domingo, 11 de enero de 2015

PECADO ORIGINAL. PARALELISMO ENTRE CRISTO Y ADÁN.

PECADO ORIGINAL. PARALELISMO ENTRE CRISTO Y ADÁN.
s/TJ:

La Biblia señala que cuando Dios creó a nuestros primeros padres, los hizo perfectos, y los colocó en un ambiente paradisíaco (¡Despertad! 1/6/2006, pág 6-9)

Análisis:

En ninguna parte de la Biblia podemos leer explícitamente que Dios creara “perfectos” a Adán y a Eva. La Biblia, sí señala abiertamente que Dios es perfecto y que asimismo también lo es su Hijo Jesucristo (Mt 5;48) (Ef 4;13). Y es que los TJ han reunido varias de las cualidades que poseía Adán y al enumerarlas conjuntamente consideran que constituyen su perfección. Pero no porque lo diga la Biblia sino porque lo dicen los TJ. Fíjense que siempre que escriben que Adán era perfecto nunca acompañan este aserto con una referencia bíblica, porque, llanamente, tal referencia no existe. Pero a los TJ les interesa, para dar coherencia a su doctrina, hallar un paralelismo entre la perfección de Jesucristo, considerada por ellos como estrictamente  humana, y la que atribuyen a Adán, a fin de reemplazar –en una aplicación absurda del “ojo por ojo”- la perfección que por su pecado perdió Adán y que consideran es el máximo mal que ocasionó su desobediencia, con la perfección que Jesucristo aporta de nuevo.

s/TJ:

Adán y Eva se rebelaron contra Dios, y por ello perdieron el Paraíso donde vivían. Lo que es peor, iniciaron un lento e implacable deterioro físico y mental. Cada día que pasaba los acercaba más a la tumba. ¿Por qué? Porque al ponerse en contra de su Creador pecaron, y “el salario que el pecado paga es muerte” (Romanos 6:23). Adán y Eva acabaron falleciendo, pero antes tuvieron muchos hijos. ¿Serían estos últimos capaces de realizar el propósito que Dios tenía en un principio? No, pues habían heredado la imperfección de sus padres. De hecho, en las generaciones sucesivas, todos los descendientes de Adán heredaron el pecado, y con él, la muerte. Así ha sido también en nuestro caso. La Biblia dice que “por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Rom 5;12) (Rom 3;23)

No obstante, inmediatamente  después de sentenciar a nuestros primeros padres, Dios prometió reparar todo el daño que resultara del pecado, sin incumplir sus justas normas. Jehová decidió tomar medidas para que los descendientes de Adán y Eva fueran liberados del pecado y la muerte y utilizó para ello a Jesucristo (Gn 3;15) (Mt 20;28) (Gal 3;16). Mediante él, Dios eliminará el pecado y todos sus efectos y convertirá toda la tierra en un paraíso, tal como se propuso en un principio. (Lc 23;43) (Jn 3;16) (¡Despertad! 6/6/2006, pág 28-29)

Análisis:

Así, pues, como por un hombre en­tró el pecado en el mundo, y por el peca­do la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…(Rom 5;12) (NC)

Este primer versículo queda suspenso. San Pablo, llevado de otras consideraciones, se olvida de completar la frase. La frase, muy bien podría seguir así: “De la misma suerte; por un hombre entró la justicia en el mundo, y por la justicia la vida, y así pasó la vida a los hombres por cuanto fueron todos vivificados” (s/ los versículos 17 y 18 y 1Cor 15; 21,22)

Para San Pablo, Adán y Jesucristo son como dos cabezas que arrastran en pos de sí a toda la humanidad: el primero llevándola a la perdición, el segundo devolviéndole los dones perdidos e incluso enriqueciéndola con otros nuevos.

“Porque hasta la Ley había pecado en el mundo; pero como no existía la Ley, el pecado, no existiendo la Ley, no era imputado. Pero la muer­te reinó desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no habían pecado, como pecó Adán, que es tipo del que había de venir” (Rom 5;13-14)
Estos versículos intentan dar explicación de ese “por cuanto todos pecaron” del versículo anterior, v12.

Es un trinomio antitético:

Adán – pecado – muerte,   Cristo – justicia- vida   

Evidentemente, en el pensamiento de San Pablo, ese “hombre” por quien entró el pecado  en el mundo (v12) es Adán (v14) y texto paralelo de (1Cor 15;22). San Pablo añade que por ese pecado entró la “muerte”… “que pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Vemos, pues, que establece clara relación entre “pecado” y “muerte”, considerando ésta como consecuencia de aquél: precisamente porque el pecado es universal, lo es también la muerte (Gn 2;17) (Gn 3;19) (Sab 1;13-15) (Sab 2;24). Mas ¿cómo pasó este pecado de Adán a todos los hombres, de modo que todos mueran?

En los versículos 18 y 19, veremos cómo S. Pablo parece querer resumir toda su argumentación. Expresamente nos dirá que  la falta personal de Adán hizo llegar la “condenación” o enemistad divina a todos los hombres, quedando estos “constituidos pecadores”. Y, si hemos observado, los v13-14 están ligados al v12 por la conjunción “porque” con los que San Pablo parece que trata de clarificar su pensamiento precisamente sobre este punto de la relación entre “pecado” y “muerte”.

Lo que San Pablo viene a decir en sustancia, es que, durante el período de tiempo entre Adán y Moisés, ciertamente hubo “pecado” y hubo “muerte”, como vemos por la narración de la misma Sagrada Escritura a lo largo del libro del Génesis; mas esa muerte no podía ser simplemente castigo de pecados personales, pues, fuera del precepto dado a Adán (Gn 2;17) (Gn 3;19), no existía ninguna ley divina, hasta la legislación mosaica, conminando el “pecado” con la pena de “muerte”; por consiguiente, el pecado “con que todos pecaron” y a todos lleva a la “muerte”, no puede ser simplemente el pecado personal, sino algo relacionado con la transgresión de Adán, que de manera real (v18 y 19) contagia a toda la humanidad. En otras palabras, lo que solemos llamar “pecado original”.

