martes, 2 de septiembre de 2014

UN REINO SACERDOTAL, UNA NACIÓN SANTA

s/TJ:

Dirigiéndose a los cristianos ungidos, Pedro escribió: “Ustedes son una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial, para que declaren en público las excelencias de aquel que los llamó de la oscuridad a su luz maravillosa” (1 Ped. 2:9). En esa ocasión, Pedro citó las palabras que Jehová había dirigido a Israel cuando introdujo la Ley, y las aplicó a los cristianos del nuevo pacto (Éx. 19:5, 6) (La Atalaya 12/1/2012, pág 26-30)

Análisis:

“…Y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra” (Ap 5;10).

Jesucristo, después de absolvernos de nuestros pecados, nos ha constituido reyes-sacerdotes de Dios Padre. Formamos, pues ahora un reino sacerdotal, una clase sacerdotal especial, como la que formaban los levitas en el Antiguo Testamento. Juan se refiere en estos pasajes al (Ex 19,5-6), en donde se dice que Yahvé eligió a Israel e hizo de él «un reino sacerdotal, una nación santa». Para los antiguos, el rey era el sumo sacerdote del dios nacional, lo mismo que el jefe de familia era el sacerdote familiar. Israel, la nación santa la más próxima a Dios, estaba consagrada de un modo especial al culto de Yahvé, y en cuanto tal había de ejercer el sacerdocio en nombre de todos los pueblos de la tierra. San Pedro también nos los recuerda: «sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2;9).

Es en la Iglesia en donde se cumplen las promesas hechas al pueblo judío
pues los cristianos constituyen la continuación del Israel de Dios. Jesucristo se ha dignado comprar con su sangre para Dios hombres de todas las razas para hacer de ellos un reino y sacerdotes (Ap 5;9-19). Es decir, Cristo, en cuanto Sumo Sacerdote del Padre (Heb 7;20), ha conferido a sus fieles una parte de ese sacerdocio para que «cada uno ofrezca su cuerpo como hostia viva, santa, grata a Dios» (Rom 12;1). Esta oblación, unida a la de Jesucristo, siempre resulta grata al Padre celestial, al cual es debida la gloria y la majestad de un imperio eterno. El cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra en  una situación totalmente particular de proximidad y de unión íntima con El. Por cuya razón goza de un poder especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdote levítico en la Antigua Alianza.


Este sacerdocio de los fieles no presupone la transmisión de un poder especial, propio del sacramento del orden. El sacerdocio de los cristianos tiene más bien como finalidad el recordarles su dignidad de hijos de Dios, el valor de su bautismo y las obligaciones que en él han contraído, y el servicio religioso al que han sido llamados. Lo mismo que el antiguo pueblo israelita ocupaba una posición privilegiada entre todos los pueblos respecto de Dios, porque podía acercarse a El, gozar de sus intimidades y hacer de intermediario entre Yahvé y todos los demás pueblos, así también los cristianos, por la gracia de adopción como hijos de Dios y por su íntima unión con Cristo, ocupan una posición absolutamente única que les permite interceder por las almas. (Comentarios entresacados de la "Biblia comentada" de la BAC)