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JESÚS dijo de sus
discípulos: “Ellos están en el mundo”, pero luego aclaró: “No son
parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo” (Juan 17:11, 14). Con estas palabras expuso qué posición
adoptarían sus verdaderos seguidores ante “este sistema de cosas” que
tiene por dios a Satanás (2 Cor. 4:4).
Es cierto que vivirían en medio de un mundo malo, pero
no formarían parte de él. En otras palabras, serían “forasteros y
residentes temporales” (1 Ped.
2:11).
Vivieron como “residentes temporales”
Desde tiempos remotos, los
siervos de Jehová se distinguen de la sociedad malvada en la que viven. Ya
antes del Diluvio, fieles como Enoc y Noé estuvieron “andando con el Dios
verdadero” (Gén. 5:22-24; 6:9). Ambos predicaron con valentía el castigo
que vendría contra aquel sistema dominado por Satanás (léanse 2 Pedro 2:5 y Judas 14, 15).A pesar de estar
rodeados de un mundo impío,
caminaron con Jehová. Por eso, leemos que Enoc fue “del buen agrado de Dios” y
que Noé permaneció “exento de falta entre sus contemporáneos” (Heb. 11:5; Gén. 6:9).
Obedeciendo a Dios,
Abrahán y Sara sacrificaron las comodidades de la ciudad de Ur de los caldeos
para llevar una vida nómada en tierra extranjera (Gén. 11:27, 28; 12:1). Pablo escribió al respecto: “Por fe
Abrahán, cuando fue llamado, obedeció, y salió a un lugar que estaba destinado
a recibir como herencia; y salió, aunque no sabía adónde iba. Por fe
residió como forastero en la tierra de la promesa como en tierra extranjera, y
moró en tiendas con Isaac y Jacob, herederos con él de la mismísima promesa” (Heb. 11:8, 9).
El apóstol añadió: “En fe murieron todos estos [siervos fieles de Jehová],
aunque no consiguieron el cumplimiento de las promesas, pero las vieron
desde lejos y las acogieron, y declararon públicamente que eran extraños y
residentes temporales en la tierra” (Heb. 11:13).
Los israelitas reciben una advertencia
Con el tiempo, los descendientes
de Abrahán se multiplicaron y llegaron a constituir una nación, llamada
Israel, con su código de leyes y su territorio (Gén. 48:4; Deu. 6:1). Pero no debían olvidar nunca que
Jehová era el verdadero Dueño del país (Lev. 25:23). Por así decirlo, eran
sus inquilinos y tenían que respetar sus deseos. Además, era necesario que
recordaran que “no solo de pan vive el hombre”; no podían permitir que la
prosperidad los llevara a olvidarse de Jehová (Deu. 8:1-3). Antes de
instalarse en su tierra, recibieron esta advertencia: “Cuando Jehová tu Dios te
introduzca en la tierra que a tus antepasados Abrahán, Isaac y Jacob juró
darte, ciudades grandes y de buena apariencia que tú no edificaste, y
casas llenas de toda suerte de cosas buenas que no llenaste, y
cisternas labradas que no labraste, viñas y olivares que
no plantaste, y hayas comido y quedado satisfecho, cuídate para que
no te olvides de Jehová” (Deu. 6:10-12).
No era un aviso sin
fundamento. Mucho después, en tiempos de Nehemías, un grupo de levitas recordó
con vergüenza lo que habían hecho los israelitas tras la conquista de la Tierra
Prometida. Una vez que tuvieron viviendas cómodas y alimento y vino en abundancia,
“empezaron a comer y a satisfacerse y a engordar”. De hecho, se rebelaron
contra Dios e incluso mataron a los profetas que él les envió para corregirlos.
Como consecuencia, Jehová los abandonó en manos de sus enemigos (léase Nehemías 9:25-27; Ose. 13:6-9).
Siglos más tarde, bajo el dominio de Roma, los judíos no pusieron fe en el
Mesías prometido y llegaron al punto de matarlo. Jehová los rechazó y concedió
su favor a una nueva nación: el Israel espiritual (Mat. 21:43; Hech. 7:51, 52; Gál. 6:16).
