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Algunos párrafos de "GALILEO GALILEI" en ¡DESPERTAD! 1 junio de 2015 (pág 10-11):
“Entre los siglos XIV y XVI, algunos
científicos y pensadores europeos comenzaron a formular teorías sobre el
universo que contradecían las enseñanzas
de la Iglesia Católica. Uno de ellos fue Galileo.”
“En la época de Galileo, se creía que el
sol, los planetas y las estrellas giraban alrededor de la Tierra. Esa también era la postura oficial de la
Iglesia Católica.”
“Galileo encontró pruebas que contradecían las creencias de la mayoría de
los científicos.”
“Galileo estudió la obra de Copérnico
y recopiló más pruebas que apoyaban aquella teoría”.
“Algunas de las obras de Galileo figuraron por siglos en la lista de libros
prohibidos por la Iglesia Católica”.
“No fue sino hasta 1979 que la Iglesia decidió reexaminar la sentencia
contra Galileo”.
“Algunos historiadores opinan que Galileo pudo haber sido torturado
físicamente por la Inquisición”.
“La sentencia que recibió dice que, a fin de descubrir sus verdaderos
motivos, lo sometieron a un “riguroso examen”.
Análisis:
Con el siguiente resumen de un escrito
sobre Galileo publicado por “Aciprensa”
creo que los anteriores párrafos quedan debida y necesariamente matizados:
Galileo nació el martes 15 de febrero de
1564 en Pisa, y murió el miércoles 8 de enero de 1642, en su casa, una villa en
Arcetri, en las afueras de Florencia. Por tanto, cuando murió tenía casi 78
años. A pesar de algunos achaques propios de la edad, seguía lleno de proyectos
de trabajo, hasta que murió.
Galileo no fue objeto de ninguno de los
malos tratos físicos típicos de la época. Algún autor ha sostenido que, durante
el proceso, al final, en una ocasión fue sometido a tortura; sin embargo,
autores de todas las tendencias están de acuerdo, con práctica unanimidad, que
esto realmente no sucedió.
Lo que más llama la
atención no son los malos tratos físicos que, como acabamos de ver, no
existieron, sino el hecho mismo de que Galileo fuera condenado. Desde luego, no
era homicida, ni ladrón, ni malhechor en ningún sentido habitual de la palabra.
Entonces, ¿por qué fue condenado?, y ¿cuál fue la condena?
Se suele hablar de dos procesos contra
Galileo: el primero en 1616, y el segundo en 1633. A veces sólo se habla del
segundo. El motivo es sencillo: el primer proceso realmente existió, porque
Galileo fue denunciado a la Inquisición romana y el proceso fue adelante, pero
no se llegó a citar a Galileo delante del tribunal: el denunciado se enteró de
que existía la denuncia y el proceso a través de comentarios de otras personas,
pero el tribunal nunca le dijo nada, ni le citó, ni le condenó. Por eso, con
frecuencia no se considera que se tratara de un auténtico proceso, aunque de
hecho la causa se abrió y se desarrollaron algunas diligencias procesales
durante meses. En cambio, el de 1633 fue un proceso en toda regla: Galileo fue
citado a comparecer ante el tribunal de la Inquisición de Roma, tuvo que
presentarse y declarar ante ese tribunal, y finalmente fue condenado. Se trata
de dos procesos muy diferentes, separados por bastantes años; pero están relacionados,
porque lo que sucedió en el de 1616 condicionó en gran parte lo que sucedió en
1633.
En 1616 se acusaba a Galileo de sostener
el sistema heliocéntrico propuesto en la antigüedad por los pitagóricos y en la
época moderna por Copérnico: afirmaba que la Tierra no está quieta en el centro
del mundo, como generalmente se creía, sino que gira sobre sí misma y alrededor
del Sol, lo mismo que otros planetas del Sistema Solar. Esto parecía ir contra
textos de la Biblia donde se dice que la Tierra está quieta y el Sol se mueve,
de acuerdo con la experiencia; además, la Tradición de la Iglesia así había
interpretado la Biblia durante siglos.
