CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS (Del Catecismo de la Iglesia Católica)
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula
la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a
la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a
su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar
los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,
22-23).
I. Un solo Bautismo para el perdón de los
pecados
977 Nuestro Señor vinculó el perdón de
los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16,
15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los
pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para
nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que
"vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).
978 "En el momento en que hacemos
nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica,
es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda
absolutamente nada por borrar, sea de la culpa original, sea de cualquier otra
cometida u omitida por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para
expiarlas. Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas
las debilidades de la naturaleza. Al contrario [...] todavía nosotros tenemos
que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al
mal" (Catecismo Romano, 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación
al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda
herida del pecado? "Puesto que era necesario que, además de por razón del
sacramento del bautismo, la Iglesia tuviera la potestad de perdonar los
pecados, le fueron confiadas las llaves del Reino de los cielos, con las que
pudiera perdonar los pecados de cualquier penitente, aunque pecase hasta el
final de su vida" (Catecismo Romano, 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la
Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
«Los Padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nacianceno, Oratio 39, 17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados» (Concilio de Trento: DS 1672).
981 Cristo, después de su Resurrección
envió a sus Apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para perdón
de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este
"ministerio de la reconciliación" (2 Co 5, 18), no lo
cumplieron los Apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el
perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión
y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el
Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las
llaves recibido de Cristo:
La Iglesia «ha recibido las
llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de
los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta
Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de
vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado» (San Agustín, Sermo 214,
11).
982 No hay ninguna falta por grave que
sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan
culpable que, si verdaderamente está arrepentido de sus pecados, no pueda
contar con la esperanza cierta de perdón" (Catecismo Romano, 1, 11,
5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia,
estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del
pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por
avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que
Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar
verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los Apóstoles y de sus
sucesores:
«El Señor quiere que sus
discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en
su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra» (San
Ambrosio, De Paenitentia 1, 8, 34).
«[Los sacerdotes] han recibido un
poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles [...] Dios
sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo» (San Juan
Crisóstomo, De sacerdotio 3, 5).
«Si en la Iglesia no hubiera
remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de
una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a
la Iglesia semejante don» (San Agustín, Sermo 213, 8, 8).