“No son parte del mundo”
Como vimos al principio,
Jesucristo, Cabeza de la congregación, dejó claro que sus seguidores estarían
separados del mundo, es decir, del sistema malvado que controla
Satanás. Poco antes de morir, les dijo a sus discípulos: “Si ustedes fueran
parte del mundo, el mundo le tendría afecto a lo que es suyo. Ahora
bien, porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he
escogido del mundo, a causa de esto el mundo los odia” (Juan 15:19).
Al irse difundiendo el
cristianismo, ¿deberían adaptarse los
siervos de Dios al mundo y sus prácticas, convirtiéndose en parte de él? No.
Sin importar donde vivieran, tendrían que distinguirse del sistema de Satanás.
Unos treinta años después de la muerte de Jesús, el apóstol Pedro escribió
a los cristianos de diversas regiones del Imperio romano: “Amados,
los exhorto como a forasteros y residentes temporales a que sigan absteniéndose
de los deseos carnales, los cuales son los mismísimos que llevan a cabo un
conflicto en contra del alma. Mantengan excelente su conducta entre las
naciones” (1 Ped. 1:1; 2:11, 12).
Un prestigioso historiador
confirma que los primeros cristianos vivieron como “forasteros y residentes
temporales” en la sociedad romana: “Es un hecho muy significativo en la
historia [...] que en sus tres primeros siglos el cristianismo se hallaba
frente a una persecución [...] tenaz y frecuentemente muy
severa [...]. Variaban las acusaciones. Porque se negaban a participar en
ceremonias paganas, los cristianos eran tildados de ateos. Por su abstención de
gran parte de las actividades de la vida de la comunidad —los festejos paganos,
las diversiones públicas que para los cristianos se caracterizaban por creencias y prácticas paganas y por actos inmorales— eran
ridiculizados como aborrecedores de la raza humana” (Historia del cristianismo, de Kenneth Scott Latourette).
“El mundo va pasando”
Análisis:
Hay varias palabras en el NT
que resumen la postura del cristiano en el mundo. Todas ellas describen al peregrino, al transeúnte, al extranjero, al que no reside
permanentemente en un lugar.
La primera palabra es xenos. En el griego clásico, xenos significa "extranjero" o
"forastero". Xenos puede significar incluso
"peregrino" y "refugiado".
(Mt.
25:35, 38, 43, 44) (Mt. 27:7) (Hch.
17:18) (Hch. 17:21) (Ef.
2:12). (Heb. 13:9) (1 Pe 4:12) (3 Jn. 5). Pero el pasaje que
da a la palabra su tono y significado característicos está en Hebreos, donde se dice que los
patriarcas fueron "extranjeros" y peregrinos durante toda su vida (Heb. 11:13). Supuesto
así, el cristiano es
un xenos, un extranjero en este mundo. Y
en el mundo
antiguo, el "extranjero" llevaba una vida difícil.
Aquí, pues, tenemos la verdad
de que, en este mundo, el cristiano es siempre extranjero; el
mundo no es su hogar ni su residencia permanente. Y, por esto, el cristiano siempre estará sujeto a ser malentendido; siempre estará expuesto a ser considerado un
personaje extraño, que sigue caminos raros en
comparación con los que siguen los demás. Mientras el mundo sea mundo,
el cristiano permanecerá en él como extranjero, porque su
ciudadanía está en los cielos (Fil. 3:20).
La segunda palabra, que
describe la posición del cristiano en el mundo, es parepidemos. En el griego clásico, parepidemos era la palabra aplicada a las personas que se establecían
temporalmente en un lugar, es decir, que no fijaban definitivamente
su residencia en el sitio que fuera. En el NT, parepidemos se usa respecto de los
patriarcas, que nunca tuvieron una residencia
permanente, sino que eran extranjeros y "peregrinos" (Heb.
11:13). Pedro utiliza esta palabra para describir a los cristianos, que
vivían en Asia Menor, como extranjeros dispersos por todo el país, como exiliados de su tierra natal (1 Pe
1:1). También puede verse: (1 Pe 2:11) (Gn. 23:4) (Sal.
39:12).
