viernes, 30 de octubre de 2015

DESTINOS PARA LOS QUE RESUCITARÁN

En la sección de "Preguntas sobre la Biblia" de LA ATALAYA  del 1 de noviembre de 2015, pág. 16, los TJ preguntan: ¿Volverán a vivir los muertos? ¿Dónde vivirán quienes resuciten?

s/TJ:

Según la doctrina de los testigos de Jehová, existen dos posibles destinos para los que resucitarán: Uno: el cielo, reservado a 144.000 justos que gobernarán junto a Jesús, y dos: la tierra, convertida en un paraíso, donde al cabo de mil años de prueba, bajo el gobierno de Dios y de los 144.000, vivirán eternamente el resto de los justos y así también los injustos que se hayan regenerado y que hayan sido capaces de superar, unos y otros, la prueba definitiva de Satanás. Los inicuos, que han sido cortados, y definitivamente eliminados en el Armagedón, no resucitarán.

Análisis: 

La Biblia habla de una separación entre malos (inicuos) y buenos. Así pasará al final de los tiempos: “vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los buenos y los arrojarán al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes” (Mt 13;49-50). Por lo tanto todo el mundo ha de resucitar  y rendir cuentas según haya sido su comportamiento en esta vida.

Los malos irán al castigo eterno y los buenos a la vida eterna. “Entonces el rey dirá a los de la derecha: Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. (…) Dirá después a los que estén a la izquierda: ¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! (…) Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna.” (Mt 25, 34.41.45-46).

No se habla de una separación entre buenos y buenos con distinto destino final, unos al cielo y otros a la Tierra. La Biblia habla de buenos y malos con destinos totalmente contrarios: Los buenos al cielo y los malos al infierno. 

Las parábolas del Reino presentes en Mt 13 (la parábola del trigo y la cizaña = Mt 13, 24-30 y la parábola de la red = Mt 13, 47-50) señalan la separación entre buenos y malos, entre justos y pecadores sin disposición a convertirse. No hay indicio de que existan cristianos de primera y de segunda clase, con destino distinto según haya sido su suerte en la vida, o según las oportunidades que hayan tenido de aprender la verdad acerca de Jehová y sus propósitos, contrariamente a lo que los TJ nos dicen en (“La Atalaya del 15.5.95, pág 6).

Estamos llamados a una única esperanza y a un solo destino. Los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis son enfáticos al señalar un único destino para los que son fieles a Jesús: se les permitirá comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios (Ap 2;7); no padecerán la segunda muerte (Ap 2;11b); recibirán el poder que Jesús recibió de su Padre (Ap 2;26-28); sus nombres no serán borrados del libro de la vida (Ap 3;5); serán columnas en el templo de Dios (Ap 3;12); se sentarán en el trono de Jesús, junto a Él (Ap 3;21). Se trata de imágenes para describir la vida eterna, el acceso a la Jerusalén celestial.

En este mismo sentido se puede presentar la parábola de los trabajadores de la viña (Mt 20; 1-16), que habla sobre la recompensa que espera a los que dejan todo para seguir a Jesús: se trata de un don, de un regalo inmerecido, que es igual para todos. De hecho, aunque fueron llamados a distinta hora, todos recibieron el mismo salario.

Nuestra patria no está aquí: ¡Está en el cielo! Es cierto que en el Antiguo Testamento el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre según la justicia (Dt 6, 20-25). Pero en la Nueva Alianza el objeto de la promesa es el reino de los cielos, la vida eterna, la patria celestial.

Si los patriarcas del Antiguo Testamento hubieran sentido nostalgia de lo que abandonaron, podrían haber vuelto allá. Por el contrario, aspiraban a una mejor, es decir, a la patria celestial. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios, porque les había preparado una ciudad (Hb 11, 14-16).

“Esto se lo decimos apoyados en la Palabra del Señor: los que quedemos vivos hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los ya muertos; porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los que murieron en Cristo; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos llevados juntamente con ellos al cielo sobre las nubes, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor” (1Tes 4; 15-17).

Así el Señor cumplirá plenamente lo que nos prometió en la Última Cena: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar. Cuando haya ido y les tenga preparado un lugar, volveré para llevarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes (Jn 14, 2-3).

La Biblia, pues, habla de una separación entre malos y buenos; no entre buenos y buenos. Y para los buenos promete por igual la patria celestial en una vida eterna, no un paraíso en la tierra. Para los malos o injustos ha preparado el infierno.