martes, 1 de abril de 2014

¿SON TODOS LOS CRISTIANOS VERDADEROS CRISTIANOS?

¿SON TODOS LOS CRISTIANOS VERDADEROS CRISTIANOS?

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Los TJ en La Atalaya 1/3/2012 preguntan: “¿Son todos los cristianos verdaderos cristianos?” Es el título de un artículo que se desarrolla a lo largo de las páginas 3 al 9 de dicha revista.

A continuación, nos enseñan que para ser cristiano  no basta con decir que uno cree en Cristo. Tiene que poder identificarse como tal reconociendo que un verdadero cristiano sigue de forma total e incondicional las enseñanzas e instrucciones de Jesús, el fundador del cristianismo. ¿Habrá gente así entre quienes profesan ser cristiano hoy? ¿Qué dijo Jesús que identificaría a sus seguidores?
A continuación, presentan cinco artículos. Cada uno de ellos analiza una característica que, según los TJ, Jesús dijo que identificaría a sus discípulos. 

Análisis:

Lógicamente, los TJ llegan a la conclusión de que solamente ellos cumplen estas cinco características.

Veamos cada una de estas cinco características:

1.- “PERMANECEN EN MI PALABRA” (Jn 8;31,32)

¿Cómo se cumple esta primera característica? Los TJ proponen en el artículo que estamos analizando: “Aceptando la Palabra de Dios la Biblia, como la única fuente de ‘la verdad’ y la máxima autoridad en cuestión de creencias y normas de conducta”.

¿Pero de qué Biblia hablan los TJ? ¿De su Biblia, la Traducción del Nuevo Mundo, con decenas de frases fundamentales interpretadas o traducidas siguiendo criterios doctrinales previamente establecidos? Casi podría decirse que es su Biblia contra todas las del mundo. Si la Biblia es la única fuente de ‘la verdad’ y creemos que es inspirada por Dios, a los TJ les falta las necesarias credenciales para que podamos otorgarles la mínima credibilidad en esta primera característica.

2,- “NO SON PARTE DEL MUNDO” (Jn 17;14)

Dicen los TJ en el artículo que estamos analizando, que “Jesús no era parte del mundo porque no intervenía en las cuestiones sociales y políticas de su tiempo”. Leyendo el Nuevo Testamento o Escrituras Griegas, es patente que la muerte de Jesús, en parte, fue dictada precisamente por motivos de esta índole.

Que los cristianos no sean parte de este mundo, no quiere decir que los cristianos no deban intervenir en las cuestiones sociales y políticas de su ambiente.

En toda la historia de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, apenas si existe frontera entre religión y política.

Y no son pocas las referencias a las estructuras de la sociedad y al poder político que encontramos en el Nuevo Testamento. Y, por otra parte, Jesús se refiere a nor­mas de vida política: todo reino internamente dividido perece (Lc 11,17); un rey debe calcular sus fuerzas antes de hacer la guerra (Lc 14,31-32); los que cogen la espada perecerán por la espada (Mt 26,52); los hijos de los reyes no pagan tributos (Mt 17,24-27). Enuncia una norma de justicia social: el traba­jador tiene derecho a su salario (Lc 10,7). Dedica una acerba ironía a los tiranos de su tiempo (Lc 22,25). Responde, en fin, a la malintencionada pregunta de los fariseos y los herodianos situando al César y a sus tributos en el campo de «lo que no es de Dios» (Mt 22,21), dando pre­texto con ello a que más tarde se le acuse de prohibir que se pague tributo al Imperio (Lc 23,2).

No deja de ser significativo que Jesús no fuera nunca solici­tado ni acusado de colaboracionismo con los ocupantes. A primera vista parecería que su actitud se prestaba a ello: un hombre que, en su patria ocupada y ansiosa de liberación, anuncia que no ha de venir ningún mesías guerrero, predica una religión universal e inculca el amor a los enemigos, debiera haber atraído la simpa­tía del gobierno ocupante y de sus colaboradores, saduceos y he­rodianos. Ocurre, sin embargo, todo lo contrario: los sumos sacer­dotes y los fariseos deciden la muerte de Jesús porque, si no, «todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro santuario y nuestra nación» (Jn 11;48); y, a su vez, Pilato lo condenará bajo la inculpación jurídica de rebeldía contra el Im­perio (Jn 19;12). ¿Cómo explicar tan sorprendente hecho? Por una parte, sin duda, porque Jesús entronca claramente, aunque dándoles un nuevo sentido, con las esperanzas mesiánicas de Is­rael, e incluso elige sus discípulos en los círculos en que esta expectativa era más intensa (uno de ellos, al menos, Simón, parece que era un zelota) (Lc 6;15). Por otra parte, porque las constantes críticas de Jesús a los ricos y los poderosos y su independencia ante las autoridades hacían imposible, sin duda, contarlo entre sus partidarios. (Lc 6;15) (Lc 13;32)

Extraordinario interés presentan en el libro de los Hechos de los apóstoles los dos pasajes en que se nos describe la organización económica de la comunidad primitiva (2;44-45 y 4;32.34-35): los bienes son vendidos por sus dueños y puestos a los pies de los apóstoles para que los distri­buyan según las necesidades de cada uno. Cierto que se trata de una organización pasajera y voluntaria (5;4), pero demuestra que en la enseñanza de Jesús se encontraban principios capaces de repercutir en las estructuras de la comunidad.