Los hechos de 1616 acabaron con dos actos
extra-judiciales. Por una parte, se publicó un decreto de la Congregación del
Índice, fechado el 5 de marzo de 1616, por el que se incluyeron en el Índice de
libros prohibidos tres libros: Acerca de las revoluciones del canónigo polaco
Nicolás Copérnico, publicado en 1543; un comentario del agustino español Diego
de Zúñiga, publicado en Toledo en 1584 y en Roma en 1591; y un opúsculo del
carmelita italiano Paolo Foscarini, publicado en 1615. El motivo que se daba en
el decreto para esas censuras era que la doctrina que defiende que la Tierra se
mueve y el Sol está en reposo es falsa y completamente contraria a la Sagrada
Escritura. Por otra parte, se amonestó personalmente a Galileo, para que
abandonara la teoría heliocéntrica y se abstuviera de defenderla.
Para comprender el trasfondo del asunto hay
que mencionar tres problemas. En primer lugar, Galileo se había hecho célebre
con sus descubrimientos astronómicos de 1609-1610.
En segundo lugar, la Iglesia católica era
en aquellos momentos especialmente sensible ante quienes interpretaban por su
cuenta la Biblia, porque el enfrentamiento con el protestantismo era muy
fuerte.
En tercer lugar, la cosmovisión tradicional,
que colocaba a la Tierra en el centro del mundo, parecía estar de acuerdo con
la experiencia ordinaria: vemos que se mueven el Sol, la Luna, los planetas y
las estrellas; en cambio, si la Tierra se moviera, deberían suceder cosas que
no suceden: proyectiles tirados hacia arriba caerían atrás, no se sabe cómo
estarían las nubes unidas a la Tierra sin quedarse también atrás, se debería
notar un movimiento tan rápido.
La decisión de la autoridad de la Iglesia
en 1616 fue equivocada, aunque no calificó al heliocentrismo como herejía.
Un aspecto importante a tener en cuenta es
que, aunque las críticas de Galileo a la posición tradicional estaban fundadas,
ni él ni nadie poseían en aquellos momentos argumentos para demostrar que la
Tierra se mueve alrededor del Sol. Esta afirmación parecía, más bien, absurda,
tal como la calificaron los teólogos del Santo Oficio. En una famosa carta, el
cardenal Roberto Belarmino, uno de los teólogos más influyentes entonces, pedía
tanto a Foscarini como a Galileo que utilizaran el heliocentrismo sólo como una
hipótesis astronómica, sin pretender que fuera verdadera ni meterse en
argumentos teológicos, en cuyo caso no habría ningún problema. Pero Galileo, para
defenderse de acusaciones personales y para intentar que la Iglesia no
interviniera en el asunto, se lanzó a una defensa fuerte del copernicanismo,
trasladándose a Roma e intentando influir en las personalidades eclesiásticas;
esto quizá tuvo el efecto contrario, provocando que la autoridad de la Iglesia
interviniera para frenar la propaganda de Galileo que, al menos en sus
críticas, era bastante convincente.
Además del decreto de la Congregación del
Índice, las autoridades eclesiásticas tomaron otra decisión que afectaba
personalmente a Galileo y que influyó decisivamente en su proceso, 17 años más
tarde. En concreto, por orden del Papa (Pablo V), el cardenal Belarmino citó a
Galileo (que se encontraba entonces en Roma, dedicado a la propaganda del copernicanismo)
y, en la residencia del cardenal, el 26 de febrero de 1616, le amonestó a
abandonar la teoría copernicana.
Si el decreto de la Congregación del
Índice en 1616 fue una equivocación, también lo fue prohibir a Galileo tratar o
defender el copernicanismo. Galileo lo sabía. Sin embargo, obedeció. Siempre
fue y quiso ser buen católico. Pero sabía que la prohibición de 1616 se basaba
en una equivocación y quería solucionar el equívoco. Incluso advertía el
peligro de escándalo que podría ocasionar esa prohibición en el futuro, si se
llegaba a demostrar con certeza que la Tierra gira alrededor del Sol. Sus
amigos estaban de acuerdo con él.
“El Diálogo”, de Galileo, un libro en el
que se enfrentaban los dos grandes sistemas del mundo, el tolemaico y el
copernicano, se acabó de imprimir en Florencia el 21 de febrero de 1632.
