¿SON TODOS LOS CRISTIANOS VERDADEROS CRISTIANOS?
s/TJ:
Los TJ en La Atalaya 1/3/2012 preguntan:
“¿Son todos los cristianos verdaderos cristianos?” Es el título de un artículo
que se desarrolla a lo largo de las páginas 3 al 9 de dicha revista.
A continuación, nos enseñan que para ser
cristiano no basta con decir que uno cree en Cristo. Tiene que poder
identificarse como tal reconociendo que un verdadero cristiano sigue de forma
total e incondicional las enseñanzas e instrucciones de Jesús, el fundador del
cristianismo. ¿Habrá gente así entre quienes profesan ser cristiano hoy? ¿Qué
dijo Jesús que identificaría a sus seguidores?
A continuación, presentan cinco artículos.
Cada uno de ellos analiza una característica que, según los TJ, Jesús dijo que
identificaría a sus discípulos.
Análisis:
Lógicamente, los TJ llegan a la conclusión
de que solamente ellos cumplen estas cinco características.
Veamos cada una de estas cinco características:
1.- “PERMANECEN EN MI PALABRA” (Jn
8;31,32)
¿Cómo se cumple esta primera
característica? Los TJ proponen en el artículo que estamos analizando: “Aceptando
la Palabra de Dios la Biblia, como la única fuente de ‘la verdad’ y la máxima autoridad
en cuestión de creencias y normas de conducta”.
¿Pero de qué Biblia hablan los TJ? ¿De su
Biblia, la Traducción del Nuevo Mundo, con decenas de frases fundamentales
interpretadas o traducidas siguiendo criterios doctrinales previamente establecidos?
Casi podría decirse que es su Biblia contra todas las del mundo. Si la
Biblia es la única fuente de ‘la verdad’ y creemos que es inspirada por Dios, a
los TJ les falta las necesarias credenciales para que podamos otorgarles la
mínima credibilidad en esta primera característica.
2,- “NO SON PARTE DEL MUNDO” (Jn 17;14)
Dicen los TJ en el artículo que estamos
analizando, que “Jesús no era parte del mundo porque no intervenía en las
cuestiones sociales y políticas de su tiempo”. Leyendo el Nuevo Testamento
o Escrituras Griegas, es patente que la muerte de Jesús, en parte, fue dictada
precisamente por motivos de esta índole.
Que los cristianos no sean parte de este
mundo, no quiere decir que los cristianos no deban intervenir en las cuestiones
sociales y políticas de su ambiente.
En toda la historia de Israel, narrada en
el Antiguo Testamento, apenas si existe frontera entre religión y política.
Y no son pocas las referencias a las
estructuras de la sociedad y al poder político que encontramos en el Nuevo
Testamento. Y, por otra parte, Jesús se refiere a normas de vida
política: todo reino internamente dividido perece (Lc 11,17); un rey debe
calcular sus fuerzas antes de hacer la guerra (Lc 14,31-32); los que cogen la espada perecerán
por la espada (Mt 26,52); los
hijos de los reyes no pagan tributos (Mt 17,24-27). Enuncia una norma de justicia social: el trabajador tiene derecho a su salario (Lc 10,7). Dedica
una acerba ironía a los tiranos
de su tiempo (Lc 22,25). Responde,
en fin, a la malintencionada pregunta de los fariseos y los herodianos situando al César y a sus tributos en el campo de «lo que no es de Dios» (Mt 22,21), dando
pretexto con ello a que más tarde se
le acuse de prohibir que se pague
tributo al Imperio (Lc 23,2).
