s/TJ:
"En (el) principio la
Palabra era..." (NM) (Jn 1;1a).
Lo que quiere decir que al
iniciar Dios la creación de los Cielos
y de la Tierra, la Palabra ya era, ya
había sido creada con anterioridad (Gn
1;1)
Análisis:
Analicemos,
primeramente, La Palabra (LOGOS) que aparece en (Jn 1;1a): Una de las
afirmaciones más trascendentales del
NT es la que se recoge en
(Jn 1;14): "La Palabra (LOGOS) fue
hecha carne, y habitó entre nosotros"
Debemos empezar recordando
que, en griego, "logos"
tiene dos significados: “palabra” y “razón”
y ambos se entretejen juntamente.
Comencemos por el trasfondo judío de esta palabra. En el pensamiento judío, una palabra no era simplemente un sonido articulado que expresa una idea, la palabra hacía cosas. La palabra de Dios no es un mero
sonido: es una causa eficiente.
En el relato de la creación, como luego veremos, la palabra de Dios crea. Dios dijo: sea la luz; y fue la luz. (Gn 1;3). Por la palabra de Dios, fueron
hechos los cielos... porque
él dijo, y fue hecho (Sl 33;6,9). Envió
su palabra, y los sanó (Sl
107;20). La palabra de
Dios hace lo que él quiere (Is 55;11). Debemos recordar siempre que, en
el pensamiento judío, la
palabra de Dios no sólo decía, también hacía.
Hubo un tiempo en que lo judíos hablaban arameo porque habían olvidado su lengua hebrea. Por tanto, aunque en la sinagoga se leían las Escrituras en
hebreo, la lengua sagrada, el pueblo no la entendía. Era necesario traducir. Pero en lugar de hacer una traducción literal, se hacía una traducción libre que se llama "targum". Estas traducciones arameas son muy
interesantes, ya que nos indican cómo se comprendía la Escritura en tiempos de Cristo. A
veces se trataba de pequeñas transformaciones, otras veces se añadían explicaciones. Ahora
bien, como, en la simplicidad del AT, se atribuían a Dios sentimientos, acciones,
reacciones y
pensamientos al estilo de los hombres, los
artífices de los targums sintieron que todo esto
aplicado al Altísimo resultaba ser demasiado humano, y, entonces, empezaron a
usar una circunlocución para expresar el
nombre de Dios, es decir,
no hablaban de Dios, sino
de la Palabra, la "memra" de Dios. Véase en los targums: (Gn 3;8) (Ex 28;21) (Ex 19;17) (Dt 9;3) (Is 48;13), etc. El resultado fue que las escrituras judías, en su forma popular, targum, se llenaron de la
frase: "La palabra, la
memra, de Dios"; y la palabra estaba siempre haciendo, no meramente diciendo.
Veamos algunas de estas lecturas:
Nuestros primeros padres se dice que "Oyeron la voz del Logos que se paseaba en el huerto" (Gn 3;8); Jacob tomó "al Logos del Señor como su Dios" (Gn 28;21). Así que, allí donde se usaban los Targums, el pueblo estaba acostumbrado a identificar el Logos de Dios con Jehová mismo. Como enseguida veremos, S.Juan,
conocedor de la común costumbre de usar
esta perífrasis escritural entre los judíos de su tiempo para designar a Yahvé,
la emplea en sus escritos
para probar la deidad de Cristo y su eternidad.
En el pensamiento judío hay otra gran concepción: la de Sabiduría
(Sophia). Esto es así mayormente en Proverbios. Dios con
sabiduría fundó la tierra (Pr 3;13-20). El
gran pasaje está en Pr 8;1-9) donde
la sabiduría existe desde siempre; antes que la tierra lo fuera, la sabiduría estaba con Dios. Esta idea se encuentra muy desarrollada en los
últimos libros del AT. En
(Eclo 1;1-10) se dice que la Sabiduría fue
concebida antes de todas las cosas, y que está derramada sobre toda la creación. La Sabiduría fue el instrumento de Dios en la creación y está entretejida con toda ella.
