sábado, 16 de septiembre de 2017

EL BAUTISMO Y NUESTRA RELACIÓN CON DIOS

s/TJ: 

Jesús mandó a sus seguidores: “Vayan [...] y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos” (Mateo 28:19). El propio Jesús nos dio el ejemplo, pues él también se bautizó. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios” (pág 175).

Análisis:

Jesús no dio instrucciones “a sus seguidores”, o sea, de una manera indeterminada a todo aquél que le seguía, sino, concretamente, a “los once discípulos” (Mt 28;16) (NM) (Mc 16;15-18) o sea, a sus “once apóstoles”. El mandato que les da se funda en su poder universal, por lo que lo convierte en fundamental e importantísimo ante el hecho de su próxima desaparición, siendo preciso concretar quien lo recibe, quien se responsabiliza de la gran obra a realizar. Nada menos les dice que “enseñen a observar todas las cosas que Él les ha mandado” y que, no solamente “bauticen a los nuevos discípulos” como dicen los TJ en este punto de su texto, sino que lo hagan “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y añade que, para asegurar la eficacia de estas instrucciones, “estaré con vosotros, siempre hasta la consumación del mundo”.

Los TJ, en (La Atalaya 1/12/1992, pág 30) nos quieren convencer de que en la reunión de Galilea había otras personas además de los once apóstoles, diciéndonos que la aparición de Jesús a más de quinientos hermanos, a la que se alude en (1Cor 15;6), se trata de la misma aparición que se relata en (Mt 28;16). Nada nos indica en las Sagradas Escrituras que deba aceptarse esta coincidencia.

Los TJ, desde 1870 hasta 1956, o sea durante setenta y seis años, han estado aplicando en sus bautismos la fórmula que Cristo ordenó, o sea, bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, un rito que posteriormente, según ellos, resultó ser falso, y fue, sencillamente, eliminado. De hecho, no podían continuar recitando estas palabras ya que sería estar imitando al cristianismo establecido, tanto católico como evangélico, cosa que los TJ rechazan. Por otra parte, estaban invocando una fórmula trinitaria, cosa inadmisible ya que este invento es… cosa del diablo (“Mentiras y disparates de los Testigos de Jehová”, pág 142)

De hecho, en la actualidad, cuando se realizan los bautismos de TJ, normalmente en las asambleas anuales, suele pronunciarse un discurso en el que se explica el significado de este paso. Al final de dicho discurso, el orador hace dos preguntas sencillas a los candidatos al bautismo, y estos las contestan en voz alta. A este paso los TJ le llaman “Declaración pública para salvación” (Rom 10;10). A continuación, se les sumerge por completo en agua (“¿Qué enseña realmente la Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios”, pag 182)

Por el vocabulario mismo se ve que en los primeros años del cristianismo el bautismo se administraba por inmersión (Hech 8;36-39) (Rom 6;3) (Col 2;12) (Ef 5;26) (Tit 3;5) (Heb 10;22). La práctica de la infusión que es permitida en caso de necesidad en la (“Didaché” 7,3), no nos es conocida por el NT, aunque cabe preguntarse cómo se procedería en las conversiones en masa (Hech 2;41) (Hech 5;14 y ss) o en circunstancias difíciles (Hech 16;33,34). Según la necesidad y las posibilidades del momento se iría fijando a lo largo de los siglos el mejor y más práctico procedimiento para realizar en cada caso el rito del bautismo. Así, con el paso del tiempo el bautismo por inmersión fue abandonado paulatinamente.

