miércoles, 7 de septiembre de 2022

POSICIÓN DEL CRISTIANO ANTE LAS GUERRAS

s/TJ:

¿Toma partido Dios en las guerras de hoy?”  (¡Despertad! núm. 5 de 2017, págs. 10 y 11 en el apartado “La guerra”)

A los cristianos no se les permite pelear contra sus enemigos” (Rom 12;18-19) (¡Despertad! núm. 5 de 2017, págs. 10 y 11 en el apartado “Lo que dice la Biblia”).

Análisis:

(Rom 12;18-19) -referencia aportada por los TJ- nos dice: “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres. No se venguen ustedes mismos, amados, antes den lugar a la ira de Dios, pues escrito está ‘A mí la venganza, yo haré justicia’, dice el Señor”

Esta recomendación de Pablo, insiste sobre todo en el concepto del amor a los enemigos, cosa que había hecho ya claramente también Jesucristo (Mt 5;39-44) y que los TJ también nos recuerdan a continuación en su revista. Lo que aquí dice Pablo, de que el cristiano no debe tomar la justicia por sí mismo, sino dejarla a Dios, ha de entenderse lógicamente del cristiano como persona privada, no del cristiano constituido en autoridad, que tiene el deber de reprimir el mal como ahora veremos en el siguiente apartado. 

s/TJ:

Los TJ, siguen escribiendo: “Incluso cuando el país en el que viven entra en guerra, los cristianos deben permanecer neutrales, porque ‘no son parte del mundo’” (Jn 15;19) (¡Despertad! núm. 5 de 2017, págs. 10 y 11).

Análisis:

Veamos la primera parte de esta última frase. Dicen los TJ: “Incluso cuando el país en el que viven entra en guerra, los cristianos deben permanecer neutrales…” Y yo les pregunto: ¿Les parece a ustedes que esta conclusión tan rotunda se desprende de las palabras de Pablo en el capítulo 13 de su carta? Dice: “Que todos se sometan a las autori­dades que nos gobiernan. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen están constituidas por Dios. Por eso, el que resiste a la autoridad se rebela contra el orden establecido por Dios. Y los rebeldes se condenarán a sí mismos. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se hace el bien, sino cuando se hace el mal. ¿Quieres no tener que temer a la autori­dad? Haz el bien y recibirás elogios de ella, porque es instru­mento de Dios para conducirte al bien. Pero teme si haces el mal, pues por algo lleva espada: es un instrumento de Dios para hacer justicia y para castigar a quien obra el mal. Así, es preciso some­terse no sólo por temor al castigo, sino por motivo de conciencia”. (Rom 13;1-5).

Pablo, puesto que escribe a los fieles de Roma, capital política entonces del mundo, cree oportuno añadir algunos avisos concretos sobre las relaciones con los poderes públicos. Pablo afirma que todos los hombres, sin excluir los cristianos, deben obedecer a los poderes públicos constituidos, pues toda autoridad viene de Dios, y desobedecerlos es desobedecer a Dios. Esta doctrina es totalmente opuesta a la que, por aquellas mismas fechas, sostenían sus compatriotas zelotas en Palestina, que luchaban contra la dominación romana y defendían que someterse a cualquier autoridad humana, y más si pagana, era una especie de apostasía (Hech 5;37). Pablo, al contrario, lleva hasta Dios el origen de los Estados, pues es Él quien ha determinado que existan organismos civiles, compuestos por quienes mandan y por quienes obedecen. Tanto es así, que resistir a las autoridades humanas es rebelarse “contra el orden establecido por Dios” 

Una observación importante es necesario hacer, y es que Pablo se fija en las autoridades constituidas de hecho, sin aludir al modo como llegaron al poder. Es cuestión que no considera.  Tampoco considera el caso en que estas autoridades manden cosas injustas; más bien supone que el Estado se mantiene dentro de sus límites, aprobando el bien y reprimiendo el mal, y es solo en esa hipótesis como tiene aplicación su doctrina. Para el caso de injusticia y abuso de poder, tenemos la respuesta tajante de Pedro ante una orden del sanedrín; “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech 5;29). (Biblia Comentada de la BAC, tomo VI, págs. 352-353).