Así, pues, en el pensamiento judío tenemos que la Palabra de Dios no es
únicamente discurso: es poder; y la Sabiduría de Dios fue lo que creó y penetró
el universo que él hizo.
Al final del S.I dC, la Iglesia tuvo que hacer frente a un serio problema de
comunicación. La
Iglesia se originó en el
judaísmo, pero necesitaba presentar su mensaje a un mundo griego, que las categorías del judaísmo le
eran ajenas. Un griego que quería ser cristiano
estaba obligado a aceptar a Cristo, el Mesías. Naturalmente,
preguntaría que significaba
eso, y hubiese habido que darle un cursillo de apocalíptica judía. ¿No había otra forma de introducirle directamente en los valores de la civilización cristiana sin ser
siempre dirigido, podríamos incluso decir
desviado, a través del judaísmo? ¿Debía utilizar siempre el cristianismo un
vocabulario judío?. Alrededor del año 100 dC., hubo un hombre en Éfeso, llamado
Juan, que advirtió el problema y vio la solución:
Tanto judíos como griegos
tenían la concepción del
"logos" de Dios,
¿no podrían aunarse las dos
ideas?. Veamos el trasfondo griego con que trabajó Juan.
Por el año 560 aC hubo un filósofo griego, llamado Heráclito,
que también vivió en Éfeso. Este pensador concebía el mundo como un "flujo". Todo está cambiando continuamente; no hay nada estático en
el mundo. Pero, si
todo cambia sin cesar, ¿por
qué no es el mundo un
completo y absoluto caos? Su
respuesta fue: "Todo sucede conforme al 'logos'". En el mundo operan una razón y una mente; esa mente es la de Dios,
es el logos de Dios; y el logos es el que hace que el universo sea un cosmos
ordenado, y no un confuso caos.
Esta idea de una mente, una razón, un logos, gobernando el mundo fascinaba a los
griegos. Anaxágoras habló de la mente (nous) que
"todo lo gobierna". Platón
decía que el logos de Dios
era el que mantenía los planetas en sus órbitas y el que traía de vuelta las
estaciones y los años
en sus tiempos
determinados. Pero
fueron los estoicos, que
estaban en su apogeo cuando el NT fue
escrito quienes amaron
apasionadamente esta
concepción. Para
ellos el logos de
Dios "vagaba -como
Cleanto decía- por todas
las cosas". El curso de los tiempos, de las estaciones, de las mareas, de las
estrellas, en fin, de todo,
era ordenado por el
logos; el logos fue
el que introdujo la razón en el mundo. Posteriormente, la propia mente del hombre era una pequeña porción del logos: "La razón no es otra cosa que una partícula del espíritu divino inmersa en el cuerpo humano",
dijo Séneca. El logos fue el que puso la razón
en el universo y en el
hombre; y este logos era la
mente de Dios.
Esta concepción llegó a su clímax con Filón, un judío alejandrino
que fusionó el método de pensamiento hebreo con los conceptos griegos. Para Filón el logos de Dios
estaba "inscrito y grabado en la constitución de todas las cosas". El logos es "el guardián
por medio del que el piloto del universo gobierna todas las cosas". "Los hombres se
igualan en su capacidad
de entender al logos",
"El logos es el sumo sacerdote que pone las almas ante Dios". El logos es el puente entre el hombre
y Dios.
Ahora podemos ver lo que Juan estaba haciendo por medio de su importantísima y profunda declaración: "La Palabra fue hecha carne". Estaba vistiendo
al cristianismo con un ropaje que un griego podía interpretar. El rehusó seguir expresando el cristianismo por medio de las anticuadas categorías del
judaísmo, y usó categorías
que en su tiempo se conocían y entendían. El autor del cuarto Evangelio estaba dándonos una nueva cristología.
