DIFERENCIAS ENTRE EL BAUTISMO QUE NOS
PROPONE LA BIBLIA Y EL QUE NOS ENSEÑA LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ (2ª parte)
Desde
el punto de vista católico, el sacramento del Bautismo es el fundamento de toda
la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta de acceso a
los otros Sacramentos. Por el Bautismo, administrado en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, somos liberados del pecado y “regenerados” como
hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y hechos partícipes de su
misión.
La
palabra clave de la definición es "regenerados" o sea, que somos
generados nuevamente, nacidos de nuevo. En efecto, cuando el fariseo Nicodemo,
de noche, visita a Jesucristo, recibe del Señor la siguiente noticia: "En
verdad te digo, nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo, de lo alto" (Jn
3;3-7) (Gl 3;26) (Gl 4;6) (1Jn 5;1) (Rom 8;14-16) (Rom 8;1-9). Así como
nacemos a la vida natural por medio de los padres, nacemos a otra vida superior
en el Bautismo. Cuando Jesús dijo: "He venido para que tengan Vida
y la tengan en abundancia" (Jn 10;10), nos estaba prometiendo no la
vida natural que se adquiere por la unión conyugal, sino la Vida Divina que él
tiene desde la eternidad, como Hijo de Dios. Es designio eterno de Dios el que
los hombres, por el sencillo rito del Bautismo, lleguemos a participar de su
Divinidad. Es lo que llamamos Gracia Santificante. La Gracia
es evidentemente el don más extraordinario y preciado del cristiano.
En
(Hech 2) está claro que las tres mil personas que son bautizadas por Pedro en
el día de la “venida del Espíritu Santo en Pentecostés”, son personas
que temen a Dios a quienes Pedro les inicia en el contenido de la Palabra de
Dios. Mientras está en ello, a los bien dispuestos Pedro les propone el “arrepentimiento”
y la “recepción del Bautismo”. Con ello, aquel día recibirán la “remisión
de los pecados” y “el don del Espíritu Santo”, siempre en virtud de
la obra salvífica de Cristo (Hech 2;38).
Jesús
se pone en la cola del bautismo de Juan. Ya eran muchos los que en tiempo de
Jesús -y en todos los tiempos- descubren en sus corazones la necesidad de un
cambio. Un cambio de vida que, de alguna manera, también se da en Jesús en el
momento de su bautismo, no por el mismo motivo sino por la consciencia de su
misión que provoca un giro en su vida y marca el inicio de lo que llamamos la “vida
pública” de Jesús. Pero hijo como es Jesús de la tradición profética de su
pueblo, se sirve de aquel signo de conversión y de cambio de vida para revelar
el inicio de una nueva etapa.
Jesús se bautizó, pero no hay que mezclar el bautismo de Juan con el de
Jesús. El bautismo de Juan, en las aguas del Jordán se administraba a los que
obedecían a la predicación de penitencia del Bautista y confesaban sus pecados
(Mc 1;4). Ambos bautismos se distinguen con precisión. El bautismo de Juan no
basta para alcanzar el reino de Dios y participar de la comunicación mesiánica
del Espíritu Santo (Hech 19;1-6). Esta distinción se expresa en los Evangelios
y en los Hechos de los apóstoles por la oposición entre el “agua” y el
“Espíritu Santo” y a veces también el “fuego” (Mt 3;11) (Mc 1;8) (Lc 3;16) (Jn
1;33) (Hech 1;5) (Hech 11;16).
Jesús no dio instrucciones “a sus seguidores”, o sea, de una manera
indeterminada a todo aquél que le seguía, sino, concretamente, a “los once discípulos” (Mt 28;16) (Mc 16;15-18) o sea, a
sus “once apóstoles”. El mandato que les da se funda
en su poder universal, por lo que lo convierte en fundamental e importantísimo
ante el hecho de su próxima desaparición, siendo preciso concretar quien lo
recibe, quien se responsabiliza de la gran obra a realizar. Nada menos les dice
que “enseñen a observar
todas las cosas que Él les ha mandado” y que, “bauticen
a los nuevos discípulos … en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo” y añade
que, para asegurar la eficacia de estas instrucciones, “estaré con vosotros, siempre hasta
la consumación del mundo”.
Los TJ, en (La Atalaya 1/12/1992, pág 30) nos quieren convencer de que en la reunión de Galilea había otras personas además de los once apóstoles, diciéndonos que la aparición de Jesús a más de quinientos hermanos, a la que se alude en (1Cor 15;6), se trata de la misma aparición que se relata en (Mt 28;16). Nada nos indica en las Sagradas Escrituras que deba aceptarse esta coincidencia.