El cristiano es,
esencialmente, residente temporal en este mundo. Es uno que va de paso. Puede estar aquí, pero sus
raíces no lo están ni tampoco su hogar
permanente. Siempre vive mirando el más allá. La
palabra parepidemos
describe al
hombre que está pasando un tiempo en determinado lugar, pero sin residencia
permanente en él. El cristiano no desprecia el mundo, pero sabe que el mundo no es una residencia fija para él, sino
que tan sólo representa una jornada de su camino.
El tercer vocablo que describe
la relación del cristiano con el mundo es el nombre paroikos,
con su verbo paroikein. En el griego clásico, la palabra más usual para
esta idea era metoikos,
que describe lo que se conocía por
"residente ajeno", un hombre que residía en un lugar pero sin naturalizarse en él. Este hombre
pagaba el impuesto correspondiente y vivía
como residente autorizado, pero nunca renunciaba
a la ciudadanía del lugar al que realmente pertenecía. Esta palabra se usa varias veces en el NT. Dios
dijo a Abraham que sus descendientes
serian "extranjeros" en tierra ajena (Hch. 7:6). Moisés era "extranjero" en Madián (Hch.
7:29). En el camino de Emaús, los
dos viajeros preguntaron al irreconocido Cristo resucitado si era "extranjero" en Jerusalén, porque no
conocía la tragedia que había ocurrido
(Lc. 24:18). Cuando los gentiles aceptan la fe cristiana dejan de ser "ajenos" a las promesas de Dios.
Pero, repetidamente, es Hebreos y 1
Pedro quienes dan a esta palabra su tono, énfasis y significado especiales. Una y otra vez, Hebreos describe a
los patriarcas como
"peregrinos", sin residencia permanente (Heb. 11:9); y la apela ción de Pedro a los creyentes es que se mantengan
puros porque son extranjeros y "peregrinos" (1 P. 2:11).
Paroikos se encuentra a menudo en la
Septuaginta, donde figura once veces como traducción del vocablo hebreo ger. El ger era el extranjero, el prosélito, el
extraño que habitaba en el seno de la familia israelita. Asimismo, traduce diez veces al también
vocablo hebreo toshab;
el toshab era el emigrante que residía
en un pals extranjero, pero sin naturalizarse en él. El mundo antiguo conocía bien el término paroikos, el cual describía al hombre que
vivía en el seno de una comunidad, pero que
su ciudadanía estaba en otra parte.
Estas palabras se aplican
particularmente a los judíos de la Dispersión, de los cuales se decía paroikein
en Egipto, en
Babilonia y en las tierras del extrarradio de Palestina a que iban por fuerza o por voluntad
propia. Para
los judíos paroikein
describía el
individuo que vivía dentro de una comunidad, pero que, no obstante, era extranjero en ella. Y, a partir de aquí, el término
llegó a conectarse especialmente con el cristiano y con la iglesia cristiana.
El cristiano estaba
exactamente en esa situación; vivía en una comunidad, llevaba a cabo todos los deberes fruto de
la convivencia, pero su ciudadanía estaba en los cielos. Clemente escribe su carta desde la iglesia paroikouse (participio presente) de Roma a
la iglesia paroikouse
de Corinto.
Policarpo usa la misma terminología cuando escribe a la iglesia de Filipos. La iglesia estaba
en estos lugares, pero su verdadero hogar no quedaba en ellos. Y ahora viene una interesante evolución del término. La
palabra paroikos significa "residente
ajeno"; el verbo paroikein significaba permanecer en un
lugar, pero sin llegar a ser ciudadano naturalizado de ese lugar. Así, el nombre paroikia pasa a significar "un conjunto de
extraños en medio de una comunidad". La comunidad cristiana es un conjunto de personas que
viven en este mundo, pero que nunca han aceptado las normas, métodos y formas de él.
Las normas de la comunidad cristiana son las de Dios. Aceptan la ley del lugar donde viven, pero
para ellos, muy por encima y más allá de esta ley, están las regulaciones de la ley de Dios. El cristiano es una persona cuya única y real ciudadanía es la del reino
de Dios. El mismo hecho de que el cristiano
es un extranjero, un peregrino, un
viandante, es la prueba de que la comodidad es lo último que puede esperar
en la vida, y que la fácil popularidad no es para él.