Galileo envió enseguida ejemplares por todas partes, también a sus amigos de
otros países de Europa. Uno de ellos fue entregado al cardenal Francesco
Barberini, sobrino y mano derecha del Papa, a quien Galileo había ayudado,
hacía años, a conseguir el doctorado, y a quien consideraba, al igual que a su
tío el Papa, como un gran amigo personal.
Pero en 1632 la mayor preocupación del
Papa no era precisamente el movimiento del Sol y de la Tierra. Estaba en pleno
desarrollo la Guerra de los Treinta Años, que comenzó en 1618 y no terminó
hasta 1648, que enfrentaba en toda Europa a los católicos y a los protestantes.
Se trataba de equilibrios muy difíciles. Los problemas eran graves. El 8 de
marzo de 1632, en una reunión de cardenales con el Papa, el cardenal Gaspar
Borgia, protector de España y embajador del Rey Católico, acusó abiertamente al
Papa de no defender como era preciso la causa católica. Se creó una situación
extraordinariamente violenta. En esas condiciones, Urbano VIII se veía
especialmente obligado a evitar cualquier cosa que pudiera interpretarse como
no defender la fe católica de modo suficientemente claro.
Precisamente en esas circunstancias, a
mitad de mayo, empezaron a llegar a Roma los primeros ejemplares del Dialogo. El
Papa no podía tolerar que se publicara un libro, que aparecía con los permisos
eclesiásticos de Roma y de Florencia, en el que se defendía una teoría
condenada por la Congregación del Índice en 1616 como falsa y contraria a la
Sagrada Escritura.
El Papa estableció una comisión para
examinar las acusaciones contra Galileo, y se dictaminó que el asunto debía ser
enviado al Santo Oficio (o Inquisición romana), desde donde se ordenó a
Galileo, que vivía en Florencia, que se presentara en Roma ante ese tribunal.
Galileo llegó a Roma el domingo 13 de
febrero de 1633. La Inquisición todavía
estaba deliberando sobre el modo de actuar. Como se había descubierto en los
archivos del Santo Oficio el escrito de 1616 en el que se prohibía Galileo
tratar de cualquier modo el copernicanismo, el proceso se centró completamente
en una única acusación: la de desobediencia a ese precepto de 1616.
En este proceso, Galileo fue condenado a
prisión que, en vista de sus buenas disposiciones, fue conmutada primero, por
una estancia de varios días en Villa Medici, en Roma; después, por una estancia
de varios meses en el palacio de su amigo el arzobispo de Siena; y a
continuación (finales de 1633), se le permitió residir, en una especie de
arresto domiciliario, en su propia casa, la Villa del Gioiello, en Arcetri, en
las afueras de Florencia, donde siguió trabajando.
Galileo acabó sus “Discursos y
demostraciones en torno a dos nuevas ciencias”, obra que se publicó en 1638 en
Holanda. Se trata de su obra más importante, donde expone los fundamentos de la
nueva ciencia de la mecánica, que se desarrollará en ese siglo hasta alcanzar
50 años más tarde, con los Principios matemáticos de la filosofía natural de
Newton, obra publicada en 1687, la formulación que marca el nacimiento
definitivo de la ciencia experimental moderna. (Hasta aquí el resumen de un artículo
de Aciprensa)
Finalmente, en efecto, en 1992 el papa
Juan Pablo II constituyó una comisión vaticana para examinar el caso Galileo.
De hecho, el 31 de octubre de 1992 el
propio Juan Pablo II refrendó las conclusiones de la comisión y reconoció públicamente
los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas
científicas de Galileo. Aunque el gesto del Papa no fue una
rehabilitación propiamente dicha. Galileo
Galilei, como científico y como persona, ya estaba rehabilitado desde hacía
mucho tiempo. De hecho, cuando en 1741 se alcanzó la prueba óptica del giro de
la Tierra alrededor del Sol, Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio concediera
el 'imprimatur' a la primera edición de las obras completas de Galileo. En la
siguiente edición de libros prohibidos, la de 1757, fueron retirados todos los
que apoyaban la teoría heliocéntrica y, por tanto, también los de Galileo.