No deja de ser
significativo que Jesús no fuera nunca solicitado ni acusado de
colaboracionismo con los ocupantes. A primera vista parecería que su actitud se prestaba a ello: un
hombre que, en su patria ocupada y
ansiosa de liberación, anuncia que no ha de venir ningún mesías guerrero, predica una religión
universal e inculca el amor a
los enemigos, debiera haber atraído la simpatía del gobierno ocupante y de sus colaboradores,
saduceos y herodianos. Ocurre,
sin embargo, todo lo contrario: los sumos sacerdotes y los fariseos deciden la muerte de Jesús
porque, si no, «todos creerán en él
y vendrán los romanos y destruirán nuestro santuario y nuestra nación» (Jn 11;48); y, a su vez,
Pilato lo condenará bajo la
inculpación jurídica de rebeldía contra el Imperio (Jn 19;12). ¿Cómo explicar tan sorprendente
hecho? Por una parte, sin duda,
porque Jesús entronca claramente, aunque dándoles un nuevo sentido, con las
esperanzas mesiánicas de Israel,
e incluso elige sus discípulos en los círculos en que esta expectativa era más
intensa (uno de ellos, al menos, Simón, parece que era un zelota) (Lc 6;15). Por otra
parte, porque las constantes
críticas de Jesús a los ricos y los poderosos y su independencia ante las
autoridades hacían imposible, sin
duda, contarlo entre sus partidarios. (Lc 6;15) (Lc 13;32)
Extraordinario interés presentan en el
libro de los Hechos de los apóstoles los dos pasajes en que se nos describe la
organización económica de la comunidad primitiva (2;44-45 y 4;32.34-35): los
bienes son vendidos por sus dueños y puestos a los pies de los apóstoles para que
los distribuyan según las
necesidades de cada uno. Cierto que se trata de una organización pasajera y
voluntaria (5;4), pero demuestra que en
la enseñanza de Jesús se encontraban principios capaces de repercutir en
las estructuras de la comunidad.
En San Pablo
encontramos el texto neotestamentario más favorable al poder público: «Que todos se sometan a
las autoridades que nos gobiernan. Porque no hay
autoridad que no venga de Dios, y las que existen están constituidas por Dios.
Por eso, el que resiste a la autoridad se rebela contra el orden
establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán a sí mismos. En efecto,
los magistrados no son de temer cuando se hace el bien, sino cuando se hace el
mal. ¿Quieres no tener que temer a la autoridad? Haz el bien y recibirás
elogios de ella, porque es instrumento de Dios para conducirte al bien. Pero
teme si haces el mal, pues por algo lleva espada: es un instrumento de
Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra el mal. Así, es
preciso someterse no sólo por temor al castigo, sino por motivo de conciencia. ¿No
es por eso mismo por lo que pagáis impuesto? Porque se trata de
funcionarios que se aplican por Dios a ese oficio. Dad a cada uno lo que
le es debido: a quien impuesto, impuesto; a quien tasas, tasas; a quien
temor, temor; a quien honor, honor» (Rom
13;1-7).
Si el poder público es «un instrumento
de Dios para hacer justicia», ¿qué
duda cabe que su ejercicio puede ser tarea apropiada para un cristiano?
San Pablo se limita a recomendar a los fieles el respeto a la autoridad,
basándose en lo que la autoridad debiera de ser según el plan de Dios.
Esta misma recomendación se encuentra en la epístola a Tito (3,1) y en la
primera epístola de San Pedro (2,13-14).
Anotemos, en fin,
otras dos indicaciones del pensamiento del Apóstol sobre las estructuras sociales: «El que no trabaje que tampoco coma» (2Tes
3;10) (1 Tes 4;11). «No se trata de reduciros a la indigencia para aliviar a
los otros. Lo que conviene es la igualdad. Que, en este caso, lo que a vosotros
sobra socorra a su carencia, para que un día lo que a ellos les sobre socorra
vuestra carencia. Así reinará la igualdad, según lo que está escrito: El
que recogió mucho no tuvo demasiado, y el que había recogido poco no
careció de nada» (2Cor 8;13-15). En esta misma línea, la epístola de
Santiago condena a quienes tratan de distinta forma a las personas según su
situación social (2;1-9).