Si el poder público es un “instrumento de Dios para hacer justicia”, ¿qué duda cabe que su ejercicio puede ser tarea apropiada para un cristiano? Así, vemos como Pablo, en su carta a Tito, le escribe: “Amonéstales que vivan sumisos a los príncipes y a las autoridades; que las obedezcan, que estén prontos para toda obra buena” (Tit 3;1). Y Pedro, en su primera carta dirigida a los elegidos de la dispersión del Ponto y a otros, les dice: “Por amor del Señor, estad sujetos a toda autoridad humana: ya al emperador, como soberano; ya a los gobernadores, como delegados suyos para castigo de los malhechores y elogio de los buenos. Tal es la voluntad de Dios… honrad al emperador” (1Pe 2;13-14).

La segunda parte de la frase de los TJ que estamos analizando, dice: “… porque no son parte del mundo” (Jn 15;19) queriendo justificar de esta manera su aseveración anterior de permanecer neutrales. 

Ante lo que hemos leído ¿Cómo sostener que el cre­yente ha de mantenerse neutral ante un caso de guerra declarada justamente por nuestras autoridades ante, por ejemplo, una invasión indiscriminada de un país enemigo? No se debe confundir el no ser de este mundo con el deber del cristiano de participar en la política y en la vida social para que la autoridad, que es un instrumento de Dios para la justicia, siga realmente los planes de Dios. De hecho, en (Jn 17;15-19), se lee la oración de Jesús al Padre: “No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal… como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo”. 

Y es que no es lo mismo “no ser de este mundo” que “no estar en el mundo”, y el cristiano, “no es de este mundo”, pero evidentemente “está en el mundo”.

Por otra parte, no hay nada en el Antiguo Testamento que sugiera que es inconsistente ser soldado y a la vez seguidor de Dios. Hay cerca de 35 o más referencias en el Antiguo Testamento donde Dios mandó usar la fuerza armada para que se realizaran sus propósitos. Las Escrituras muestran a Dios como un Dios de paz igual que lo muestra como un Dios de guerra. Y decir, como algunos pacifistas dicen, que la guerra desafía la justicia de Dios, es no sólo pretencioso sino equivalente a decir que Dios mismo es injusto. La Biblia, el libro que los cristianos decimos aceptar como la única regla infalible de fe y práctica, declara en ciertas circunstancias, que Dios no sólo permite la guerra sino la manda. Sin embargo, la Escritura no glorifica la guerra, o a los guerreros como tales. La guerra es vista como una terrible e indeseable necesidad en las manos de Dios para contener y castigar los pecados de las naciones. Debería ser evitada hasta donde fuese posible, y nunca debiera ser glorificada. Y yo creo que esta es la actitud que nosotros debemos tener hacia ella.
Para rematar el tema, podemos decir que el Nuevo Testamento no enseña directamente sobre la guerra, aunque sí dice con claridad -como hemos visto más arriba-  que los gobiernos civiles son divinamente establecidos y que los ciudadanos deben reconocer su autoridad y sujetarse a ellos. 
Cuando Cristo nos dice: “No resistáis al que es malo, y, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mt 5;30), significa que, dentro de límites razonables, es mejor sufrir una injusticia personal que reclamar nuestros derechos e involucramos en una pelea, o que debemos devolver bien por mal a nuestros enemigos para que se avergüencen si son sensibles. Pero como ya ha quedado dicho, este mandamiento se refiere a nuestra actitud individual.
Una persona puede sacrificarse a sí misma, pero nadie tiene el derecho de sacrificar a otro a quien es llamado a proteger. Desde esta perspectiva, entrar en una guerra por defender a los indefensos, es poner mi otra mejilla al arriesgarme a que el enemigo me haga daño a mí antes que a los que yo amo. Algunos, para probar que no se debe usar la fuerza militar contra nadie, citan la regla de oro que dice: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así haced vosotros con ellos” (Mt 7:12). Pero en el caso de una guerra tenemos que decidir quiénes son los hombres en cuyo lugar nosotros queremos ponernos, o los codiciosos, criminales, tiranos que quieren que nos sometamos a ellos, o nuestras esposas, hijos e indefensos que necesitan nuestra protección. 
s/TJ:

