miércoles, 23 de agosto de 2017

UNA PREGUNTA INQUIETANTE


EL ALMA (ESPÍRITU) DEL SER HUMANO

Los TJ aseguran, en (La Atalaya 2017/4, pág 4), que “Dios no creó al ser humano para que muriera, lo creó para que viviera para siempre. Estando de acuerdo con lo TJ en esta aseveración, debemos asegurar - como en tantas ocasiones hacen los TJ -  que Dios es inmutable en sus decisiones (Mal 3;6), que es imposible que Dios mienta (Hb 6;18) y que, por lo tanto, si nos ha creado para que vivamos para siempre, esto debe cumplirse. ¿Entonces, qué pasa con la muerte?
Análisis:

Cuando se nos dice que alguna parte de nosotros -el alma (espíritu)- sigue viviendo después de la muerte, ciertamente no se nos engaña, porque ¿cómo, sino, podría ser verdad lo que Dios quiere que se cumpla en nosotros? Si cuando nos morimos, realmente dejamos de vivir pues “no tenemos conciencia de nada en absoluto” y pasamos a la tumba donde permanecemos muertos, durante años o siglos, incluso milenios, “hasta la resurrección”, jamás esperándola pues no tenemos conocimiento ni sabiduría, ¿cómo se cumple el deseo de Dios de que vivamos para siempre?
Y es que, contrariamente, cuando finalizamos nuestra vida en la tierra, se abre de inmediato a nuestra alma (espíritu), la vida en el cielo, o -¡Dios no lo quiera!- en el infierno, mientras nuestros cuerpos descansan en las tumbas. La justicia y la misericordia de Dios fijan nuestro definitivo y eterno destino. Después, cuando se produzca la resurrección de los muertos, de todos los muertos, nuestros cuerpos espiritualizados también participarán de una u otra manera, de esta vida eterna.
He remarcado la expresión “de todos los muertos” porque los TJ, a pesar de escribir que “Dios no creó al ser humano para que muriera, lo creó para que viviera para siempre, enseñan, contrariamente, que los cuerpos de los malvados, de los inicuos, no resucitarán jamás, porque cuando mueren son ciertamente “cortados”, por lo que su muerte, en contra del aserto divino, es definitiva en todos los aspectos, pues están muertos y seguirán estándolo por la eternidad. ¿Pero no dice la Biblia que la muerte, al fin, no será más? (Ap 21;4).
Vemos, pues, que la existencia del alma (espíritu) no es motivo para acusar a Dios de mentiroso, como sugieren los TJ en la pág 5 del artículo que estamos analizando, todo lo contrario. La muerte del cuerpo es real y se cumple, con ello, el castigo que Dios impuso a Adán. Pero el alma (espíritu) del ser humano, mantiene la vida que Dios creó para siempre. Ahora, después de la muerte, en otras condiciones, pero viva, viva eternamente, inmortal. 
Que todos podamos dirigir nuestra mente hacia Jesús en la hora de la muerte y repetir las palabras de Esteban: ¡Señor Jesús, recibe mi espíritu! (Hech 7;59).

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