Jesús mandó a sus seguidores: “Vayan [...] y
hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos” (Mateo
28:19). El propio Jesús nos dio el ejemplo, pues él también se bautizó. (“¿Qué
enseña realmente la Biblia?
El bautismo y nuestra relación con Dios” (pág
175).
Análisis:
Jesús no dio instrucciones
“a sus seguidores”, o sea, de una manera indeterminada a todo aquél que le
seguía, sino, concretamente, a “los once discípulos” (Mt 28;16) (NM) (Mc
16;15-18) o sea, a sus “once apóstoles”. El mandato que les da se funda en su
poder universal, por lo que lo convierte en fundamental e importantísimo ante
el hecho de su próxima desaparición, siendo preciso concretar quien lo recibe,
quien se responsabiliza de la gran obra a realizar. Nada menos les dice que
“enseñen a observar todas las cosas que Él les ha mandado” y que, no solamente
“bauticen a los nuevos discípulos” como dicen los TJ en este punto de su
texto, sino que lo hagan “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo” y añade que, para asegurar la eficacia de estas instrucciones, “estaré
con vosotros, siempre hasta la consumación del mundo”.
Los TJ, en (La Atalaya
1/12/1992, pág 30) nos quieren convencer de que en la reunión de Galilea había
otras personas además de los once apóstoles, diciéndonos que la aparición de
Jesús a más de quinientos hermanos, a la que se alude en (1Cor 15;6), se trata
de la misma aparición que se relata en (Mt 28;16). Nada nos indica en las
Sagradas Escrituras que deba aceptarse esta coincidencia.
Los TJ, desde 1870 hasta
1956, o sea durante setenta y seis años, han estado aplicando en sus bautismos
la fórmula que Cristo ordenó, o sea, bautizar en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, un rito que posteriormente, según ellos, resultó ser
falso, y fue, sencillamente, eliminado. De hecho, no podían continuar recitando
estas palabras ya que sería estar imitando al cristianismo establecido, tanto
católico como evangélico, cosa que los TJ rechazan. Por otra parte, estaban
invocando una fórmula trinitaria, cosa inadmisible ya que este invento es… cosa
del diablo (“Mentiras y disparates de los Testigos de Jehová”, pág 142)
De hecho, en la actualidad,
cuando se realizan los bautismos de TJ, normalmente en las asambleas anuales,
suele pronunciarse un discurso en el que se explica el significado de este
paso. Al final de dicho discurso, el orador hace dos preguntas sencillas a los
candidatos al bautismo, y estos las contestan en voz alta. A este paso los TJ
le llaman “Declaración pública para salvación” (Rom 10;10). A continuación, se
les sumerge por completo en agua (“¿Qué enseña realmente la
Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios”,
pag 182)
Por el vocabulario mismo se
ve que en los primeros años del cristianismo el bautismo se administraba por
inmersión (Hech 8;36-39) (Rom 6;3) (Col 2;12) (Ef 5;26) (Tit 3;5) (Heb 10;22).
La práctica de la infusión que es permitida en caso de necesidad en la
(“Didaché” 7,3), no nos es conocida por el NT, aunque cabe preguntarse cómo se
procedería en las conversiones en masa (Hech 2;41) (Hech 5;14 y ss) o en
circunstancias difíciles (Hech 16;33,34). Según la necesidad y las
posibilidades del momento se iría fijando a lo largo de los siglos el mejor y
más práctico procedimiento para realizar en cada caso el rito del bautismo.
Así, con el paso del tiempo el bautismo por inmersión fue abandonado
paulatinamente.
Jesús se bautizó, pero no hay que mezclar el
bautismo de Juan con el de Jesús. El bautismo de Juan, en las aguas del Jordán
se administraba a los que obedecían a la predicación de penitencia del Bautista
y confesaban sus pecados (Mc 1;4). Ambos bautismos se distinguen con precisión.