Jesús se bautizó, pero no hay que mezclar el bautismo de Juan con el de Jesús. El bautismo de Juan, en las aguas del Jordán se administraba a los que obedecían a la predicación de penitencia del Bautista y confesaban sus pecados (Mc 1;4). Ambos bautismos se distinguen con precisión. El bautismo de Juan no basta para alcanzar el reino de Dios y participar de la comunicación mesiánica del Espíritu Santo (Hech 19;1-6). Esta distinción se expresa en los Evangelios y en los Hechos de los apóstoles por la oposición entre el “agua” y el “Espíritu Santo” y a veces también el “fuego” (Mt 3;11) (Mc 1;8) (Lc 3;16) (Jn 1;33) (Hech 1;5) (Hech 11;16).

s/TJ:

Todos los que quieran tener una buena relación con Jehová tienen que bautizarse. Cuando uno se bautiza, demuestra públicamente que desea servir a Dios y que disfruta haciendo la voluntad de él (Salmo 40:7, 8). No obstante, para poder bautizarse hay que dar varios pasos.

Se necesita conocimiento y fe. Los cristianos desean que Dios “les llene del conocimiento exacto de su voluntad”. Está claro que para poder bautizarse no tiene que aprenderse toda la Biblia. No obstante, para poder bautizarse debe conocer y aceptar al menos las enseñanzas básicas de la Biblia (Heb 5;12). Debe saber, por ejemplo, en qué estado se encuentran los muertos y qué importancia tiene el nombre de Dios y su Reino. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios” (pág 175,176)

Análisis:

Está claro que los temas: “en qué estado se encuentran los muertos” y “qué importancia tiene el nombre de Dios y su Reino”, no pueden llenar de ninguna manera a un candidato al bautismo que quiere conocer exactamente cuál es la voluntad de Dios. Creo que hay muchísimos otros temas que necesita conocer con antelación si quiere saber la voluntad de Dios para con Él: ¿qué me pide concretamente Dios?, ¿cómo debo comportarme con mi prójimo?, ¿cómo repercute en mí la muerte y resurrección de Jesucristo?, ¿qué quiere decir que coja mi cruz y siga a Jesucristo?, etc., etc. …

s/TJ:

Sin embargo, no basta solo con el conocimiento, pues “sin fe es imposible” ser del “agrado [de Dios]” (Heb 11;6). Al estudiar la Biblia, usted debería llegar a tener fe plena en que es la Palabra inspirada de Dios. También debería llegar a tener fe en que Dios cumplirá sus promesas y en que puede salvarlo gracias al sacrificio de Jesús (Josué 23:14; Hechos 4:12; 2 Timoteo 3:16, 17). (“¿Qué enseña realmente la Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios” (pág 176,177)

Análisis:

Según (Rom 10;10-15), en cualquier ocasión, una vez oigamos hablar de Dios, tengamos conocimiento de Él, “quizás pongamos entonces nuestra fe en Él y lo invoquemos”. Seguro que sería el primer paso positivo, convencidos de que Dios ya está predispuesto a escucharnos. Solo falta Su aceptación definitiva. Para obtener la fe que sea capaz de mover montañas, es preciso que Dios se fije en nosotros y nos dé el don definitivo de la FE con mayúsculas (Ef 2;8) (Rom 11;6). Es necesario que la pidamos que la supliquemos…que surja de nuestro corazón y de nuestra voluntad. No se trata de estudiar más y más la Biblia, o de completar uno o cincuenta cursos sobre la misma. Se trata, como dice Jesucristo, de tener solamente tanta fe como un grano de mostaza (Lc 17;5-6) dando a entender con ello, que tener FE no es una cuestión de cantidad sino de calidad. Tiene que ser verdadera fe, o sea, confianza total en Dios y en su Hijo Jesucristo y en su poder. La mayoría de veces nos quedamos en una simple fe razonada, intelectual en la que nuestra voluntad no llega a ser removida en el seguimiento de Cristo.

También debe tenerse en cuenta que muchas personas llegan a este primer paso de empezar a sentir la presencia de un Ser superior, con sólo observar la naturaleza y el cielo de una noche serena. Dios no se manifiesta sólo a través de la palabra oral o escrita, también lo hace a través de su creación, muchas veces más convincente que el mejor de los predicadores. También la petición y la súplica de estas personas puede conseguir de Dios una FE inquebrantable que las sitúe en el camino de la salvación.

s/TJ:

Para poder bautizarse, usted debe dar más pasos. El apóstol Pedro dijo: “Arrepiéntanse [...] y vuélvanse para que sean borrados sus pecados” (Hechos 3:19). Después del arrepentimiento viene la conversión. Cuando usted se convierte, ‘se vuelve’ del camino que ha seguido. En otras palabras, no solo lamenta lo que ha hecho, sino que abandona su estilo de vida anterior. Debe estar totalmente decidido a hacer lo que está bien a partir de ese momento. El arrepentimiento y la conversión son dos pasos que deben darse antes del bautismo.

