En la sección de "Preguntas sobre
la Biblia" de LA ATALAYA del 1 de noviembre de 2015, pág. 16, los TJ
preguntan: ¿Volverán a vivir los muertos? ¿Dónde vivirán quienes resuciten?
s/TJ:
Según la doctrina de los testigos de
Jehová, existen dos posibles destinos para los que resucitarán: Uno: el cielo,
reservado a 144.000 justos que gobernarán junto a Jesús, y dos: la tierra,
convertida en un paraíso, donde al cabo de mil años de prueba, bajo el gobierno de Dios y de los 144.000, vivirán eternamente el resto de los justos y
así también los injustos que se hayan regenerado y que hayan sido capaces de superar, unos y otros, la prueba definitiva de Satanás. Los
inicuos, que han sido cortados, y definitivamente eliminados en el Armagedón, no resucitarán.
Análisis:
La Biblia habla de una separación entre
malos (inicuos) y buenos. Así pasará al final de los tiempos: “vendrán los
ángeles y separarán a los malos de entre los buenos y los arrojarán
al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes” (Mt
13;49-50). Por lo tanto todo el mundo ha de resucitar y rendir
cuentas según haya sido su comportamiento en esta vida.
Los malos irán al castigo eterno y los
buenos a la vida eterna. “Entonces el rey dirá a los de la derecha:
Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde
la creación del mundo. (…) Dirá después a los que estén a la izquierda:
¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para
el diablo y para sus ángeles! (…) Y éstos irán a un suplicio eterno, y los
buenos a la vida eterna.” (Mt 25, 34.41.45-46).
No se habla de una separación entre buenos
y buenos con distinto destino final, unos al cielo y otros a la Tierra. La
Biblia habla de buenos y malos con destinos totalmente contrarios: Los buenos
al cielo y los malos al infierno.
Las parábolas del Reino presentes en Mt 13
(la parábola del trigo y la cizaña = Mt 13, 24-30 y la parábola de la red = Mt
13, 47-50) señalan la separación entre buenos y malos, entre justos y pecadores
sin disposición a convertirse. No hay indicio de que existan cristianos de
primera y de segunda clase, con destino distinto según haya sido su suerte en
la vida, o según las oportunidades que hayan tenido de aprender la verdad
acerca de Jehová y sus propósitos, contrariamente a lo que los TJ nos dicen en
(“La Atalaya del 15.5.95, pág 6).
Estamos llamados a una única esperanza y a
un solo destino. Los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis son
enfáticos al señalar un único destino para los que son fieles a Jesús: se les
permitirá comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios (Ap 2;7);
no padecerán la segunda muerte (Ap 2;11b); recibirán el poder que Jesús
recibió de su Padre (Ap 2;26-28); sus nombres no serán borrados del libro de
la vida (Ap 3;5); serán columnas en el templo de Dios (Ap 3;12); se sentarán
en el trono de Jesús, junto a Él (Ap 3;21). Se trata de imágenes para
describir la vida eterna, el acceso a la Jerusalén celestial.
En este mismo sentido se puede presentar
la parábola de los trabajadores de la viña (Mt 20; 1-16), que habla sobre la
recompensa que espera a los que dejan todo para seguir a Jesús: se trata de un
don, de un regalo inmerecido, que es igual para todos. De hecho, aunque fueron
llamados a distinta hora, todos recibieron el mismo salario.
Nuestra patria no está aquí: ¡Está en el
cielo! Es cierto que en el Antiguo Testamento el objeto de la promesa era la
posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre según
la justicia (Dt 6, 20-25). Pero en la Nueva Alianza el objeto de la promesa es
el reino de los cielos, la vida eterna, la patria celestial.
Si los patriarcas del Antiguo Testamento
hubieran sentido nostalgia de lo que abandonaron, podrían haber vuelto allá.
Por el contrario, aspiraban a una mejor, es decir, a la patria
celestial. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios, porque
les había preparado una ciudad (Hb 11, 14-16).
“Esto se lo decimos apoyados en la Palabra
del Señor: los que quedemos vivos hasta la venida del Señor no nos
adelantaremos a los ya muertos; porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la
voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces
resucitarán primero los que murieron en Cristo; después nosotros, los que
quedemos vivos, seremos llevados juntamente con ellos al cielo sobre
las nubes, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor” (1Tes
4; 15-17).
Así el Señor cumplirá plenamente lo que
nos prometió en la Última Cena: “En la casa de mi Padre hay muchas
habitaciones; si no fuera así lo habría dicho, porque voy a prepararles un
lugar. Cuando haya ido y les tenga preparado un lugar, volveré para llevarlos
conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes (Jn 14,
2-3).
La Biblia, pues, habla de una separación
entre malos y buenos; no entre buenos y buenos. Y para los buenos promete por
igual la patria celestial en una vida eterna, no un paraíso en la tierra. Para
los malos o injustos ha preparado el infierno.