El bautismo de Juan no basta para alcanzar el reino de Dios y participar de la
comunicación mesiánica del Espíritu Santo (Hech 19;1-6). Esta distinción se
expresa en los Evangelios y en los Hechos de los apóstoles por la oposición
entre el “agua” y el “Espíritu Santo” y a veces también el “fuego” (Mt 3;11)
(Mc 1;8) (Lc 3;16) (Jn 1;33) (Hech 1;5) (Hech 11;16).
s/TJ:
Todos los que quieran tener una buena relación con
Jehová tienen que bautizarse. Cuando uno se bautiza, demuestra públicamente que
desea servir a Dios y que disfruta haciendo la voluntad de él (Salmo
40:7, 8). No obstante, para poder bautizarse hay que dar varios
pasos.
Se necesita conocimiento y fe. Los cristianos desean
que Dios “les llene del conocimiento exacto de su voluntad”. Está claro que
para poder bautizarse no tiene que aprenderse toda la Biblia.
No obstante, para poder bautizarse debe conocer y aceptar al menos las
enseñanzas básicas de la Biblia (Heb 5;12). Debe saber, por ejemplo, en qué
estado se encuentran los muertos y qué importancia tiene el nombre de Dios y su
Reino. (“¿Qué enseña realmente la Biblia? El bautismo y
nuestra relación con Dios” (pág 175,176)
Análisis:
Está claro que los temas:
“en qué estado se encuentran los muertos” y “qué importancia tiene el nombre de
Dios y su Reino”, no pueden llenar de ninguna manera a un candidato al bautismo
que quiere conocer exactamente cuál es la voluntad de Dios. Creo que hay
muchísimos otros temas que necesita conocer con antelación si quiere saber la
voluntad de Dios para con Él: ¿qué me pide concretamente Dios?, ¿cómo debo
comportarme con mi prójimo?, ¿cómo repercute en mí la muerte y resurrección de
Jesucristo?, ¿qué quiere decir que coja mi cruz y siga a Jesucristo?, etc.,
etc. …
s/TJ:
Sin embargo, no basta solo con el conocimiento,
pues “sin fe es imposible” ser del “agrado [de Dios]” (Heb 11;6).
Al estudiar la Biblia, usted debería llegar a tener fe plena
en que es la Palabra inspirada de Dios. También debería llegar a tener fe
en que Dios cumplirá sus promesas y en que puede salvarlo gracias al sacrificio
de Jesús (Josué 23:14; Hechos 4:12; 2 Timoteo 3:16, 17). (“¿Qué
enseña realmente la Biblia? El bautismo y
nuestra relación con Dios” (pág 176,177)
Análisis:
Según
(Rom 10;10-15), en cualquier ocasión, una vez oigamos hablar de Dios, tengamos
conocimiento de Él, “quizás pongamos entonces nuestra fe en Él y lo
invoquemos”. Seguro que sería el primer paso positivo, convencidos de que Dios
ya está predispuesto a escucharnos. Solo falta Su aceptación definitiva. Para
obtener la fe que sea capaz de mover montañas, es preciso que Dios se fije en
nosotros y nos dé el don definitivo de la FE con mayúsculas (Ef 2;8) (Rom
11;6). Es necesario que la pidamos que la supliquemos…que surja de nuestro
corazón y de nuestra voluntad. No se trata de estudiar más y más la Biblia, o
de completar uno o cincuenta cursos sobre la misma. Se trata, como dice
Jesucristo, de tener solamente tanta fe como un grano de mostaza (Lc 17;5-6)
dando a entender con ello, que tener FE no es una cuestión de cantidad sino de
calidad. Tiene que ser verdadera fe, o sea, confianza total en Dios y en su
Hijo Jesucristo y en su poder. La mayoría de veces nos quedamos en una simple
fe razonada, intelectual en la que nuestra voluntad no llega a ser removida en
el seguimiento de Cristo.
También
debe tenerse en cuenta que muchas personas llegan a este primer paso de empezar
a sentir la presencia de un Ser superior, con sólo observar la naturaleza y el
cielo de una noche serena. Dios no se manifiesta sólo a través de la palabra
oral o escrita, también lo hace a través de su creación, muchas veces más
convincente que el mejor de los predicadores. También la petición y la súplica
de estas personas puede conseguir de Dios una FE inquebrantable que las sitúe
en el camino de la salvación.
s/TJ:
Para poder bautizarse, usted debe dar más pasos.
