Dicen los TJ en “La Atalaya” de julio 2019, pág. 30, que Pablo expresó lo que sentía respecto al sacrificio de Jesús al comentar según (Gl 2;20): “El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí.” Y añaden: “El apóstol estaba convencido de ello”.
Yo también lo creo así porque estoy convencido de que Pablo no creía en un Hijo de Dios creado, sino en un Hijo de la misma naturaleza que el Padre, y que por esto pudo realizar un acto de amor tan infinito como el pecado cometido por nuestros primeros padres al desobedecer al propio Dios.
¿Pero realmente creen los TJ que Pablo aceptada un Hijo de Dios, creado en un principio, que voluntariamente había muerto por cada uno y por todos nosotros con la finalidad suprema de hacernos partícipes de la vida eterna en el Reino de los cielos?
El Hijo de Dios no es un ser creado. La Biblia lo deja claro.
Jesús, el Hijo de Dios, tras el pecado de Adán y Eva, en el momento que Dios lo creó oportuno, murió por el apóstol Pablo, por el ladrón arrepentido, por ti, por mi y por cada uno de los millones que han nacido en la Tierra desde el principio, porque Jesús es el Hijo de Dios, de su misma naturaleza, anterior -por tanto- a todo lo creado, quien existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios y se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, se humilló, hecho obediente hasta la muerte de cruz, para que muchos consiguieran la vida eterna en el cielo, superando de este modo la oferta inicial que Dios hizo al hombre cuando lo creó.
Debe tenerse en cuenta que es un principio fundamental hasta de la justicia humana que, cuando se produce un mal a otra persona, el precio que se paga debe corresponder no solo con el mal que se haya cometido, sino también según la persona que lo ha recibido. Siendo el mal cometido una desobediencia al propio Dios, está claro que su infinitud exige un sujeto que asimismo este provisto de este atributo.
Si el Hijo de Dios solo fuera un ser creado por Dios, podría ser un ser perfectísimo como tal, pero con una naturaleza infinitamente inferior a la de Dios su creador y, por tanto, ya espíritu, ya hombre, incapaz de compensar una desobediencia al propio Dios.