La idea de que el cristiano es
un extranjero en el mundo está profundamente arraigada en la literatura de la iglesia primitiva. Tertuliano escribió: "El
cristiano sabe que en la tierra tiene una peregrinación, pero también sabe que su
dignidad está en los cielos" (Apologia,
1). "Nada
en este mundo es importante para nosotros, excepto partir de él lo más rápidamente
posible" (Apología,
41). "El
cristiano es un transeúnte entre cosas corruptibles" (Carta a Diogneto, 6.18). "No tenemos patria
en la tierra" (Clemente de Alejandría, Pedagogo 3.8.1). "Somos
peregrinos incapaces de vivir fuera de nuestra madre patria. Vamos procurando conseguir la
forma que nos ayude a terminar con nuestras tristezas y a volver a nuestro país natal" (Agustín, De la Doctrina Cristiana, 2.4). "Debemos considerar,
caros y amados hermanos, debemos reflejar una y otra vez que hemos renunciado al mundo; y, mientras tanto estamos
viviendo aquí como huéspedes y extranjeros, esperamos dar la bienvenida al día que nos lleve a
cada uno a nuestro verdadero hogar, que nos arrebate de aquí, que nos desligue de los lazos
de este mundo y nos restituya al paraíso y al reino. ¿Quién ha vivido en
tierras extrañas que no se apresurara a retornar a su país natal? El que anhela volver a
sus amigos desea con viveza la ayuda de un fuerte viento que le ayude a abrazar
lo más pronto posible a los que le aman. Nosotros reconocemos el paraíso como nuestro país" (Cipriano, De la Mortalidad, 26).
Al mismo tiempo ha de notarse
que, aunque los cristianos se reconocen extranjeros, peregrinos, exiliados, esto no significa que se divorcien del vivir ordinario,
y se retiren a una vida de alejada y solitaria inutilidad e inactividad. Tertuliano escribe:
"Nosotros no somos como los indios brahmanes o gimnosofistas, retirados de la vida ordinaria. Vivimos con vosotros, gentiles,
comiendo el mismo alimento, usando las mismas vestiduras, teniendo necesidad de las mismas cosas; y no somos infructuosos para los
negocios de la república" (Apología,
42). La más grande de las
expresiones en esta línea de pensamiento figura en la Carta
a Diogneto: "Los cristianos no se distinguen del resto de los hombres por la
nacionalidad, el lenguaje o las costumbres, pues en ninguna parte pueden morar en
ciudades de su propiedad; no usan ninguna forma extraña de discurso ni practican un modo de vida singular ... Mientras habitan
en ciudades tanto griegas como bárbaras, compartiendo su suerte y siguiendo las costumbres de la tierra en el vestir, el alimento y otros
asuntos del vivir, muestran el insigne y extraño orden de su auténtica ciudadanía. Viven en sus patrias, pero como forasteros.
Participan en todo como ciudadanos, y lo sufren todo como
extranjeros. Cada tierra extranjera es su patria, y cada patria una tierra extranjera ... Están en la carne,
pero no viven según la carne. Pasan sus
días en la tierra, pero tienen su ciudadanía en los cielos" (op. cit., 5:1-9). Viviendo en el mundo, y no apartándose del mundo, era como los cristianos mostraban
su verdadera ciudadanía.
La cuestión bien puede ser
resumida con uno de los dichos atribuidos por la tradición a Jesús. El doctor Alexander Duff, misionero escocés, viajó por la India en
1849. Remontó el Ganges y en la ciudad de Futehpur-Sikri, veinticuatro millas al Oeste de Agra, se llegó a una mezquita mahometana que es una
de las más grandes del mundo. La entrada era de 40 por 40 metros; y en el interior, a la derecha, se apercibió de una inscripción en árabe que rezaba así: "Jesús, a quien sea la paz, dijo: `El mundo no es más que un puente; tienes que
pasar por él, pero no edificar tu casa en
él'." Bien podemos creer que este dicho brotara
de los labios de Jesús. Para el cristiano el mundo nunca puede ser un fin en sí ni una meta; el cristiano es siempre un viandante.