David, es el «Señor» a que alude el salmo 110 y el «Cristo» (hebr. Mesías) a que se refiere el salmo 16.
Entre los primitivos cristianos llegó a adquirir tal preponderancia este título de «Señor», aplicado a Cristo, que San Pablo nos dirá que confesar que Jesús era el «Señor» constituía la esencia de la profesión de fe cristiana (Rom 10;9) (1Cor 8;5-6) (1Cor 12;3). Los dos títulos, «Señor y Cristo», vienen a ser en este caso palabras casi sinónimas, indicando que Jesús de Nazaret; rey mesiánico, a partir de su exaltación, ejerce los poderes soberanos de Dios. No que antes de su exaltación gloriosa no fuera ya «Señor y Mesías» (Mt 16;16) (Mt 21;3-5) (Mt 26;63) (Mc 12;36), pero es a partir de su exaltación únicamente cuando se manifiesta de manera clara y decisiva esta su suprema dignidad mesiánica y señorial (Flp 2,9-11).
Con razón se ha hecho notar que, en este discurso de San Pedro,' igual que en los que pronunciará poco después (cf. 3,12-26; 4,9-I2; 5,29-32; 10,34-43), nunca se afirma explícitamente la divinidad de Jesucristo. Difícilmente los judíos, tan rígidamente monoteístas, hubieran escuchado esa afirmación sin levantar grandes protestas.
Era más prudente la prueba indirecta, en que la divinidad de Jesús fuera quedando patente, como explicación única de las prerrogativas extraordinarias que se le atribuían, totalmente inexplicables si no fuese Dios. Este parece que fue el proceder de los apóstoles. Algo parecido había sido también el proceder de Jesús en su predicación. (BC VI de la BAC, pág 38)