En cierto sentido cabe afirmar que el más
«político» de los libros del Nuevo Testamento es el Apocalipsis. Escrito
como libro de consolación de los fieles perseguidos por Domiciano, uno de
sus temas centrales es el anuncio del triunfo de la Iglesia sobre Roma,
personificada en las dos bestias que simbolizan el doble poder, político y
religioso, del Imperio, que el vidente presenta bajo los rasgos eternos
del Estado totalitario: (Ap 13;16-17).
¿Cómo seguir
sosteniendo que el creyente ha de mantenerse lejos de
toda actividad política? Los TJ están totalmente equivocados en su doctrina
sobre esta cuestión. Confunden, como he dicho al principio, el no ser de este
mundo con el deber del cristiano de participar en la política y en la vida
social para que la autoridad, que es un instrumento de Dios para la justicia,
siga realmente los planes de Dios. De hecho en los versículos siguientes a (Jn
17;14) se lee la oración de Jesús al Padre: “No pido que los tomes del
mundo, sino que los guardes del mal… como tú me enviaste al mundo, así yo los
envié a ellos al mundo” (Jn 17;15-19)
Esta característica
que exige de un buen cristiano su apoyo y dedicación a la política y a la
actividad social, ni es seguida por los TJ ni mucho menos apoyada por su
doctrina.
3.- “TIENEN AMOR ENTRE
SÍ” (Jn 13;34,35)
Los TJ nos recuerdan
en el artículo que estamos analizando que Jesús “invirtió mucho tiempo
y energías en ayudar a otros, aun a costa de su propia comodidad” (Mc 6;30-34) e
incluso insertan un bucólico dibujo en el que se está ofreciendo a alguien una
cesta repleta de fruta variada.
Y nos presentan esta
actitud de Jesús como una de las cinco características principales. Me parece
muy bien. Pero entonces por qué por otra parte escriben: “¿Ha hecho usted
algo que merezca su aprobación (de Dios), algo más, es decir, de lo que ha
hecho la gente de las religiones paganas? Sí, usted probablemente ha sido
caritativo y ha tratado de obrar justamente para con sus semejantes. Pero
–advierten los TJ- ¿no han hecho eso mismo personas de naciones llamadas
paganas? (La Atalaya 15/6/1968, pág 363).
O sea, que por una
parte ponen el ejemplo del propio Jesús que se desvivía por su prójimo, y por
otra recriminan esta actitud, a quien tratando de obrar justamente la pone en
práctica. Y es que para los TJ todo lo que no sea ir por las casas de dos en dos
repartiendo folletos es prácticamente perder el tiempo… Jesucristo abre el
campo de acción a muchísimas más actuaciones a favor de nuestro prójimo. Un
inventario de todas y cada una de las obras sociales que se llevan a cabo en el
mundo en las que el amor al prójimo es su motor, nos demostraría de modo
sobrado que los TJ están ausentes en la mayor parte de ellas.
4.- “HE DADO A CONOCER
TU NOMBRE” (Jn 17;6,26)
Los TJ nos dicen en el
artículo que estamos analizando, que “Jesús dio a conocer el nombre de Dios
empleándolo en su ministerio”.
Digamos, en primer
lugar, que para los TJ el nombre de Dios es Jehová. Pues bien, Jesucristo no emplea el nombre de Jehová en ningún
momento de su ministerio porque así lo atestiguan los Evangelios. ¿Y cómo
prefiere Dios que se le llame? Los propios textos de los Evangelios nos lo
dicen: “Cuando oréis, decid: Padre..." (Lc 11;2); "Vuestro
Padre sabe muy bien lo que necesitáis... Así pues, orad
de esta manera: Padre nuestro... " (Mt 6;8-9).
¿Es que cuando un hijo se dirige a su padre es más adecuado que le
llama Ramón o Juan o Pedro, en vez de ¡Padre!? ¿Es que un hijo por
el hecho de llamar ¡Padre! a su padre natural no se siente cerca de él?