En San Pablo encontramos el texto neotestamentario más fa­vorable al poder público: «Que todos se sometan a las autori­dades que nos gobiernan. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen están constituidas por Dios. Por eso, el que resiste a la autoridad se rebela contra el orden establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán a sí mismos. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se hace el bien, sino cuando se hace el mal. ¿Quieres no tener que temer a la autori­dad? Haz el bien y recibirás elogios de ella, porque es instru­mento de Dios para conducirte al bien. Pero teme si haces el mal, pues por algo lleva espada: es un instrumento de Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra el mal. Así, es preciso some­terse no sólo por temor al castigo, sino por motivo de conciencia. ¿No es por eso mismo por lo que pagáis impuesto? Porque se trata de funcionarios que se aplican por Dios a ese oficio. Dad a cada uno lo que le es debido: a quien impuesto, impuesto; a quien tasas, tasas; a quien temor, temor; a quien honor, honor» (Rom 13;1-7).

Si el poder público es «un instrumento de Dios para hacer justicia», ¿qué duda cabe que su ejercicio puede ser tarea apropiada para un cristia­no? San Pablo se limita a recomendar a los fieles el respeto a la autoridad, ba­sándose en lo que la autoridad debiera de ser según el plan de Dios. Esta misma recomendación se encuentra en la epístola a Tito (3,1) y en la primera epístola de San Pedro (2,13-14).

Anotemos, en fin, otras dos indicaciones del pensamiento del Apóstol sobre las estructuras sociales: «El que no trabaje que tam­poco coma» (2Tes 3;10) (1 Tes 4;11). «No se trata de reduciros a la indigencia para aliviar a los otros. Lo que conviene es la igualdad. Que, en este caso, lo que a vos­otros sobra socorra a su carencia, para que un día lo que a ellos les sobre socorra vuestra carencia. Así reinará la igualdad, según lo que está escrito: El que recogió mucho no tuvo demasiado, y el que había recogido poco no careció de nada» (2Cor 8;13-15). En esta misma línea, la epístola de Santiago condena a quienes tratan de distinta forma a las personas según su situación social (2;1-9).

En cierto sentido cabe afirmar que el más «político» de los libros del Nuevo Testamento es el Apocalipsis. Escrito como libro de consolación de los fieles perseguidos por Domiciano, uno de sus temas centrales es el anuncio del triunfo de la Iglesia sobre Roma, personificada en las dos bestias que simbolizan el doble poder, político y religioso, del Imperio, que el vidente presenta bajo los rasgos eternos del Estado totalitario: (Ap 13;16-17).

¿Cómo seguir sosteniendo que el cre­yente ha de mantenerse lejos de toda actividad política? Los TJ están totalmente equivocados en su doctrina sobre esta cuestión. Confunden, como he dicho al principio, el no ser de este mundo con el deber del cristiano de participar en la política y en la vida social para que la autoridad, que es un instrumento de Dios para la justicia, siga realmente los planes de Dios. De hecho en los versículos siguientes a (Jn 17;14) se lee la oración de Jesús al Padre: “No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal… como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo” (Jn 17;15-19)

Esta característica que exige de un buen cristiano su apoyo y dedicación a la política y a la actividad social, ni es seguida por los TJ ni mucho menos apoyada por su doctrina.

3.- “TIENEN AMOR ENTRE SÍ” (Jn 13;34,35)

Los TJ nos recuerdan en el artículo que estamos analizando que Jesús “invirtió mucho tiempo y energías en ayudar a otros, aun a costa de su propia comodidad” (Mc 6;30-34) e incluso insertan un bucólico dibujo en el que se está ofreciendo a alguien una cesta repleta de fruta variada.

Y nos presentan esta actitud de Jesús como una de las cinco características principales. Me parece muy bien. Pero entonces por qué por otra parte escriben: “¿Ha hecho usted algo que merezca su aprobación (de Dios), algo más, es decir, de lo que ha hecho la gente de las religiones paganas? Sí, usted probablemente ha sido caritativo y  ha tratado de obrar justamente para con sus semejantes. Pero –advierten los TJ- ¿no han hecho eso mismo personas de naciones llamadas paganas? (La Atalaya 15/6/1968, pág 363).

O sea, que por una parte ponen el ejemplo del propio Jesús que se desvivía por su prójimo, y por otra recriminan esta actitud, a quien tratando de obrar justamente la pone en práctica. Y es que para los TJ todo lo que no sea ir por las casas de dos en dos repartiendo folletos es prácticamente perder el tiempo… Jesucristo abre el campo de acción a muchísimas más actuaciones a favor de nuestro prójimo. Un inventario de todas y cada una de las obras sociales que se llevan a cabo en el mundo en las que el amor al prójimo es su motor, nos demostraría de modo sobrado que los TJ están ausentes en la mayor parte de ellas.

