EL ALMA (ESPÍRITU) DEL SER HUMANO
Los TJ aseguran, en (La Atalaya 2017/4, pág 4), que
“Dios no creó al ser humano para que
muriera, lo creó para que viviera para siempre”. Estando de
acuerdo con lo TJ en esta aseveración, debemos asegurar - como en tantas
ocasiones hacen los TJ - que Dios es
inmutable en sus decisiones (Mal 3;6), que es imposible que Dios mienta (Hb
6;18) y que, por lo tanto, si nos ha creado para que vivamos para siempre, esto debe cumplirse. ¿Entonces, qué
pasa con la muerte?
Análisis:
Cuando se nos dice que alguna
parte de nosotros -el alma (espíritu)- sigue viviendo después de la muerte, ciertamente
no se nos engaña, porque ¿cómo, sino, podría ser verdad lo que Dios quiere que
se cumpla en nosotros? Si cuando nos morimos, realmente dejamos de vivir pues “no tenemos conciencia de nada en absoluto”
y pasamos a la tumba donde permanecemos muertos, durante años o siglos, incluso
milenios, “hasta la resurrección”, jamás esperándola pues no
tenemos conocimiento ni sabiduría, ¿cómo se cumple el deseo de Dios de que vivamos para siempre?
Y es que, contrariamente, cuando
finalizamos nuestra vida en la tierra, se abre de inmediato a nuestra alma (espíritu),
la vida en el cielo, o -¡Dios no lo quiera!- en el infierno, mientras nuestros
cuerpos descansan en las tumbas. La justicia y la misericordia de Dios fijan
nuestro definitivo y eterno destino. Después, cuando se produzca la
resurrección de los muertos, de todos los muertos, nuestros cuerpos
espiritualizados también participarán de una u otra manera, de esta vida
eterna.
He remarcado la expresión “de todos los muertos” porque los TJ, a
pesar de escribir que “Dios no creó al
ser humano para que muriera, lo creó para
que viviera para siempre”, enseñan, contrariamente, que los cuerpos de
los malvados, de los inicuos, no resucitarán jamás, porque cuando mueren son ciertamente
“cortados”, por lo que su muerte, en
contra del aserto divino, es definitiva en todos los aspectos, pues están
muertos y seguirán estándolo por la eternidad. ¿Pero no dice la Biblia que la
muerte, al fin, no será más? (Ap 21;4).
Vemos, pues, que la existencia
del alma (espíritu) no es motivo para acusar a Dios de mentiroso, como sugieren
los TJ en la pág 5 del artículo que estamos analizando, todo lo contrario. La
muerte del cuerpo es real y se cumple, con ello, el castigo que Dios impuso a
Adán. Pero el alma (espíritu) del ser humano, mantiene la vida que Dios creó
para siempre. Ahora, después de la muerte, en otras condiciones, pero viva,
viva eternamente, inmortal.
Que todos podamos dirigir nuestra
mente hacia Jesús en la hora de la muerte y repetir las palabras de Esteban: ¡Señor Jesús, recibe mi espíritu! (Hech
7;59).
Podéis leer los temas relacionados con el alma (espíritu) que se agrupan bajo la categoría titulada “Alma y espíritu” de esta misma web.
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