sábado, 16 de septiembre de 2017

BAUTISMO DE NIÑOS

s/TJ:

A excepción de otros grupos cristianos, los TJ se bautizan como símbolo de su dedicación a Jehová, haciendo esto "en el nombre del Padre (Jehová), del Hijo (Jesucristo) y del Espíritu Santo (Fuerza activa de Jehová).

A semejanza con los grupos anabaptistas los Testigos de Jehová rechazan el bautismo de infantes argumentando que en la Biblia no hay constancia explícita del bautismo de ningún niño, sino que más bien eran de personas que lo aceptaban después de haber oído la palabra y puesto fe en ella, basándose en textos como (Hech 2;14) (Hech 2;22) (Hech 2;38) (Hech 2;41)

Basándose en los relatos bíblicos que hablan del bautismo como una sepultura figurativa en la muerte de Jesús (Rom 6;4-6) (Col 2;12) entienden que este debe ser una inmersión completa en agua (Perspicacia, vol I, págs 292,293)

Análisis:

Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para poder ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col 1;12-14), a la que todos los hombres están llamados.

s/TJ:

El bautismo de infantes no es bíblico: (Mt 28;19,20) (Hech 2;41) (Hech 8;12) (Lc 3;21-23) ("Asegúrense de todas las cosas", Bautismo: pág 61)

Análisis:

"Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc 10;14)

La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia.   Está atestiguada explícitamente desde el s II.   Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (Hech 16;15) (Hech 16;33) (Hech 18;8) (1Cor 1;16), se haya bautizado también a los niños.

Orígenes afirma en una homilía, hacia el año 230, que “la Iglesia ha recibido de los apóstoles la tradición de bautizar también a los niños pequeños”. Alrededor de la misma fecha, San Hipólito, indicando el rito bautismal que se debía seguir en la comunidad cismática, de la que él era entonces jefe, mencionaba como un acto normal, con el bautismo de los adultos, el de los niños que no estaban aún en edad de responder: “Si no pueden ellos responder -dice-  responderán por ellos sus padres o alguno de su familia” (Tradición apostólica; XXI,4) Esta práctica no era una particularidad de aquella secta, sino norma generalmente seguida en toda la Iglesia.

Hacia finales del siglo II, Tertuliano, que habla en general de los niños y San Ireneo (+202) que menciona con más precisión aún a los niños de pecho, hacen clara alusión a la práctica de su bautismo, como un uso legítimo y natural. Tertuliano, por su parte, se oponía al bautismo de los pequeños, pero por motivos puramente personales que no se apoyan ni en la Tradición ni es la Escritura. Ciertamente en la época de este gran polemista el bautismo de los niños no era ninguna novedad. Textos más antiguos aún permiten constatar esta costumbre como anterior a finales del siglo I. El apologista San Justino, declara al emperador Antonino Pío hacia el año 155: “Muchos hombres y mujeres que han sido discípulos de Cristo desde su infancia han permanecido puros hasta los sesenta o setenta años: entre ellos podría citaros muchos ejemplos de todas las clases de la sociedad” (“Apología”, XV,6) Otro testimonio análogo lo encontramos en la narración del martirio de San Policarpo (+156) que nos ha llegado en forma de carta circular dirigida por la Iglesia de Esmirna a la de Filomelio de Frigia y a todas las cristiandades del mundo que pertenecen a la Iglesia Universal”.

Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514). 

Para la Iglesia primitiva sería absurdo hablar del bautismo sin catequesis previa. Ciertamente que, en determinados casos, la catequesis era muy breve; a veces un solo sermón, como el de S. Pedro el día de Pentecostés, a continuación del cual se bautizaron tres mil almas (Hech 2;37). Otras veces la catequesis era una simple reunión familiar, como el caso que leemos en Hechos de la conversión de Cornelio precedida del discurso de Pedro, al que sigue el bautismo de Cornelio y de toda su familia. Los Hechos nos dan varios ejemplos de estas “catequesis rápidas”, como en el caso del valido de Candace (Hech 8;36) o del carcelero de S. Pablo (Hech 16;30), pero aparte de estas conversiones, digamos milagrosas, Dios se sirve de intermediarios y no hace milagros innecesarios.

La legitimidad del bautismo de los niños fue afirmada en los concilios de Cartago (418) y de Florencia (1441). Los niños, aunque incapaces de hacer personalmente un acto de fe, pueden ser bautizados “en la fe de la Iglesia”