Una de las cuestiones sobre las cuales los primeros cristianos estaban en desacuerdo con el mundo grecorromano era la participación en la guerra. De los tres primeros siglos, ningún escrito cristiano ha llegado hasta nosotros que condonara la participación de los cristianos en la guerra. La obra "Historia de la decadencia y ruina del imperio romano" de Edward Gibbon, comenta: "No cabía que los cristianos, sin quebrantar otra obligación más sagrada, viniesen a revestirse del carácter de militares, magistrados o príncipes". De igual manera, los TJ adoptan una postura de estricta neutralidad y siguen los principios bíblicos de (Is 2;2-4) y (Mt 26;52) ("La Atalaya" de 1.7.93, pág 15)

Análisis:


Y no son pocas las referencias a las estructuras de la sociedad y al poder político que encontramos en el Nuevo Testamento. Algunas de ellas: todo reino internamente dividido perece (Lc 11,17); un rey debe calcular sus fuerzas antes de hacer la guerra (Lc 14,31-32); los hijos de los reyes no pagan tributos (Mt 17,24-27). Por otra parte, dedica una acerba ironía a los tiranos de su tiempo (Lc 22,25). Responde, en fin, a la malintencionada pregunta de los fariseos y los herodianos indicando la obligación de dar al César lo que es del César (Mt 22,21).


Por otra parte, adentrándonos en la historia, Clemente Romano, autor de una carta a los Corintios, escrita en torno al año 96, hizo una gran alabanza de la disciplina militar.  Es un elogio (37;1-3) incondicionado de la estructura militar. 

Clemente de Alejandría, que enseñó en la capital de Egipto entre los años 190 y 202, considera en su "Protección" (10.100.4) que el servicio militar es una profesión como otras, por ejemplo, la de marinero.  Su testimonio avala la presencia de soldados cristianos en el ejército romano de su tiempo.  Para el gran alejandrino, lo importante es adecuar la profesión a las enseñanzas de Dios, por tanto, no desaprueba el servicio militar. 

Generalmente se acepta por los historiadores que la prueba de la presencia de cristianos en el ejército romano durante el S. II, es el caso de la Legio XII Fulminata, que obtuvo de Dios con sus oraciones la lluvia, tan necesaria al ejército romano durante la Guerra Germánica, en el 174.  

En las cohortes pretorias, que servían en Roma al emperador, cinco inscripciones de las fechadas en el S.III, son cristianas con seguridad.

Durante la primera gran persecución del ultraconservador Decio, en Egipto fueron condenados a muerte algunos soldados cristianos, cuyo martirio describe Eusebio (HE 6.41.22-23). 

El militar Marino era cristiano y fue martirizado en época de Galieno.

De un examen minucioso de las fuentes disponibles se deduce que el número de cristianos en el ejército en el S.III fue limitado y que el cristianismo se difundió lentamente entre sus filas, al revés de lo que sucedió con los cultos orientales, como los de Mitra, Júpiter Dolichenus o el Sol invictus, que estuvo a punto de convertirse en el gran dios de todo el imperio en tiempos de Aureliano (270-275).   Tampoco parece que los soldados cristianos hicieran proselitismo entre sus conmilitares paganos. 

Hay que recordar que el cristianismo había hecho pocos progresos en Occidente en los S III-IV, salvo en África.  Sus doctrinas eran prácticamente desconocidas en los campamentos del Rin y del Danubio.  En Hispania se conocía la existencia del cristianismo en algunos de los ejércitos que tenían acuartelados los romanos.  La difusión del cristianismo en el ejército de Britania era inexistente, aunque el primer mártir cristiano del que hay noticia en la isla, sea un militar: Albanus, martirizado en Verulamiun, quizás en la persecución de Diocleciano. 

Recordar finalmente que, aunque “los TJ desean que la Palabra de Dios los instruya y aplican lo que aprenden de ella, como el mandato de deponer las armas a fin de vivir pacíficamente” ("¡Despertad!" de 22.12.91, pág 24), los discípulos, e incluso alguno de los apóstoles de Cristo, iban provistos de espadas: (Lc 22;38) (Lc 22;49) (Jn 18;10-12) (Mt 26;51-52).