¿Acaso un niño, aunque sepa cómo se llama su padre o
su madre, cuando se encuentra delante de cualquier
peligro no le sale de su corazón: ¡mamá!, ¡papá!?
El apóstol Pablo dice que los
cristianos al tener el espíritu de Dios claman: "Abba Padre",
no claman Jehová o Yahweh. (Rm 8;15) (Gl 4;6). El
propio Jesús unas horas antes de ser ajusticiado, estaba en
el huerto de Getsemaní y oró clamando a
su Padre diciendo: "Abba Padre, todas las cosas te son
posible; remueve de mí esta copa" (Mc 14;36). Y bien, ¿qué
significa la palabra "abba"? Lo más entrañable y cariñoso
de un hijo hacia su progenitor. Proviene del
arameo y encierra el sentido de "papá"; algo muy apropiado para
dirigirse a Dios.
Pero es que para rematar el tema podríamos
preguntarnos ¿Qué pronunciación consideran los TJ como más correcta? En
la página 25 del prefacio de la Traducción del Nuevo Mundo de las
Escrituras Griegas Cristianas en inglés, publicada por la Sociedad
Watch Tower Bible and Tract en 1950, los traductores
declararon que se inclinaban a "considerar la pronunciación
'Yahweh' como la manera más correcta". ("La
Atalaya" de 1.12.64, pág 711) Ver también (Usted puede vivir… pág 43 y
44). Por otra parte reconocen que “Toda persona desea no
solamente que su nombre sea tratado con el debido respeto, sino también, que se
pronuncie correctamente” (“Santificado sea tu nombre”, pág 15)
Así, pues, los TJ dan a conocer una
pronunciación del nombre de Dios que saben sobradamente que es falso y
además se empeñan en que Jesucristo lo utilizaba en su ministerio cuando éste
el único nombre que empleo fue el de Padre. Los Evangelios son el único
testimonio de ello y es fácil comprobarlo.
5.- ESTAS BUENAS NUEVAS DEL REINO SE PREDICARÁN
(Mt 24;14)
Los TJ nos repiten continuamente a través
de sus artículos que Jesucristo mandó a “sus discípulos” o a “sus
seguidores” (“Qué enseña realmente la Biblia”, pág 175) a que
enseñaran a todas las gentes, y por esto su dedicación a predicar por las
casas. Pero Jesús no dio instrucciones “a
sus discípulos o seguidores”, o sea, de una
manera indeterminada a todo aquél que le seguía, sino, concretamente, a “los
once discípulos” (Mt 28;16) (NM) (Mc
16;14-16) o sea, a sus “once apóstoles”. El mandato que les da se funda en su poder universal, por lo que
lo convierte en fundamental e importantísimo ante el hecho de su próxima
desaparición, siendo preciso concretar quien lo recibe, quien se
responsabiliza de la gran obra a realizar. Nada menos les dice que “enseñen
a observar todas las cosas que Él les ha mandado” y añade que para asegurar la eficacia de estas instrucciones, “estaré
con vosotros, siempre hasta la consumación del mundo”.
La predicación, pues,
tiene que estar ligada de alguna manera a los apóstoles, y no creo que el
Cuerpo Gobernante de los TJ crea que de alguna manera se encuentra en la línea
sucesoria de los apóstoles. ¿Cómo pueden demostrar los TJ que quienes
confeccionan la doctrina de su organización y hacen que sea esparcida por todo
el mundo son la continuación necesaria de aquel grupo de apóstoles que
recibieron las instrucciones directas de Jesucristo?
Los TJ no contestan,
luego es imposible que tengan la autoridad suficiente y el conocimiento
necesario para transmitir lo que Jesucristo ordenó a sus apóstoles que
transmitieran. La doctrina que los TJ nos traen personalmente hasta nuestros
domicilios, no se corresponde, pues, con la doctrina de Jesucristo, sino con la
doctrina de un grupo de personas de los que no se conoce su nombre y que se
autoproclama la única voz de Dios en la tierra.