Hay otro paso importante que debe dar antes del bautismo: dedicarse a Jehová Dios. La dedicación consiste en una oración sincera en la que uno le promete a Jehová que siempre le dará devoción solo a él (Deuteronomio 6:15).

Todos los que aman realmente a Dios deben dar un paso más: tienen que presentar “declaración pública para salvación” (Romanos 10:10). ¿Cómo se hace eso? (Ya lo hemos comentado al principio de este tema)

El bautismo es el paso que indica públicamente que usted se ha dedicado a Dios y ha pasado a ser testigo de Jehová. A los candidatos al bautismo se les sumerge por completo en agua para mostrar ante todos que se han dedicado a Jehová.

Bautizarse es algo más que sumergirse en agua. Es un acto simbólico muy importante. El hecho de que usted se sumerja simbolizará que “muere”, es decir, que abandona su estilo de vida anterior. Y el que salga del agua indicará que a partir de ese momento vive para hacer la voluntad de Dios. Nunca deberá olvidar que se ha dedicado al propio Jehová Dios, y no a una obra, una causa, un ser humano o una organización. Su dedicación y su bautismo son el comienzo de una amistad íntima con Dios, de una estrecha relación con él (Salmo 25:14) (“¿Qué enseña realmente la Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios” (pág 178,179)

Análisis:

Todo el Nuevo Testamento considera el bautismo como un rito de iniciación, necesario para todo el que quiere pertenecer a Cristo, al reino de Dios y a la comunión de los fieles. La fórmula que tan poco gusta a los TJ, pero que es la fórmula que nos fijó Jesucristo para el bautismo “bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, significa que el creyente entra por el bautismo en una relación profunda con aquél en cuyo nombre se bautiza (Mt 28;19) (Hech 8;16) (Rom 6;3) (2Cor 1;13,15) (2Cor 10;2), con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. (Gal 3;27) añade que el bautizado se reviste de Cristo, es decir, que está formado según la imagen de Cristo. De este modo entran los creyentes a la vez en comunión de unos con otros y forman un solo cuerpo en Cristo (1Cor 12;13 y ss). Los que se convierten son agregados por el bautismo a esta comunión (Hech 2;41, 47) (Hech 5;14) (Hech11;24). Ni siquiera la comunicación visible del Espíritu Santo dispensa de la necesidad el bautismo como rito de iniciación (Hech 10;48). Justamente para poner de relieve esta necesidad del bautismo, lo compara S. Pablo en (Col 2;11-12) con la necesidad de recibir la circuncisión para que se pueda pertenecer al pueblo de Israel.

Dice Jesús (a Nicodemo): “En verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios. Díjole Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer? Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos (Jn 3;3-5).

Simbólicamente, el bautismo significa la purificación moral interna que se opera en virtud de la obra salvífica de Cristo (Heb 10;22). Todo lo que en el Nuevo Testamento hallamos acerca de la eficacia del bautismo puede resumirse en esta idea: el bautizado, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo y por su unión con ellas, pasa del estado de muerte y de pecado al estado de vida y de justificación, recibiendo así el espíritu de Cristo, por el cual se hace semejante al mismo Cristo. El bautismo borra los pecados (Hech 22;16) y lleva a la justicia, santidad e inocencia; (Rom 6;1-14) (1Cor 6;11) (Ef 5; 26 y ss); hace al hombre hijo de Dios por su semejanza con Cristo (Gl 3;27); el bautizado renace y se renueva en Cristo por el Espíritu (Tit 3;5) (1Cor 12;13) (Jn 3;5).