Llamando a Jesús "logos", Juan declaraba que:
a)
Jesús
es el poder creador de Dios venido a los hombres. Jesús no vino tanto para decirnos cosas como para hacer cosas por nosotros.
b)
Jesús es la mente de Dios encarnada. Podríamos bien traducir las palabras de Juan: "La mente de Dios se hizo hombre". Una palabra
es siempre "la expresión de un pensamiento", y Jesús es la perfecta
expresión del pensamiento
de Dios para los hombres.
En el versículo (Jn 1;1a): "En (el) principio la Palabra era" (NM), se trata
-según los Testigos de
Jehová- del principio de la creación de los
cielos y la tierra, no del
principio en sentido
absoluto.
Cuando Juan en (Jn 1;1) dice "En
principio" se está refiriendo al principio
absoluto, no lo relaciona
con nada. Se puede comprobar que en el
original griego –contrariamente a la versión del NM de los TJ- el nombre
sustantivo no tiene artículo,
lo cual viene a confirmar,
en efecto, que el escritor
sagrado quiere expresar duración
sin tiempo, sinónimo de eternidad. Principio absoluto es aquél que no se refiere a una cosa particular de la cual se considere principio. En cambio, principio relativo es aquél
que lo es sólo de una cosa particular. (Véase este tema en "La
creación", pág 43 y ss)
Pero los TJ quieren que “En principio”
(Jn 1;1) se convierta de principio absoluto a principio relativo, o sea, que se
refiera al principio de la creación y, por ello, añaden, esto sí entre
paréntesis, el artículo (el) leyendo “En (el) principio”, tal como repiten en
(Jn 1;2)
Este tema es paralelo al de (Gn 1;1). La minuciosidad masorética que
puntuó escrupulosamente
el texto hebreo, tuvo buen cuidado, también, de colocar en
(Gn 1;1) debajo de
"berescith" (principio) el 'tifcha', es decir, el signo de separación para indicar que aquella palabra no debe ir unida con la siguiente, -todo lo contrario que hacen los TJ- de modo que forme con ella como una sola construcción
y que diría: "En el
principio de crear Dios el
cielo y la tierra..." (Véase "La Creación", pág 43-44)
Por otra parte, en los versículos 1 y 2 del primer capítulo de Juan y en otros versículos del mismo, cuando
S. Juan habla de la
Palabra emplea el verbo griego "eimi" = ser, estar, existir. Verbo
que no implica que el sujeto del cual se hable tenga un principio, pues el tiempo imperfecto en que se halla indica una acción continua en tiempo pasado. Pero, en cambio, cuando habla de
la creación o de Juan el
Bautista emplea el verbo
"ginomai" = ser, estar, existir que siempre, sin excepción, indica un principio u origen bien definido.
Estos dos verbos se van intercalando a lo
largo de los primeros versículos del primer capítulo de Juan según sea el caso, utilizándose siempre
"eimi" cuando se refiere a la Palabra y "ginomai" cuando se
refiere a Jesucristo (la
Palabra hecha hombre y que como tal tuvo un principio)
Resumiendo: El Verbo era
("eimi") y siempre fue. Es
el "Yo era" o "Yo soy" de (Jn 8;58) en donde se emplea el mismo verbo "eimi":
"Antes que Abraham
existiese, Yo era". Y fijémonos que en este versículo cuando se habla
de Abraham se emplea el
verbo "ginomai" y en cambio,
al hablar de Cristo
-que se va revelando Dios- se emplea el verbo
"eimi". Cristo emplea la misma forma con que en el AT se habla de la eternidad de Dios (Sl 90;2) (Jr 1;5) (Pr 8;25) Tan claro fue, que los
judíos "tomaron piedras para tirárselas". La lapidación era la pena legislada contra los blasfemos (Lv 24;16). En estos casos la multitud procedía
sin más consideración jurídica, lapidándolos (Hech 6; 12-58)