4.- “HE DADO A CONOCER TU NOMBRE” (Jn 17;6,26)

Los TJ nos dicen en el artículo que estamos analizando, que “Jesús dio a conocer el nombre de Dios empleándolo en su ministerio”.

Digamos, en primer lugar, que para los TJ el nombre de Dios es Jehová. Pues bien, Jesucristo no emplea el nombre de Jehová en ningún momento de su ministerio porque así lo atestiguan los Evangelios. ¿Y cómo prefiere Dios que se le llame? Los propios textos de los Evangelios nos lo dicen: “Cuando oréis, decid: Padre..." (Lc 11;2);  "Vuestro Padre sabe muy  bien lo  que necesitáis... Así pues,  orad de  esta manera: Padre nuestro...  " (Mt 6;8-9). ¿Es  que cuando un hijo se dirige a su padre es  más adecuado que le llama Ramón o  Juan o Pedro, en vez de ¡Padre!? ¿Es que un hijo  por el hecho de llamar ¡Padre! a su padre natural no se siente cerca de él?  ¿Acaso un niño, aunque sepa  cómo se  llama  su padre  o su  madre,  cuando se  encuentra delante de  cualquier peligro  no le sale  de su  corazón: ¡mamá!, ¡papá!?

El apóstol Pablo  dice que los cristianos al tener  el espíritu de Dios claman: "Abba Padre", no claman Jehová o  Yahweh.  (Rm 8;15) (Gl 4;6).   El propio Jesús unas horas antes de  ser ajusticiado, estaba  en el  huerto  de  Getsemaní y  oró  clamando  a su  Padre diciendo: "Abba Padre, todas las  cosas te son posible; remueve de mí esta copa" (Mc 14;36). Y bien, ¿qué  significa la  palabra "abba"? Lo  más entrañable y cariñoso de  un  hijo  hacia  su progenitor.  Proviene del arameo y  encierra el sentido de "papá"; algo muy apropiado para dirigirse a Dios.

Pero es que para rematar el tema podríamos preguntarnos ¿Qué pronunciación consideran los TJ como más correcta?  En la página 25 del prefacio de la Traducción del  Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en  inglés, publicada por  la Sociedad Watch Tower Bible and Tract  en  1950, los  traductores  declararon que   se inclinaban a "considerar la pronunciación 'Yahweh' como  la manera más correcta".  ("La Atalaya" de 1.12.64, pág 711) Ver también (Usted puede vivir… pág 43 y 44).  Por otra parte reconocen que “Toda persona desea no solamente que su nombre sea tratado con el debido respeto, sino también, que se pronuncie correctamente” (“Santificado sea tu nombre”, pág 15)

Así, pues, los TJ dan a conocer una pronunciación del  nombre de Dios que saben sobradamente que es falso y además se empeñan en que Jesucristo lo utilizaba en su ministerio cuando éste el único nombre que empleo fue el de Padre. Los Evangelios son el único testimonio de ello y es fácil comprobarlo.

5.- ESTAS BUENAS NUEVAS DEL REINO SE PREDICARÁN (Mt 24;14)

Los TJ nos repiten continuamente a través de sus artículos que Jesucristo mandó a “sus discípulos” o a “sus seguidores” (“Qué enseña realmente la Biblia”, pág 175) a que enseñaran a todas las gentes, y por esto su dedicación a predicar por las casas. Pero Jesús no dio instrucciones “a sus discípulos o seguidores”, o sea, de una manera indeterminada a todo aquél que le seguía, sino, concretamente, a “los once discípulos” (Mt 28;16) (NM) (Mc 16;14-16) o sea, a sus “once apóstoles”. El mandato que les da se funda en su poder universal, por lo que lo convierte en fundamental e importantísimo ante el hecho de su próxima desaparición, siendo preciso concretar  quien lo recibe, quien se responsabiliza de la gran obra a realizar. Nada menos les dice que “enseñen a observar todas las cosas que Él les ha mandado” y añade que para asegurar la eficacia de estas instrucciones, “estaré con vosotros, siempre hasta la consumación del mundo”.

La predicación, pues, tiene que estar ligada de alguna manera a los apóstoles, y no creo que el Cuerpo Gobernante de los TJ crea que de alguna manera se encuentra en la línea sucesoria de los apóstoles. ¿Cómo pueden demostrar los TJ que quienes confeccionan la doctrina de su organización y hacen que sea esparcida por todo el mundo son la continuación necesaria de aquel grupo de apóstoles que recibieron las instrucciones directas de Jesucristo?

Los TJ no contestan, luego es imposible que tengan la autoridad suficiente y el conocimiento necesario para transmitir lo que Jesucristo ordenó a sus apóstoles que transmitieran. La doctrina que los TJ nos traen personalmente hasta nuestros domicilios, no se corresponde, pues, con la doctrina de Jesucristo, sino con la doctrina de un grupo de personas de los que no se conoce su nombre y que se autoproclama la única voz de Dios en la tierra.