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Dirigiéndose a
los cristianos ungidos, Pedro escribió: “Ustedes son una
raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión
especial, para que declaren en público las excelencias de aquel que los llamó
de la oscuridad a su luz maravillosa” (1 Ped. 2:9). En esa ocasión,
Pedro citó las palabras que Jehová había dirigido a Israel cuando introdujo la
Ley, y las aplicó a los cristianos del nuevo pacto (Éx. 19:5, 6) (La Atalaya
12/1/2012, pág 26-30)
Análisis:
“…Y los hiciste para nuestro Dios
reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra” (Ap 5;10).
Jesucristo, después de absolvernos de
nuestros pecados, nos ha constituido reyes-sacerdotes de Dios Padre. Formamos, pues ahora un reino sacerdotal, una clase
sacerdotal especial, como la que formaban
los levitas en el Antiguo Testamento.
Juan se refiere en estos pasajes al (Ex 19,5-6), en donde
se dice que Yahvé eligió a Israel e hizo
de él «un reino sacerdotal, una nación santa». Para los antiguos, el rey era el sumo
sacerdote del dios nacional, lo mismo que el jefe de
familia era el sacerdote familiar. Israel, la nación santa la más próxima a Dios, estaba consagrada de un modo
especial al culto de Yahvé, y en cuanto tal
había de ejercer el sacerdocio en nombre de todos
los pueblos de la tierra. San Pedro también nos los recuerda: «sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido
para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2;9).
Es en la Iglesia en donde se cumplen las promesas hechas al pueblo judío
pues los cristianos constituyen la continuación del Israel de
Dios. Jesucristo se ha dignado comprar con su
sangre para Dios hombres de todas las razas
para hacer de ellos un reino y sacerdotes (Ap 5;9-19). Es decir, Cristo, en cuanto Sumo Sacerdote del Padre (Heb 7;20),
ha conferido a sus fieles una parte de ese
sacerdocio para que «cada uno ofrezca su cuerpo como
hostia viva, santa, grata a Dios» (Rom 12;1). Esta oblación, unida a la de Jesucristo, siempre
resulta grata al Padre celestial, al cual es debida
la gloria y la majestad de un imperio eterno. El cristiano,
incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra en una situación totalmente particular
de proximidad y de unión íntima con El. Por cuya razón goza de un poder especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdote levítico en la Antigua Alianza.
Este sacerdocio de los fieles no
presupone la transmisión de un poder especial, propio del
sacramento del orden. El sacerdocio de los cristianos tiene más bien como finalidad el recordarles su dignidad de hijos de Dios, el valor
de su bautismo y las obligaciones que en él han contraído, y el servicio religioso al que
han sido llamados. Lo
mismo que el antiguo pueblo israelita ocupaba una posición privilegiada entre todos los pueblos
respecto de Dios, porque podía
acercarse a El, gozar de sus intimidades y hacer de intermediario entre Yahvé y todos los
demás pueblos, así también los cristianos, por la gracia de adopción como hijos de Dios y por su íntima unión con Cristo, ocupan
una posición absolutamente única que les permite interceder por las almas. (Comentarios entresacados de
la "Biblia comentada" de la BAC)