El apóstol Pedro dijo: “Arrepiéntanse [...]
y vuélvanse para que sean borrados sus pecados” (Hechos 3:19). Después del arrepentimiento viene la conversión. Cuando
usted se convierte, ‘se vuelve’ del camino que ha seguido. En otras
palabras, no solo lamenta lo que ha hecho, sino que abandona su estilo de
vida anterior. Debe estar totalmente decidido a hacer lo que está bien a partir
de ese momento. El arrepentimiento y la conversión son dos pasos que deben
darse antes del bautismo.
Hay otro paso importante que debe dar antes del
bautismo: dedicarse a Jehová Dios. La dedicación
consiste en una oración sincera en la que uno le promete a Jehová que siempre
le dará devoción solo a él (Deuteronomio 6:15).
Todos los que aman realmente a Dios deben dar un paso
más: tienen que presentar “declaración
pública para salvación” (Romanos 10:10). ¿Cómo se hace eso? (Ya lo hemos
comentado al principio de este tema)
El bautismo es el paso que indica públicamente que
usted se ha dedicado a Dios y ha pasado a ser testigo de Jehová. A los
candidatos al bautismo se les sumerge por completo en agua para mostrar ante
todos que se han dedicado a Jehová.
Bautizarse es algo más que sumergirse en agua.
Es un acto simbólico muy importante. El hecho de que usted se
sumerja simbolizará que “muere”, es decir, que abandona su estilo de vida anterior.
Y el que salga del agua indicará que a partir de ese momento vive para
hacer la voluntad de Dios. Nunca deberá olvidar que se ha dedicado al propio
Jehová Dios, y no a una obra, una causa, un ser humano o una organización.
Su dedicación y su bautismo son el comienzo de una amistad íntima con
Dios, de una estrecha relación con él (Salmo 25:14) (“¿Qué enseña realmente
la Biblia? El bautismo y nuestra relación con Dios” (pág 178,179)
Análisis:
Todo el Nuevo Testamento
considera el bautismo como un rito de iniciación, necesario para todo el que
quiere pertenecer a Cristo, al reino de Dios y a la comunión de los fieles. La
fórmula que tan poco gusta a los TJ, pero que es la fórmula que nos fijó
Jesucristo para el bautismo “bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”, significa que el creyente entra por el bautismo en una
relación profunda con aquél en cuyo nombre se bautiza (Mt 28;19) (Hech 8;16)
(Rom 6;3) (2Cor 1;13,15) (2Cor 10;2), con el Padre, con el Hijo y con el
Espíritu Santo. (Gal 3;27) añade que el bautizado se reviste de Cristo, es
decir, que está formado según la imagen de Cristo. De este modo entran los
creyentes a la vez en comunión de unos con otros y forman un solo cuerpo en
Cristo (1Cor 12;13 y ss). Los que se convierten son agregados por el bautismo a
esta comunión (Hech 2;41, 47) (Hech 5;14) (Hech11;24). Ni siquiera la
comunicación visible del Espíritu Santo dispensa de la necesidad el bautismo
como rito de iniciación (Hech 10;48). Justamente para poner de relieve esta necesidad
del bautismo, lo compara S. Pablo en (Col 2;11-12) con la necesidad de recibir
la circuncisión para que se pueda pertenecer al pueblo de Israel.
Dice Jesús (a Nicodemo): “En
verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino
de Dios. Díjole Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso
puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer? Respondió Jesús:
En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de los cielos (Jn 3;3-5).
Simbólicamente, el bautismo significa la
purificación moral interna que se opera en virtud de la obra salvífica de
Cristo (Heb 10;22). Todo lo que en el Nuevo Testamento hallamos acerca de la
eficacia del bautismo puede resumirse en esta idea: el bautizado, en virtud de
la muerte y resurrección de Cristo y por su unión con ellas, pasa del estado de
muerte y de pecado al estado de vida y de justificación, recibiendo así el
espíritu de Cristo, por el cual se hace semejante al mismo Cristo. El bautismo
borra los pecados (Hech 22;16) y lleva a la justicia, santidad e inocencia;
(Rom 6;1-14) (1Cor 6;11) (Ef 5; 26 y ss); hace al hombre hijo de Dios por su
semejanza con Cristo (Gl 3;27); el bautizado renace y se renueva en Cristo por el
Espíritu (Tit 3;5) (1Cor 12;13) (Jn 3;5).