Precisamente es este el lugar clásico para demostrar la existencia del pecado original, particularmente el v12,  citado expresamente en las definiciones dogmáticas del Concilio de Trento. San Pablo se vale  de esta doctrina como punto de referencia para mejor  declarar la acción reconciliadora y vivificadora de Jesucristo en calidad de segundo Adán. Estas declaraciones dan a entender que se trata de una doctrina conocida y que nadie discute.

Finalmente, el que San Pablo diga que antes de la Ley, el “pecado no era imputado” (v13), no significa que antes de la legislación mosaica los hombres, lo mismo judíos que gentiles,  no fuesen responsables de sus pecados personales (Rom 1;20) (Rom 2;12), sino que éstos “no eran imputados” a muerte. “Pero la muerte reinó… también sobre  aquellos que no habían pecado de manera semejante a Adán” (v14)

Con lo anteriormente expuesto quedan suficientemente explicados los v12-14 que tratan de la obra de Adán. Pasemos ahora a los v 15-21, en los que resalta sobre todo la segunda parte del paralelismo: la obra de Cristo. En todo el desarrollo de la argumentación se nota  la preocupación de San Pablo por hacer ver la inmensa superioridad de la obra de Cristo para el bien sobre la de Adán para el mal.

“Mas no es el don como fue la transgresión. Pues si por la trans­gresión de uno solo mueren muchos, mu­cho más la gracia de Dios y el don gra­tuito consistente en la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se difundirá copiosamente sobre muchos” (Rom 5;15).

Cuando San Pablo habla de “los que son muchos”, ese “muchos” equivale a “todos”, como tenemos explícitamente en los v 12 y 18; si pone “muchos”, no es para excluir la universalidad, sino por contraste con “uno”, y significa “todos los otros”.

“Y no fue el don lo que fue la obra de un solo pecador, pues por el pecado de uno solo vino el juicio para condenación, mas el don, después de muchas transgresiones, acabó en la justificación” (Rom 5;16).
En el v16, se repite la misma idea del v15, pero concretando más; no se afirma simplemente la mayor eficacia del “don”, que termina en “justificación”, sobre la del “pecado”, que termina en condenación, sino que se lleva la comparación a un aspecto concreto: mientras que en el caso de Adán, para su obra destructora, se parte de un solo pecado, que es el que origina la ruina, en el caso de Cristo, para su obra redentora, se parte no solo del pecado de Adán, sino de otras muchas transgresiones que han seguido a aquella primera y que Cristo hubo de borrar también.

“Si, pues, por la transgresión de uno solo, esto es, por obra de uno solo, reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinarán en la vida por obra de uno solo, Jesucristo(Rom 5;17).

Este v17 sigue con el mismo pensamiento de los v 15-16, llevando las cosas hasta el final: si el pecado de Adán tuvo fuerza para establecer el reinado de la muerte, con mayor razón la gracia de Jesucristo tendrá fuerza para  establecer el reinado de los justos en la “vida”. Y es que bajo el término “vida” queda incluido todo el proceso de salvación, que comienza en el momento de la “justificación” (Rom 6;11) y culmina con la resurrección de los cuerpos, última victoria de la obra redentora de Cristo (1Cor 15;26)

“Por consiguien­te, como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de la vida. Pues como por la desobediencia de uno mu­chos fueron los pecadores, así también por la obediencia de uno muchos serán hechos justos” (Rom 5;18-19).

Los v18 y 19 casi idénticos con algún matiz, constituyen una especie de resumen. El que la “justificación de vida” se extienda a todos los hombres no quiere decir que de hecho, todos los hombres la reciban; es necesario que acepten (por la fe y el bautismo) depender voluntariamente de Cristo como dependen (por la generación carnal) necesariamente de Adán.

“Se introdujo la Ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado sobreabundó la gra­cia, para que, como reinó el pecado por la muerte, así también reine la gracia por la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 5;20-21)

En los v20 y 21, San Pablo nos da ya la conclusión final, introduciendo un nuevo elemento, la Ley, causa también ella de nuevas transgresiones, con lo que hace resaltar aún más la eficacia de la obra redentora de Cristo, que hubo de eliminar no solo el pecado de Adán  y sus consecuencias, sino también las transgresiones ocasionadas por la Ley.

Finalmente, los TJ nos dicen que Jehová decidió no hacer uso de su presciencia y que por lo tanto no fue hasta  después del pecado de Adán y antes de Abel que tomó medidas para que los descendientes de Adán y Eva fueran liberados del pecado y la muerte, utilizando para ello a Jesucristo.  Pero está  claro en (Hech  2;23) que Jehová sí  hizo uso de  su presciencia porque  Jesucristo fue  "entregado  por el  consejo determinado  y presciencia de Dios" (NM) (Véase  también: (Rm 16;25) (Rm 8;28-39) (Ef  1;4-11) (Ef  3;5-9) (1Pe  1;20). 

Hay, por otra parte, un hecho que explican los TJ cuando se refieren a la creación del mundo que deja claro la  previsión de Dios para el castigo  del mundo. Y es el dosel  de agua que luego  constituyó -según enseñan los propios TJ- la fuente del diluvio universal.  Esta interpretación de la presciencia de Dios que los TJ nos ofrecen, es contradictoria con la interpretación que siguen en  relación a si Dios puso o no  a prueba a nuestros primeros padres.