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El apóstol Pablo escribió: “Obremos lo que es bueno para con todos,
pero especialmente para con los que están relacionados con nosotros en la fe” (Gálatas 6:10). Tenemos la obligación cristiana de amar a
nuestra familia de hermanos espirituales. Pero ¿cuánto importa que lo hagamos?
El apóstol Juan lo indica de forma contundente: “Todo el que odia a su hermano
es homicida [...]. Si alguno hace la declaración: ‘Yo amo a Dios’, y sin
embargo está odiando a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su
hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien
no ha visto” (1 Juan 3:15; 4:20). Son palabras muy fuertes, y más si tenemos en
cuenta que Jesucristo también llamó “homicida” y “mentiroso” al Diablo (Juan 8:44). ¡Que nunca nos sean aplicables estos términos! (La
Atalaya 1/12/2006, pág 25-29)
Jesús se refiere a los llamados a estar con
él en gloria celestial como "mis hermanos". Y
claramente indica que una grande multitud de personas que amparan a sus "hermanos"
perseguidos y cooperan con ellos sería debidamente remunerada (Mt 25;40) ¿Cómo?
Teniendo el privilegio de vivir en la Tierra cuando el reino celestial de Dios
extienda a la humanidad las bendiciones bosquejadas en (Ap 21;1-4). Así,
tal como Adán y Eva gozaron de bendiciones del paraíso aquí en la Tierra antes
de su desobediencia, los amorosos apoyadores de Cristo y de sus hermanos
espirituales disfrutarán de paz y felicidad en el paraíso terrestre restaurado
(Sl 37;11) (Pr 2;21-22).
Ese magnífico resultado se deberá al hecho
de que el reino de Dios en el cielo, con Cristo como rey y sus hermanos
–los 144.000- como "reyes con él" habrá triturado y
puesto fin a todas las gobernaciones inicuas de la Tierra que están bajo el
control satánico (Ap 20;6) (Dn 2;44) (1Jn 5;19). ("¡Despertad!"
de 22.7.68, pág 27-28)
Análisis
No podemos caer en la interpretación
restringida que los TJ dan a la palabra "hermano" en
todos los aspectos generales de la doctrina de Jesucristo, considerando que
cuando en ella aparece esta palabra sólo se refiriere a quienes tienen su
misma fe. Y peor aún, sólo a los "hermanos
espirituales" de Jesucristo. Nos convertiríamos en sujetos de la
amonestación de Jesucristo quien dice: "Porque si amáis (sólo) a los
que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen también otro tanto
los publicanos? Y si saludáis únicamente a vuestros hermanos ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No hacen otro tanto los gentiles? (Mt 5;46-47) A
parte de que muchos pasajes de la doctrina de Jesucristo quedarían
tremendamente restringidos, sin pies ni cabeza.
Por ejemplo todo el sermón de la montaña
dirigido a las "turbas" de (Mt 5,6 y 7) ¿Qué
sentido tiene la palabra "hermano" en este largo sermón?
Si Jesucristo, al enseñar a orar a las turbas, no a sus discípulos, les dice
que se dirijan a Dios con las palabras: "Padre nuestro..." (Mt
6;9) es lógico que todos los humanos que tengamos conciencia de Dios nos
consideremos "hermanos" tal como Jesucristo consideró a
toda aquella multitud (Mt 12;50)
Por esto, toda la obra de salvación, que
en Cristo y por Cristo, se ha desplegado en el Evangelio puede ser
expresada de forma sintética en la frase "todos vosotros sois
hermanos". Dice el Evangelio: "Entonces Jesús habló a las
muchedumbres y a sus discípulos, diciendo:... todos vosotros sois hermanos. No
llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre,
el que está en los cielos..." (Mt 23; 1,8-9)
El fundamento último de esta fraternidad
es Dios manifestado como Padre de Jesucristo. La paternidad universal de Dios
se ha hecho definitiva en la hermandad de los hombres en Cristo. El designio de
Dios es el de hermanar a los hombres en su propio Hijo el cual "no
se avergüenza de llamarles hermanos, al decir: "Anunciaré tu
nombre a mis hermanos... Pues como los hijos estaban en comunidad
de carne y sangre, él también tomó parte con ellos, para destruir por
la muerte al que tenía dominio de la muerte" (Hb 2;
11-14). El hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho de nuestra propia raza al
nacer de mujer (Gl 4;4) ha intensificado nuestra universal hermandad de sangre
y la ha hecho hermandad en la vida misma de Dios (Rom 8;29)
Esta hermandad radical es la que nos hace
llamar a Dios Padre nuestro (Mt 5;48) (Lc 11;2) (Rom 8;15) (Gl 4;6) y nos exige
el amor a los enemigos y la súplica por los que nos persiguen (Mt 5;44)
La exigencia de fraternidad proclamada por
Cristo es la que llena todo el NT de un aliento de hermandad humana.
