Conseguir la paz mundial a través de la diplomacia
Los testigos de Jehová han publicado en su serie “El punto de
vista bíblico”, un artículo titulado: “¿Se conseguirá paz mundial por la vía
diplomática?”
En uno de sus apartados podemos leer: “También hay que tener presente que, aunque los diplomáticos se esfuercen por evitar enfrentamientos, su principal objetivo es promover los intereses de su propia nación. Esa es la verdadera esencia de la diplomacia. ¿Deberían intervenir los cristianos en tales asuntos?"
La definición más completa y útil que he encontrado de
Diplomacia es la que realiza el jurista Eduardo Vilariño: “diplomacia es
aquella actividad ejecutora de la política exterior de un sujeto de derecho
internacional, llevada a cabo por órganos y personas debidamente
representativos del mismo, ante otro u otros sujetos de derecho internacional
para, por medio de la negociación, alcanzar, mantener o fortalecer
transaccionalmente la paz; ha de tener como finalidad última hacer posible, con
tales medios, la construcción o existencia de una comunidad internacional justa
que, a través de la cooperación, permita el pleno desarrollo de los pueblos”.
Son varias las definiciones de Diplomacia que he leído, pero como
ya he dicho, no he encontrado ninguna tan completa como la que acabo de
transcribir, y ninguna desde luego que, como señalan los testigos de Jehová, defina
que el principal objetivo y verdadera esencia de la Diplomacia es "promover los
intereses de su propia nación".
Si de verdad creemos que las negociaciones de paz suelen estar
empañadas por el odio nacionalista y el egoísmo político, tal como resaltan los
testigos de Jehová en su artículo, quizás se deba a que los cristianos
verdaderos no intervienen suficientemente en los conflictos de este mundo ni en
sus iniciativas diplomáticas.
Los testigos de Jehová nos recuerdan que, en su juicio ante
Poncio Pilato, Jesús afirmó: “Mi reino no es parte de este mundo”. Pero
también ha de recordarse a los testigos de Jehová, que el hecho de que los cristianos
no sean “parte de este mundo”, no quiere decir que los cristianos no deben
intervenir en las cuestiones sociales y políticas de su ambiente. En toda la
historia de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, apenas si existe frontera
entre religión y política, y es patente que la muerte de Jesús, en parte, fue
dictada, precisamente, por motivos de esta índole.
En San Pablo encontramos el texto neotestamentario más favorable
al poder público: «Que todos se sometan a las autoridades que nos
gobiernan. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen
están constituidas por Dios. Por eso, el que resiste a la autoridad se
rebela contra el orden establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán
a sí mismos. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se hace el bien,
sino cuando se hace el mal. ¿Quieres no tener que temer a la autoridad? Haz el
bien y recibirás elogios de ella, porque es instrumento de Dios para
conducirte al bien. Pero teme si haces el mal, pues por algo lleva espada:
es un instrumento de Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra
el mal. Así, es preciso someterse no sólo por temor al castigo, sino por
motivo de conciencia. ¿No es por eso mismo por lo que pagáis impuesto?
Porque se trata de funcionarios que se aplican por Dios a ese oficio. Dad
a cada uno lo que le es debido: a quién impuesto, impuesto; a quién
tasas, tasas; a quién temor, temor; a quién honor, honor» (Rom
13;1-7).
Si el poder público es «un instrumento de Dios para
hacer justicia», ¿qué duda cabe que su ejercicio puede ser tarea
apropiada para un cristiano? San Pablo se limita a recomendar a los
fieles el respeto a la autoridad, basándose en lo que la autoridad debiera de
ser según el plan de Dios. Esta misma recomendación se encuentra en la
epístola a (Tit 3;1) y en (1Pe 2;13-14).