Desde ella ya no nos airamos contra un hombre, sino contra un hermano (Mt
5;22), quien nos pide perdón es también mi hermano (Lc 6;41-42) y lo que
hagamos con cualquier hombre, hecho ya un hermano, lo hacemos con Cristo (Mt 25;40)
Los primeros discípulos de Cristo, antes
de llamarse cristianos, se llamaron sencillamente "los hermanos" (Hech
1;15) (Hech 9;30) (Hech 10;23) (Rom 16;14) (Col 4;15) etc...
Este espíritu de fraternidad, que es la
fibra más íntima de la ética cristiana, es la medida, individual y
social, de la presencia salvadora de Dios entre nosotros. Él es el que resume
la Ley y los profetas (Mt 22;40), el que lleva a plenitud la Ley de Dios (Rm
13;10), el que nos testimonia que hemos nacido de Dios (1Jn 4;20), el que hace
creíble nuestra fe ante los hombres (Lc 17;21)
El evitar el escándalo de un hermano es el
límite que a sí misma se impone la libertad cristiana (1Cor
8;11-13); y el respeto al hermano es el que ha de presidir las relaciones
laborales (1Tim 6;2) o jurídicas (1Cor 6;5-6) entre cristianos.
Los propios TJ en ("El hombre
en busca de Dios", pág. 246 y 247) nos dicen que para hallar
el camino que nos conduce a Dios hemos de tener en cuenta el contenido de (Mt
5; 43-45) donde se nos dice que hemos de amar al prójimo, a buenos y a malos,
no solamente a nuestros "hermanos espirituales".
También los propios TJ, reconocen que "muchos fueron ganados
primero por actos de bondad antes de responder a la predicación directa", aportando
ejemplos de Testigos de Jehová que ayudaron a sus vecinos en Francia
después de una inundación y también de Testigos de Jehová que se interesaron
por el bienestar de otras personas y que mostraron sus sentimientos mediante
acciones en un campo de concentración nazi. ("La
Atalaya" de 1.7.93, pág. 19)
Cuando se nos juzgue, se nos juzgará por
nuestra actuación con el prójimo -repito, buenos y malos, hermanos o no, de
nuestra fe o de otra fe-, y según haya sido esta actuación se nos
dirigirá hacia la derecha o hacia la izquierda. Es un craso error creer que se
nos va a juzgar por nuestra actuación solamente en relación a un sólo
grupo de personas, nuestros "hermanos espirituales". ¡Casi
toda la enseñanza de Jesucristo perdería su sentido esencial!
Jesucristo claramente nos exige mucho más
que nada más amar a los hermanos espirituales ¡Pero si nos exige amar a
nuestros enemigos y rogar por los que nos persiguen, si queremos ser hijos de
Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos y
pecadores! (Mt 5;43-44) ¿Pero de verdad, con los evangelios en la mano, podemos
llegar a creer que Jesucristo sólo va a conceder la "Vida eterna"
a quienes sólo hayan "amado" a sus hermanos espirituales,
sin tener en cuenta su comportamiento con relación al resto de la
humanidad?
Pablo inicia su discurso en el Sanedrín
diciendo: "Hermanos..." (Hech 23;1) y luego, más adelante
dirigiéndose a "los que estaban a su lado", les dice:
"No sabía hermanos, que..." (Hech 23;5). Otra vez, más
adelante, se dirige a fariseos y saduceos: "Hermanos..." (Hech
23;6).
Cuando Jesucristo juzga a la
humanidad, según el capítulo 25 de Mt, está claro que nos está separando
según hayamos cumplido o no con el mandamiento de amar al prójimo: dar de comer
al hambriento, dar de beber al sediento, visitar al enfermo, al que
está en la cárcel, etc.; hambriento, sediento, enfermo, prisionero,
personalizados por "el más pequeño de estos mis hermanos". Y
es que "quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a
quien no ve" (1Jn 4;20). Es interesante leer todo el capítulo 18
de Ezequiel dónde se confirma lo que estamos exponiendo, ¿acaso el justo que
vivirá, según Yavé, es el que ha cumplido sus leyes sólo con los miembros
de los 144.000 ?
Después de la resurrección, Jesús llama a
sus discípulos "hermanos" (Jn 20;17), a sus discípulos, no solamente
a los 144.000, y este apelativo será el ordinario entre los miembros de
la comunidad cristiana (Jn 21;23). El término connota, pues, la
igualdad y el amor mutuo propios de los discípulos de Jesús, que forman la
nueva comunidad, distinta y opuesta a la antigua (los "hermanos/la
gente de Jesús")
Esto no quiere decir que el concepto
de que todos los hombres son hermanos de Cristo y por tanto hijos de Dios,
pierde su vigencia. Lo único que se constata es de que
después de la resurrección Jesús distinguía a sus seguidores con este nombre y
ellos entre sí: "hermanos". Al menos en las
comunidades joánicas, "amigo", como "hermano",
era un modo de llamarse los cristianos entre sí (3Jn 15) (Jn 15;14)